El mundo nos propone sendas diversas y más específicamente atajos para tener momentos de éxito, sin embargo; la dicha para el cristiano no son momentos o instantes que se tornan efímeros o fugaces, porque la sensación de vacío continúa cuando la sed de infinito, la búsqueda por el sentido de la vida y las preguntas más hondas siguen sin ser resueltas en nosotros.
El Cristiano sabe que no debe conformarse con momentos o instantes en los que pueda robarle a la existencia una migaja de buen estado de ánimo o una satisfacción que poco durará, por el contrario; entiende que puede volar alto aunque el sendero de los bienaventurados implique sus peligros y aparentes desventajas desde la óptica mundana (Mt 5, 3-12), es decir, aunque esto implique ir contracorriente con lo políticamente correcto de nuestro tiempo, o lo enarbolado como exitoso, pero; “¿de qué le servirá al hombre ganar el mundo entero, si arruina su vida? O ¿qué puede dar el hombre a cambio de su vida? (Mt 16, 26)”.
Jesús nos propone un camino fascinante que tiene sus implicaciones y sufrimientos, un camino generador de dicha: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. Porque quien quiera salvar su vida, la perderá, pero quien pierda su vida por mí, la encontrará”.
Mt 16, 24-25
La historia de salvación de un general francés puede ayudarnos a captar la fuerza de la exigencia de Jesús al invitarnos a seguirle. Muchas veces, absortos por tantas preocupaciones e inquietudes, nos olvidamos de las cosas verdaderamente esenciales de la vida y perdemos a menudo la brújula y el sentido de nuestra existencia. Aquel general francés; estando en una reunión familiar relataba las hazañas de su expedición en Marruecos, a lo que una sobrinita, que escuchaba admirada, le preguntó:
“Tío, has hecho cosas maravillosas por Francia, y ¿por Dios, qué has hecho? Al poco tiempo dejó la carrera militar y se consagró al servicio de Dios y de los demás. Había nacido un gran misionero y un futuro santo; Charles de Foucauld”.
El nivel de su entrega rotunda, lo dejó claro en su opción por el “abandono a la Voluntad del Padre” y la disposición de agradecimiento a este querer divino implique lo que implique. Para él, fue claro comprender que; era discípulo de un Maestro que no tenía donde reclinar la cabeza, y que no tenía que mirar atrás una vez echara mano en el arado, porque la causa del Reino era la prioridad. (cf Lc 9, 51-62)
Este formidable hombre de esfuerzo y disciplina que fue instruido en la vida militar, se hará soldado del Reino intensificando su resistencia, fidelidad y lealtad a ese amor de Dios que en adelante ocuparía su aspiración y proyecto, él se configurará con Cristo en la Cruz, al punto que desde ella como lugar espiritual y teológico de realización, encontrará el camino para expresar lo que su corazón de hijo de Dios sentía:
Padre, en tus manos me pongo, haz de mí lo que quieras. Por todo lo que hagas de mí, te doy gracias. Estoy dispuesto a todo, lo acepto todo, con tal de que Tu voluntad se cumpla en mí y en todas tus criaturas. No deseo nada más, Dios mío. Pongo mi alma entre Tus manos, te la doy con todo el ardor de mi corazón porque es una necesidad de amor, el darme, el entregarme entre tus manos sin medida, con infinita confianza, porque Tú eres mi Padre. Amén.