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Refutando a un liberal boliviano

Antonio Saravia liberal boliviano y Virgen aplasta cabeza
Escrito por Gabriel Pinedo

¿Es bueno defender una propuesta liberal para detener al socialismo? Aquí te señalamos las principales falencias del liberalismo.

Recientemente, Antonio Saravia, economista boliviano con doctorado, publicó un artículo en el que propone que el liberalismo es la solución para Bolivia. Nada más lejos de la realidad que semejante proposición tan falaz, la cual refutaremos a continuación.

Planteamiento del problema

Saravia comienza diciendo que las elecciones presidenciales bolivianas del 2025 serán trascendentales, lo cual es verdad, pero en seguida viene el primer problema, cuando dice «nos jugaremos la oportunidad de recuperar el país de las garras de la incompetencia y la criminalidad del MAS [Movimiento Al Socialismo]». Eso no es cierto: la criminalidad del MAS va a continuar aunque no tenga el poder político. Recordemos lo que sucedió en 2019: aun sin Jeanine Áñez en el poder, los días 10, 11 y 12 de noviembre constituyeron un verdadero terror para los bolivianos, especialmente en la ciudad de La Paz.

El masismo opera con una jugosa inyección de dinero que proviene del extranjero y del narcotráfico, pero además, con un hábil aparato propagandístico que lleva casi dos décadas funcionando. Pero además, alimentado por una constante maquinaria de ideologización política que viene ejecutándose desde la Revolución del 52, antecesor del Proceso de Cambio masista.

Saravia asegura que «un nuevo gobierno del MAS solo implicará más represión, más corrupción y más injusticia». Esa es una media verdad. Sucesos como la crisis de 2008, la aprobación de la Nueva Constitución en 2009 o diversos episodios en los que los principios del progresismo se vieron comprometidos, confirmaron que el MAS no es el único gran problema: también lo son las ONG (Organizaciones No Gubernamentales).

Baste citar lo que sucedió en octubre de 2021: ¿quiénes reprimieron a los católicos, censurando las voces a favor de la Iglesia y del derecho de nacer del bebito de la niña de Yapacaní? Las ONG y los medios de comunicación, es decir, empresas privadas. ¿Qué está pasando con esto de la pedofilia de algunos jesuitas en 2023? Lo mismo: la prensa se suma al régimen masista para machacar por igual a la Iglesia Católica, motivando hasta una persecución que ya está en camino para expropiar bienes eclesiásticos.

Persecución liberal a la Iglesia Católica en Bolivia

Lista de leyes antieclesiásticas de los gobiernos liberales. Persecución liberal a la Iglesia Católica en Bolivia. Fuente: “La Iglesia en Santa Cruz: 1605-2005”, por Roberto Tomichá Charupá.

Saravia también afirma: «es más importante, incluso, derrotar el paradigma populista sobre el que este partido ha construido su oferta electoral». ¿No es el populismo acaso la consecuencia última de la tan defendida democracia de los liberales? ¿No es el populismo lógico y consecuente con la democracia?

Si la democracia consiste en ganarse al pueblo con los votos y poner en el pueblo el origen de la soberanía, entonces lógicamente será más exitoso quien logre conquistar y arrastrar a más gente. Ya lo decía el pensador colombiano Nicolás Gómez Dávila: «Demagogia es el vocablo que emplean los demócratas cuando la democracia los asusta». Nosotros nos atrevemos a adaptar: populismo es el vocablo que emplean los liberales cuando la democracia los asusta.

Adicionalmente, Saravia sostiene que el masismo constituye «un régimen, además, en el que el gobierno coopta la justicia para amedrentar y perseguir a todo el que ose enfrentarle». Esto es cierto, pero el liberalismo no ha sido más benevolente. ¿Las pruebas? Pues bien, como explica el experto Christopher Ferrara en su libro La Iglesia y el liberalismo: ¿es compatible la enseñanza social católica con la Escuela Austriaca?:

El gran motor del capitalismo en el mundo, Estados Unidos, vio sus inicios gracias a las ventajas concedidas por el gobierno. No fue el mercado “libre” el que favoreció a los dueños de los títulos de valores del congreso continental redimiendo sus títulos a la par, ni el que prohibió a los Estados fabricar papel moneda y les exigió permitir únicamente el pago en especie (monedas de oro y plata) como remuneración de las deudas, ni el que les impidió a los Estados inmiscuirse en contratos de deuda privada e intercambios comerciales, ni el que limitó cualquier regulación estatal de comercio internacional, ni el que exigió que se devolviesen a sus amos los esclavos huidos y garantizó la continuidad del comercio esclavista por al menos otros veinte años más.

Pero aún hay más:

En los siglos XVIII, XIX, y principios del XX, el poder de las cámaras legislativas y tribunales, actuando en favor de los capitalistas, especialmente en Delaware, establecieron corporaciones a la manera de entidades cuyos inversores y directores no tenían responsabilidad personal por el incumplimiento de contratos y deudas, o fechorías de otro tipo según la actividad que lleven a cabo, y cuyos directores y empleados escondidos detrás de la cortina corporativa también podían escapar de la responsabilidad si cometían y autorizaban personalmente algún hecho delictivo.

Además, recordemos cuando la Revolución Francesa, defensora de un Nuevo Régimen basado en la democracia, en la tan defendida libertad liberal, persiguió, reprimió y asesinó a muchísimos religiosos y seglares. O también a la Revolución Inglesa, que debilitó a la monarquía como régimen en Inglaterra para impulsar un Parlamento muy perjudicial. Como bien dice Christopher Ferrara en su citado libro:

En una ola tras otra de expropiaciones por parte de la revuelta protestante, el Estado llevó a cabo una distribución forzada de la propiedad de la Iglesia a las clases burguesas y protocapitalistas de Inglaterra, Francia, Italia y otras naciones europeas. Este proceso fue básicamente el mismo: robar a la Iglesia para dar a los ricos.

Además, Ferrara continúa:

El capital de los primeros capitalistas ingleses se obtuvo en gran parte por un latrocinio estatal a gran escala, por culpa del cual el pueblo común fue separado de la tierra y por tanto de los medios de producción, obligándolos, entonces, a ir a las fábricas de la Revolución Industrial para conseguir el sustento.

Y para la cereza en el pastel:

La consecuencia de la destrucción estatal del orden social católico por medio del latrocinio y el cercamiento de tierra eclesiástica en Inglaterra fue «como si en el mundo contemporáneo, el Estado hubiese expropiado los bienes y valores de las fundaciones caritativas y los hubiesen entregado a las ‘500 empresas más ricas del mundo’; y luego crearan un sistema de bienestar pagado por los ciudadanos con incomparablemente más controles draconianos sobre los pobres».

Esto nos complementa Miguel Ayuso en su artículo La Revolución Protestante y su impacto político:

Y si en Francia la monarquía tenía una ficticia representación aristocrática, en los países que la combatían ocurría un hecho paralelo. Así, en Holanda, donde una burguesía mercantil pura, sin aristocracia y hostil a la monarquía (aparentemente) aristocrática francesa, apoyaba a los dirigentes del protestantismo liberal que sostuvieron a Spinoza. Y singularmente en Inglaterra, donde a partir de la revolución de 1688 y las transformaciones sociales que la siguieron se iba a llegar a una situación casi inversa a la de Francia, pues el poder fue a parar a una oligarquía calvinista de comerciantes whigs que desplazaron a los terratenientes tories y concluyeron revistiendo al poder del dinero de forma monárquica.

Saravia continúa introduciendo su solución: «¿Y cómo derrotamos al paradigma masista? No lo lograremos con juntuchas y tibiezas». ¿No son juntuchas y tibiezas las de los liberales en sus reuniones, conferencias y congresos? ¿No es tibieza decir que Cristo no debe reinar, sino que la economía (el dios dinero) debe reinar? ¿No es tibieza defender la democracia, el régimen que permite a los socialistas criminales imponerse en el poder? ¿No es tibieza evitar señalar a los enemigos de la civilización con claridad? El socialismo, el comunismo, el liberalismo, el posmodernismo y el feminismo.

Además, el autor señala que se requiere de «una propuesta frontal que no tenga miedo de decir las cosas como son». Decir las cosas como son es declarar el ser de las cosas, y para conocer verdaderamente el ser de las cosas, debemos aceptar la realidad tal cual es. Aceptar la realidad implica abandonar las ideologías, que son un conjunto de apriorismos, preconcepciones acerca de la realidad sin antes explorarla y juzgarla rectamente. El liberalismo es una ideología y, por tanto, no dice «las cosas como son» sino más bien al contrario: dice cómo quiere que sean.

Saravia pide una alternativa que «le muestre a la gente que cuando el Estado decide por nosotros el resultado es siempre el mismo: pobreza». ¿O sea que cuando las empresas deciden por nosotros el resultado es siempre riqueza? ¿No es ese un determinismo absurdo que se sale de toda lógica? ¿No fueron desastrosos acaso los casos de Liberia y Sudán del Sur en África, prueba definitiva de que el liberalismo en nuestros tiempos conduce a una anarquía insalubre y asfixiante?

La intervención del Estado y la acción empresarial no tienen por qué oponerse la una a la otra. Es posible una sana armonía entre Estado y empresas. El principio de subsidiariedad nos lo comprueba: si el individuo no puede ejercer sus propias funciones solo, conviene que fuerzas de orden superior lo ayuden: la comunidad, el instituto, la parroquia o, en última instancia, el Estado.

Estos son los fundamentos del principio de subsidiariedad según argumenta el filósofo argentino Carlos Sacheri en su obra El orden natural:

  • Debe acordarse a los. individuos y a los grupos más reducidos todas las funciones y atribuciones que puedan ejercer por su propia iniciativa y competencia.
  • Los grupos de orden superior tienen por razón de ser y como única finalidad la de ayudar a los individuos y grupos inferiores supliéndolos en aquello que no puedan realizar por sí mismo No deben reemplazarlos, ni absorberlos, ni destruirlos.
  • Un grupo de orden superior puede, y aun debe, reemplazar a uno inferior cuando manifiestamente este último no esté en condiciones de cumplir con su función específica. Dicha intervención deberá al mismo tiempo crear las condiciones que permitan al grupo inferior asumir sus funciones propias.

Saravia termina la introducción a su solución planteando que se requiere de «una propuesta que patee el tablero e instale una narrativa que le devuelva al individuo el derecho a decidir su propio desarrollo». El tan aludido «derecho a decidir» constituye algo falaz, puesto que, en la práctica, las decisiones humanas siempre resultan influidas por algo más grande: los medios de comunicación, la publicidad, la propaganda, etc. O como bien diría nuestro experto, Ferrara:

Luego está la publicidad corporativa protegida de la censura por los tribunales, y que ha creado una cultura de la “felicidad” a través de un catálogo de deseos estimulados en eterna expansión. Aquí los austriacos argumentan que la publicidad, en la cual las corporaciones gastan miles de millones, no tiene influencia sobre la voluntad humana, sino que simplemente “dan información” y que los consumidores asediados por miles de mensajes comerciales desde la infancia, “libremente” eligen todas las cosas que compran, incluidos los bienes y servicios en los que gastan gran parte de su tiempo, les producen adicción, arriman su salud, corrompen su moralidad, y les dan muerte en cuerpo y alma.

Solución liberal

Saravia comienza planteando su solución así: «Un gobierno liberal empezará reformando la Constitución para terminar con el Estado Plurinacional y volver a la República». ¿Seguro que es tan así? El liberalismo, como toda ideología, se considera adalid del progreso y desprecia lo que considera ‘retrógrada’. El liberalismo no sería capaz de retroceder: siempre quiere ‘avanzar y avanzar’. ¿Qué tanto estaría dispuesto a retroceder? ¿A la sana época de la monarquía federativa, de la Inquisición y de la escolástica? Seguro que no, aunque si ud. estudia bien la historia, lo desearía con ganas.

Continúa Saravia calificando al Estado Plurinacional como «polarizador y esencialmente racista». Esto tiene su grado de verdad, pero en tanto y en cuanto hablamos del caso específico de la Bolivia masista; es decir, en nuestro caso concreto. En abstracto y en principio, no es mala en sí misma la propuesta de un Estado que reconozca a distintos pueblos (naciones) habitando su territorio, cada uno con sus propias costumbres, y que además adapte sus leyes a esta situación de diversidad.

Ya se vio antes con la monarquía federativa: los fueros, las leyes propias de cada región, reino o virreinato; todo aquello constituía la esencia de la monarquía hispánica. Un régimen en el que existe sana adaptación y matiz de la ley según la situación propia de cada pueblo que habita los territorios abarcados por la corona. La unidad en la multiplicidad es posible: no implica contradicción ser uno (el reino) y a la vez muchos (ducados, condados, etc.). Pero para el liberalismo solo existe la infame y despreciable monarquía absoluta, que en realidad es un invento moderno y no existió siempre como tal.

A continuación, Saravia plantea: «Bolivia debe volver a ser una sola nación en la que todos son iguales ante la ley sin importar su origen, apellido o color de piel». ¿Una sola nación? Nación es sinónimo de pueblo, si entendemos por pueblo a aquella sociedad o conjunto de personas que comparten una identidad, lengua, cultura y costumbres. En Bolivia no hay una sola nación: hay diversas naciones. En los andes, en los valles, en el chaco y en los llanos hay una pluralidad de formas de convivencia, y eso no tiene por qué ser malo.

Otra cosa es que Saravia se refiera al modelo liberal de Estado-nación heredado de la Revolución Francesa, que centralizó el poder y acabó con los ‘privilegios’ regionales de bretones, occitanos, etc., pueblos o naciones que conformaban el Reino de Francia. La Revolución de la guillotina tiene entre sus logros el haber asesinado a miles y miles de personas por ideales tan falsos como su honestidad.

La igualdad ante la ley es un mito liberal que pretende igualarnos a todos sin importar los estamentos. No se puede aplicar la misma rigidez de la ley para una mujer embarazada que para un varón rudo, por así decirlo. Tampoco se puede exigir a un niño lo mismo que se le exige a un adulto. La ley tiene que ser casuística y eso es lo mejor, lo más acorde a la realidad. No todos somos iguales ante la ley y eso no tiene por qué ser malo.

Saravia continúa: «El individuo aceptará gustoso la responsabilidad de su propio desarrollo si confía en que nadie tiene privilegios por pertenecer a un determinado origen étnico». ¿Seguro que así será? Porque los privilegios étnicos no son los únicos que existen: también están los monetarios. Antes de Evo y aun en pleno Estado plurinacional, en regímenes demoliberales y aun en pleno régimen masista, fueron y siguen siendo más poderosos los que más dinero tengan. ¿De dónde reciben los partidos políticos sus finanzas, si no? ¿De dónde tanta propaganda sodomita (‘LGBT’) y eugenésica (abortista)? ¡De los mismísimos bolsillos de las empresas! Y, por supuesto, de las ONG (que por cierto, son privadas y no estatales).

En otro ámbito, Saravia propone: «Un Estado pequeño y eficiente deja espacio a la gente para que esta decida su proyecto de vida». ¿Y todos los proyectos de vida son igualmente buenos? ¿Qué pasa en un país cuando lo dejamos todo en manos de los ejércitos y empresarios poderosos que controlan las vías de comunicación? ¡Exacto! Lo que sucede en Sudán: aumenta el número de matanzas.

No se malentienda esto. Es cierto que la excesiva burocratización genera un Estado monstruoso, un Leviatán dispuesto a devorarlo todo. El problema principal está en la segunda parte de la afirmación del autor: ¿está bien que todos decidamos cualquier proyecto de vida? Y ¿por qué de una cosa se sigue la otra?, ¿acaso no es cierto que, si el Estado reduce sus capacidades, existe cierta posibilidad (no muy remota siquiera) de que alguna o varias empresas u organizaciones tiránicas ocupen su lugar? ¿El Estado pequeño es siempre eficiente en todos los casos? ¿Quién nos lo garantiza y cómo?

Por otro lado, recordemos lo que nos relata Christopher Ferrara en su libro ya citado:

Una de las principales razones por las que el mercado “puro y sin interferencias” nunca ha existido (excepto en la imaginación de los austriacos) es que los propios emprendedores capitalistas han militado contra su existencia desde el mismo comienzo de la era capitalista, obteniendo favores especiales, protecciones y exenciones por parte de los Estados-Nación post-católicos y luego post-cristianos que ocuparon el lugar de las estructuras descentralizadas de la autoridad política de la Cristiandad.

Adicionalmente, Saravia indica: «El gobierno deberá además eliminar los controles de precios, los aranceles, los cupos a la exportación y las infinitas regulaciones en el mercado laboral». ¿No sería mejor hablar de reducción que de eliminación? Después de todo, no se puede dar una total licencia a las empresas para que hagan lo que se les dé la gana. Ya lo decía el gran doctor de la Escuela de Salamanca, Tomás de Mercado en su obra Suma de tratos y contratos:

Pues si la naturaleza no tasa cuánto han de valer, cuántos reales, cuántos ducados, ¿a quién más conforme a razón pertenecerá proveer esto, siendo tan necesario, que a la república, cuyo oficio es suplir con sus ordenaciones lo que la naturaleza falta, porque la potestad pública es su vicario, dada divinalmente a las gentes para que con ella ordenen lo que a su buen gobierno, conforme al tiempo, fuere más cómodo? Y como la ley natural, de quien se deriva la civil, es ley divina que mana de Dios y la esculpió en nuestros corazones, por esta razón dicen los sabios que la potestad y jurisdicción seglar que establece estas pragmáticas viene también del Cielo mediante la natural. Por lo cual es muy justo aprecie y tase ella los bastimentos y las demás cosas venales, siendo tan necesario haya en ellas tasa y no habiéndola puesto la naturaleza.

El problema con la administración pública y privada no es el Estado en sí mismo o las empresas, sino la inclinación natural al pecado que tienen las personas. Si la persona vive bajo un régimen descristianizado que no promueve la virtud y más bien alimenta el vicio, lo más probable es que la persona termine haciendo daño esté donde esté, ya sea en el aparato burocrático estatal o en el sector empresarial. Por consiguiente, el problema no es el Estado, sino la predominancia del vicio y no de la virtud en algunas personas que lo administran, mediante un pésimo régimen guiado por un pésimo pensamiento político derivado de una pésima filosofía que deriva de una pésima moral y de una falsa religión.

En este sentido, Ferrara argumenta:

Como estábamos en los siglos XVIII y XIX, así estamos hoy, incluso si el lugar ha cambiado: los salarios que reciben los esclavos salariales de todo el mundo en gulags empresariales transnacionales no son el resultado de la “libre” negociación en un “libre” mercado, sino que están dictados por empresarios a los pobres —tal como admiten los mismos austriacos— que no tienen otra manera de sobrevivir. E incluso hay aún esclavos de salario trabajando en las fábricas de ropas de Nueva York y Los Ángeles, «que han vuelto con fuerza» y operan al margen de la ley.

Otra más:

Incluso en nuestros días, en países tercermundistas como China, Bangladesh o Indonesia, se ha sorprendido a Wal-Mart, K-Mart, Nike y otros grandes empresariales, utilizando, o bien trabajo esclavista, o bien esclavos salariales, a través de una gran red de miles de subcontratas y proveedores que les permiten negar el conocimiento y la responsabilidad legal de esas prácticas criminales y abusivas.

Y más:

Gracias a la creación gubernamental de espacios de libre comercio en América central por parte de la Agencia Estadounidense para el Desarrollo Internacional (USAID), gigantescas empresas americanas pueden establecerse en paraísos fiscales (fuera del alcance de pequeños competidores domésticos) donde las masas de personas empobrecidas sacan productos para los grandes almacenes americanos a cambio de salarios de miseria.

Respecto a las leyes laborales, Saravia acota: «Lejos de “proteger” al trabajador, las regulaciones en el mercado laboral lo condenan al desempleo o al sector informal». ¿Seguro que eso es culpa de las regulaciones? ¿No será más bien que el poder adquisitivo se ha reducido tanto que ya hasta es casi imposible comprar una casa en tiempos actuales? Hay que endeudarse no solo años sino también décadas, ante una burbuja inmobiliaria que se niega a desinflarse. ¿Y quiénes controlan esa burbuja inmobiliaria? ¿No son acaso las empresas de bienes raíces? ¿No tiene la iniciativa privada parte de la culpa también?

Es importante recordar también los numerosos casos de injusticia laboral, gracias a la cual muchos trabajadores resultan despedidos o amonestados por los más diversos motivos. Y no pocos empresarios se ufanan de tener amigos en el aparato burocrático del Estado, riéndose a carcajadas cuando uno de sus empleados mal pagados amenaza con demandar al jefe ante el Ministerio de Trabajo. ¿Es esto culpa del gobierno?

En relación al transporte público, Saravia detalla: «Los micreros, sin embargo, no pueden acceder a créditos para mejorar sus vehículos o ampliar sus servicios porque no tienen propiedad sobre las líneas o tramos que recorren diariamente». ¿Y de quién es la culpa? ¿No serán los dirigentes de las federaciones, dueños de líneas de micro, quienes ejercen sus abusos contra los choferes? ¿No es esta injusticia debida a la excesiva libertad que se da a, por ejemplo, las más de 140 líneas de micro existentes en Santa Cruz o las más de 40 líneas existentes en La Paz, para sortearse las rutas y avanzar a pasos acelerados poniendo en peligro las vidas de cientos de pasajeros?

Respecto al régimen político, Saravia asegura: «Los gobiernos de izquierda no están interesados en proteger o definir la propiedad privada de los productores porque prefieren mantenerlos dependientes de sus dádivas generando clientelismo e ineficiencia». ¿Es izquierda sinónimo de comunismo solamente? ¿No es izquierda más bien toda idea tendiente a una Revolución radical? ¿No caben en esta definición los regímenes de Trudeau en Canadá o Biden en Estados Unidos, tan afanados en promover la teoría queer y el aborto, ideas que destruyen los fundamentos de una sociedad sana, pero no necesariamente como gobiernos socialistas?

Saravia además sentencia: «Un gobierno liberal transformará al país poniendo al individuo, y no a los colectivos identitarios, al centro de la sociedad». ¿Seguro de que esto va a suceder? ¿No está acaso el individuo sometido a las normas del ‘mercado’, regulado por ciertas empresas poderosas que aplastan a los pequeños productores? Bajo el liberalismo, ¿no estaría acaso el individuo solo, sin regulación laboral suficiente, ante la tiranía del precio que decida pagar injustamente el jefe por el trabajo prestado?

Después de todo, recordemos que, como explica Ferrara:

Los capitalistas fueron cruciales para imponer códigos legales y reglas uniformes establecidas por el Estado, la abolición de los gremios y otros cuerpos sociales intermedios, la abolición de las leyes que prohíban el comercio los domingos y festividades religiosas, la abolición de las leyes contra la usura, y una multitud de otras “reformas” impuestas por el Estado que limpiaron todos los matorrales del paisaje socio-económico, otrora cristiano, que habían interferido a la especulación a nivel global. El capitalismo así logró, a través del ejercicio del poder estatal, “aún mayores ventajas de haber sido capaz de expandirse a través de los amplios territorios de un Estado en los cuales las subestructuras feudales fueron demolidas una por una”.

Adicionalmente, señala:

La palabrería austriaca sobre el mercado “puro” o “ilimitado” no es simplemente algo académico sino directamente una absoluta utopía. En el mundo real, los grupos empresariales y financieros y el Estado trabajan juntos, incluso a menudo a pesar de sí mismos, para determinar el destino del hombre común; y el papel de la corporación multinacional en el triunvirato reinante es cada vez más dominante.

Y también argumenta:

La venta de anticonceptivos y el aborto, judicialmente protegidos y subsidiados por el gobierno, que efectúan las empresas del “libre” mercado ha sido instrumental para la construcción de una cultura de la muerte de cientos de millones de víctimas vivas y fallecidas, tanto individuos como familias.

Continuando con Saravia, este tiene un planteamiento problemático: «El objetivo de los primeros 5 años será mover a Bolivia del puesto 167 del índice de libertad económica de la Fundación Heritage (de un total de 176 países) a uno de los primeros 100». ¿Tiene la economía que ver solo con números? ¿No son acaso las matemáticas más bien una herramienta al servicio de la economía (y no al revés)? ¿Son más urgentes los números que las personas?

La economía política, o la regulación del intercambio de bienes materiales por la administración civil, es una actividad prudencial y, por tanto, sujeta a los cambios circunstanciales del ser humano. No se puede centrarlo todo en los números: hay que velar primero por la moral del pueblo, por su perfección íntegra, por su virtud. De poco sirve brindar mayores supuestas libertades si con eso se consigue una tiranía empresarial bajo la cual cada empresa hace y deshace a su antojo.

Esto lo vemos hoy con numerosas empresas y ONG financiando ideas vomitivas como el feminismo o el homosexualismo. La sodomía, la insubordinación constante, la actitud guerrillera, ¿no son producto de la publicidad que tan jugosas ganancias reporta a las empresas y a las ONG a costa de la salud moral de la población?

Por último, para Saravia, ¿cuál será el resultado de consolidar una propuesta liberal en el gobierno? «El resultado será un sostenido crecimiento económico, la apertura de muchas oportunidades de empleo en el sector formal y un salto cualitativo en los servicios para la gente». Las pruebas nos confirman que no sería así: el liberalismo ha demostrado ejercer una tiranía igual o peor que el totalitarismo al que tanto dice combatir.

Conclusión

El liberalismo no es solo algo meramente económico: el brillante intelectual Juan Donoso Cortés decía que detrás de todo problema económico hay un problema político, detrás de este un problema filosófico y detrás de este un problema moral y religioso. El liberalismo es, pues, «la doctrina que prescinde de Dios en todas las manifestaciones de la actividad humana», como señala Ramón Valle en su Catecismo del liberalismo.

El liberalismo es mucho más que ‘solo economía’: es filosofía. Una falsa filosofía, ciertamente, ideología que resulta del razonamiento sofístico y apriorismos desastrosos. Pero a pesar de todo, constituye toda una doctrina que lleva por falsos caminos muy alejados de la realidad.

No podemos esperar recetas para solucionar los problemas materiales como la pobreza y escasez de dinero. Los regímenes esquemáticos, dogmáticos y rígidos (como el supuesto ‘liberalismo económico’) son un legado del pensamiento racionalista cartesiano en su máxima evolución: el afán de querer controlarlo todo matemáticamente. La economía política es una ciencia prudencial: en la vida real, conviene flexibilizar o fortalecer las leyes estatales según cada situación o circunstancia particular, según el momento y lugar, sin amoldar el flujo de compras y ventas de manera unívoca.

Además, se necesita promover la virtud en los ciudadanos, ¿y qué mejor manera de promover la virtud que acudiendo al origen y fin de las virtudes? Dios, que contiene todas las perfecciones. Dios no es ninguna ficción más o un producto de la imaginación: es verdadero, es real, y es la perfección máxima. Dios es la medida de todas las cosas: nuestras leyes serán buenas o malas según deriven de las leyes divinas. ¿Y qué mejor intérprete de las leyes divinas que la Iglesia Católica, que cuenta con 2000 años de respaldo y documentación?

Desligar a Dios, a la Santísima Trinidad, a Nuestro Señor Jesucristo, de su regia potestad sobre todas las cosas, es un suicidio para la comunidad política, para el Estado. No se puede prescindir de Dios, o sea, del Bien, la Verdad y la Belleza, para fundamentarse exclusivamente en ideologías humanas. El liberalismo fue, es y seguirá siendo pecado, porque implica una falsa exaltación de la libertad; libertad que redunda en licencia para hacer lo que a uno le dé la gana sin importar la moralidad de los actos.

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  • Este artículo no es honesto, se encuentra influenciado por la opinión personal del redactor. No tiene objetividad, por lo tanto resulta falaz y peligroso, pues el objetivo es confu dir al lector. Realizando un análisis equilibrado y no sesgado se hace evidente la falta de coherencia del articulo y lo inclinado hacia el populismo destructivo y aprovechado que implantan los modelos llamados socialistas.