Este 9 de abril se recuerda una fecha que marcó la historia de Bolivia para siempre: la Revolución del 52. Se da por sentado que fue un acontecimiento de sumo bien para toda la población en este país, y que además, había mucha injusticia y la pobreza antes de que eso ocurriera. Sin embargo, ¿realmente fue así?, ¿podemos los católicos reivindicar estos hechos?
Lo que sucedió esa fecha
La Revolución del 52 fue una insurrección protagonizada por el Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR), sus fuerzas políticas aliadas y masas alentadas por ellos. Este alzamiento se produjo con la intención de derrocar al gobierno e instaurar un nuevo régimen nutrido de ideologías principalmente izquierdistas.
Miembros de la Policía y del Ejército se iban sumando poco a poco a los sublevados, y con el paso de los días, luego de 490 muertos y casi 1.000 heridos, la Revolución se consolidó en el poder. Una junta revolucionaria presidió el país hasta que el 15 de abril regresó del exilio Víctor Paz Estenssoro, quien tomaría el mando del primer periodo presidencial del MNR.
Durante unos doce años y en tres etapas presidenciales, el MNR impulsó cierto totalitarismo en Bolivia, llegando a instalar campos de concentración. Cientos de bolivianos fueron impunemente torturados, vejados y asesinados en los campos de Uncía, Corocoro, Catavi y Curahuara de Carangas.
La represión del MNR constituye incluso una herida profunda para el oriente boliviano, dada la brutalidad del régimen de Hernán Siles Zuazo y el Control Político que delegó a Luis Sandoval Morón la persecución política en la zona de los llanos. Principalmente en Santa Cruz, la población reclamaba inversión y desarrollo para su región, bajo el liderazgo del Dr. Melchor Pinto Parada. Uno de los episodios más dolorosos de esta experiencia fue la masacre de Terebinto, mediante la cual el gobierno de Siles Zuazo ordenó a miles de campesinos avanzar hacia el oriente boliviano para reprimir las protestas contra su gobierno.
Adicionalmente, la Central Obrera Boliviana (COB), dirigida por el trotskista Juan Lechín Oquendo, tuvo gran poder de decisión a lo largo de esos años, compartiendo el gobierno con el MNR e impulsando la persecución a sus enemigos políticos. Es así que la COB y el MNR armaron milicias armadas de obreros y campesinos que pretendían sustituir al Ejército, con el fin de reprimir a todo aquel que se rebele contra el gobierno.
Veamos lo que dice el profesor Hugo Celso Felipe Mansilla en su artículo La Revolución Nacional de 1952 en Bolivia: un balance crítico:
La vida cotidiana, especialmente en el periodo 1952-1956, estaba determinada por la represión y la demagogia. El tratamiento coercitivo de los opositores políticos por parte del gobierno alcanzó tal grado que se necesitó campos de concentración para encerrarlos —naturalmente, sin proceso alguno y sin que se pudiese apelar a una multitud de disposiciones constitucionales y jurídicas que seguían en vigencia. Se crearon órganos estatales sin fundamento legal para el control y la represión de la población, fenómenos, que si bien no eran ajenos a la vida política del país desde la fundación de la república, adquirieron a partir de 1952 el carácter de lo sistemático y tecnificado. Las prácticas opresivas toleradas hasta entonces habían sido evídentemente brutales, pero, al mismo tiempo, accídentales, momentáneas y dispersas; con el advenimiento del MNR al poder aquéllas se tomaron ordenadas, eficientes y despiadadas, ejecutadas por instancias todopoderosas, exentas de vínculos legales, dotadas de amplia autonomía de gestión y libres de inspección de parte de la administración pública.
La ideología del MNR
El MNR, creado en 1942, tiene como principales ideólogos al ateo Carlos Montenegro, dirigente de la Confederación Socialista, y el izquierdista Walter Guevara Arze, líder del Partido Socialista Obrero Boliviano. Ambos grupos simpatizaban con el pensamiento del comunista peruano José Carlos Mariátegui, es decir, propugnaban la gestación de un socialismo nacional, alimentado por el indigenismo y el populismo.
Precisamente debido a este indigenismo fue que el gobierno llegó a promover el racismo a la inversa. Por ejemplo, Juan Lechín afirmó que Bolivia no quería profesionales de cara blanca, sino de cara morena (indios y cholos). El historiador Jorge Siles Salinas asegura: «El MNR ha podido movilizar en su apoyo a las turbas indígenas, utilizándoles esta vez como un instrumento, valioso por su agresividad vengativa».
Así lo describe Guillermo Bedregal en su obra Víctor Paz Estenssoro, el político:
El núcleo fundador, en su mayoría, provenía de las ideas nacionalistas con mayores o menores énfasis en el populismo de izquierda, cuya metodología de análisis —eso sí— era común a todos. Víctor Paz, Montenegro, Céspedes eran de esa corriente. Guevara tenía un pensamiento más afincado en las categorías filosóficas del ‘marxismo científico’, aunque con grandes influencias mecanicistas sansimonianas y del pensamiento leninista. Dentro del grupo fundacional, finalmente no es extraño el pensamiento antiliberal de tendencia totalitaria, como es el caso de José Cuadros Quiroga y Roberto Prudencio.
Este partido boliviano centraba sus críticas en lo que denominaba «la oligarquía minero-feudal», es decir, hombres adinerados, industriales mineros y terratenientes. Principalmente, los que componían ‘la rosca’ o ‘los barones del estaño’, es decir, los empresarios Simón I. Patiño, Carlos Víctor Aramayo y Mauricio Hochschild.
Más allá de lo justo que pueda ser oponerse a prácticas y abusos de algunos individuos y grupos liberales y despiadados, es importante contrastar el discurso con los hechos. Toda ideología tiende a contradecirse en la práctica, debido a que carece de la gracia divina necesaria para ser coherente con las ideas.
Se atribuye al MNR la ‘nacionalización de las minas’ por haber creado la Corporación Minera de Bolivia (Comibol). Sin embargo, lo cierto es que el partido indemnizó a Patiño y Hochschild, obviamente por el gran nivel de poder que tenían estos personajes. Además, ellos obtuvieron importantes beneficios impositivos y jurídicos, pero esto no nos lo cuentan lo suficiente los historiadores y periodistas.
Además, el MNR se denominaba ‘antioligárquico’ pero obtuvo buen apoyo de los Estados Unidos. El gobierno del MNR recibió ayuda logística y económica por las gestiones realizadas entre Víctor Paz y los presidentes Kennedy y Eisenhower. El diplomático Eduardo Anze Matienzo denunció estas irregularidades así: «Eisenhower interviene en favor del gobierno comunista de Paz Estenssoro, proporcionándole medios extraordinarios para sobrevivir contra la voluntad nacional».
Repercusión
En el libro Historia de Bolivia, el historiador paceño Carlos D. Mesa considera que la Revolución del 52 es uno de los «tres grandes procesos revolucionarios» de Hispanoamérica, junto a la Revolución Mexicana (1910) y a la Revolución Cubana (1959). Posiblemente haya sido así, pero vale la pena recordar que el MNR sostuvo un procedimiento contradictorio en el que alentaba la violencia terrorista y a la vez legitimaba sus acciones con normas previas a su régimen.
El profesor René Antonio Mayorga lo analiza así en su artículo La democracia o el desafío de la modernización política:
Las prioridades del núcleo dirigente en torno a Paz Estenssoro eran más de desarrollo económico que de transformaciones políticas radicales. Puesto que disponía de una legitimación también revolucionaria, el MNR apeló más bien, respecto al orden político institucional, a la legitimidad constitucional para gobernar que le fuera conculcada en 1951 por la junta militar. Fue manifiesta, en este sentido, la voluntad del gobierno del MNR de resolver el problema normativo que la destitución violenta de las fuerzas tradicionales implicaba. El MNR recurrió entonces a los principios normativos del marco constitucional tradicional y, de esta manera, enfatizó claramente su política de continuidad constitucional. Por consiguiente, tampoco abrogó la constitución vigente de 1947 ni menos se propuso reformarla.
Entonces, ¿ante qué nos enfrentamos? Simple: ante una coalición COB-MNR que tambaleó entre la práctica de la violencia estatal y campesina y el disfrute de ciertas riquezas y privilegios institucionales propios de regímenes anteriores. Inclusive, el partido enfrentaba rupturas internas que se profundizaron con el paso de los años, llegando a constituir tres partidos distintos en 1960.
Lo que comenzó el MNR hoy lo continúa el MAS (Movimiento Al Socialismo), impulsando un odio inmenso contra el orden creado por Dios y una idolatría pagana a los falsos dioses andinos. Además, el narcotráfico, introducido por el MNR y consolidado por los regímenes democráticos posdictatoriales, tiene también su florecimiento bajo el actual régimen del MAS en Bolivia, logrando cuantiosas sumas de dinero repartido entre los burócratas del Estado.
Si el MNR aclamaba al indigenismo impulsado por el pensador Franz Tamayo, el MAS aglutina a las masas bajo los principios dictados por el indianismo del anticristiano Fausto Reinaga. Lo que Víctor Paz inició en 1952 lo consolida Evo Morales en 2006: una Revolución, destrucción del orden, imposición del caos y consolidación de la iniquidad.
Todo esto no significa que debamos aclamar y glorificar a quienes gobernaban antes del MNR en Bolivia. No se trata de exaltar a Hertzog, Urriolagoitia o Ballivián. Simplemente es una cuestión de rechazar ideologías, formas de pensar claramente contrarias a nuestra fe católica por su contenido subversivo y falsificación de la realidad.
Lo que debemos hacer los católicos
Dadas las circunstancias, podemos concluir que ningún católico boliviano ni extranjero en su sano juicio debería proclamar como sana, buena, justa o necesaria a la Revolución del 52. Los elementos marxistas y revoltosos presentes en estos acontecimientos dan suficiente cabida a pensar que no deberíamos respaldar esta ideología ni ninguna otra.
Ahora bien, es cierto que había ciertas injusticias en Bolivia antes de 1952, pero eso no significa que debamos abrazar la Revolución. Ninguna situación es excusa para impulsar ideologías perniciosas manipulando a las masas con razonamiento sofístico y llevándola a pelear por una causa peligrosa.
Ya había personas que ponían de su parte para mitigar la pobreza en este país, personajes como Santa Nazaria o Eduardo Nina realizaban una labor admirable en pro de los indígenas y campesinos. Sin necesidad de adherir al comunismo ni al socialismo, varios bolivianos pusieron el hombro para sacar adelante a su gente.
Santa Nazaria Ignacia March fundó en 1933 el primer sindicato de mujeres en Bolivia. Amas de casa, campesinas, comerciantes que llegaban a la ciudad de Oruro recibían acogida en esta organización. La experiencia se replicó en la ciudad de Santa Cruz, mediante el Instituto ‘María Goretti’, dirigido por las hermanas de la Congregación de Misioneras Cruzadas de la Iglesia desde 1957.
Por otro lado, Eduardo Nina Quispe fue un indígena aymara que fundó la Sociedad República del Qullasuyu en 1930 para reclamar por las injusticias que sufría su gente. En su obra Los títulos de composición de la corona de España, Nina reivindica los territorios de los ayllus y comunidades otorgados siglos atrás por la monarquía hispánica a los nativos del lugar.
En esa época y desde décadas atrás, era común que los indígenas exijan a gobiernos republicanos la recuperación de sus tierras usurpadas por las guerrillas que consolidaron la ‘independencia’ de Bolivia. Para hacerlo, no necesitaron de ideologías modernas como el socialismo o el comunismo, simplemente el recuerdo de un hecho histórico: que bajo la coronan española los indígenas vivían mejor que bajo el yugo liberal-republicano.
Lamentablemente, con el paso de las décadas, los sofistas que recogían ideas vertidas desde el primer mundo tuvieron éxito en la propaganda de sus doctrinas. Es por esto que, en el Congreso Indigenal de 1945, aparece una tendencia socialista en algunos indígenas, influidos por el MNR y más vinculados a partidos políticos que a sus comunidades originarias. Es así que el emenerrismo logró desarraigar a cierto sector de los indígenas para utilizarlos en favor de su contienda doctrinal.
Como se vio, los católicos ya hacían obras en favor de los más humildes y necesitados sin recurrir a ideologías modernas. Es por eso que necesitamos despojarnos de la propaganda emenerrista y estudiar más a fondo nuestra historia, con la suficiente seriedad para abrazar la verdad y el bien. Ninguna Revolución puede sustituir con éxito el orden querido por Dios.
Así lo denuncia el Santo Padre Pío XI en su encíclica Divini Redemptoris:
Los jefes del comunismo aparentan ser los más celosos defensores y propagandistas del movimiento por la paz mundial; pero, al mismo tiempo, por una parte, excitan a los pueblos a la lucha civil para suprimir las clases sociales, lucha que hace correr ríos de sangre, y, por otra parte, sintiendo que su paz interna carece de garantías sólidas, recurren a un acopio ilimitado de armamentos.