La foto que observas, amable lector, representa el día de mi «resurrección» personal, luego de 96 horas de muerte clínica y 48 de aterrizaje en la nueva realidad. Fue captada el miércoles 23 de noviembre de 2011 en mi cubículo de la UCI Cardiovascular de la Clínica Colombia. Pesaba 109 kilogramos y mi FEVI (Fracción de Eyección del Ventrículo Izquierdo) no superaba los 20 puntos.
Detrás de esa foto hay un compromiso elocuente con la vida; una batalla y una actitud de confianza en Dios, después de enfrentarme, cara a cara, con el fin de mi existencia. En consecuencia, podemos afirmar que simboliza el triunfo de la fe y de la esperanza sobre el miedo.
Aunque todavía no había sido informado de mi condición de paciente crónico, sabía en cuerpo y alma que la dolencia que había sufrido era de magnitudes que no se podían disimular. Empezaba a disminuir la hinchazón, me bandeaba lo mejor posible con la lentitud de movimientos, había superado la prueba de verme conectado a tres torres de aparatos. En ese momento sólo tenía oxígeno permanente y apoyo con líquidos intravenosos. Había podido ir al baño, ya me habían quitado la sonda y los pañales.
No obstante, depender de un equipo de médicos y enfermeras que no me quitaban los ojos de encima, era algo a lo cual me había tenido que adaptar sin ningún reparo.
Así fue el comienzo de esta prueba de fe, que me acompañará hasta la tumba, pues la insuficiencia cardíaca congestiva que padezco está ahí y es, como un sparring de boxeo, aliciente permanente para no dejarme caer en el ring.
Desde el instante que regresé a este mundo, lo primero que pensé fue en la necesidad profunda de Dios. Sabía que esta gesta de supervivencia tenía que hacerla de su mano. Jamás me he preguntado por qué a mí, ni he puesto en jaque al Padre con interrogantes de ese estilo. Pasó lo que pasó y punto. He tenido que agachar la cabeza y aceptar el desafío diario de superar enormes retos físicos. Hasta ahora, los resultados son excelentes: camino 9 kilómetros diarios y me siento muy bien.
En este proceso, acercarme a Dios ha sido definitivo, pues como paciente cardíaco, la carga de medicamentos que debo consumir es significativa. Gracias a la oración, la disciplina en el ejercicio y al cuidado de la dieta, he pasado de 10 a 7 pastillas diarias. Luego de casi 7 años de lucha, he superado las 18.000 pastillas ingeridas, no sé cuántos pinchazos e innumerables exámenes, pruebas de esfuerzo, dos sesiones de medicina nuclear y hasta una escalabrada que me sacó sonrisas…
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Cuando debes convivir con una enfermedad crónica, lo mejor que puedes hacer es aceptarla, asumirla y seguir adelante, siempre con humildad y paciencia.
La rutina diaria implica agradecimiento, exigencia personal, disciplina, lectura y oración privada; en mi caso particular, estos momentos de espiritualidad, cobran vida en la intimidad de mi habitación, con los ojos cerrados, en silencio.
Frecuentar los sacramentos sirve muchísimo para sobrellevar las dificultades cotidianas que puedan presentarse en términos de salud. Doy fe de que el diálogo permanente con Jesús, entablar una relación personal con Él, y conocer la vida de magníficos compañeros de oración, como san José, san Francisco de Asís, san Luis María Grignon de Monfort, san Ignacio de Loyola, el santo cura de Ars, san Pío de Pietrelcina, san Maximiliano Kolbe, santa Teresa de Calcuta y san Juan Pablo II, así como asistir a Misa la mayor cantidad de veces posible, confesarse y comulgar con Amor, es fundamental para tomar fuerzas y seguir en pie. La visita al Santísimo y rezar el Santo Rosario delante del Señor también son de mucho provecho.
En medio de nuestras pequeñeces, errores, defectos y debilidades, seamos conscientes que ahí está Dios, a nuestro lado; ahí está Jesucristo, con su corazón abierto, infinito en Misericordia y Fortaleza para nosotros. Benditos sean. Amén.
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