Testimonios

Tres paros cardíacos, muerte súbita, Paraíso y regreso

Siguiendo con el relato de este testimonio, compartiremos con los lectores de Razón+Fe los acontecimientos vividos en las horas críticas de la experiencia cercana a la muerte que vivió el autor, colombiano, en noviembre de 2011.

Puedes leer la primera parte de mi historia: Cómo levantarse de la muerte y no fallar en el intento

El trayecto que separa a la Universidad donde trabajo de la clínica a la que fui remitido es rápido y silencioso. Escenas de alerta evidentes son las que se desarrollan en Urgencias: un electrocardiograma realizado con sofisticados equipos arroja pésimos resultados.

Sé que me estoy yendo… Las expresiones de los médicos son elocuentes. No necesitan emitir ninguna palabra, la tensión es máxima. La evolución del infarto avanza inexorablemente: pronóstico reservado.

La primera angioplastia -de las dos que serán realizadas-, comienza con una amable advertencia: “vas a sentir una pequeña molestia; vamos a hacer un corte en la ingle, para llegar a la arteria femoral, introducir la cámara por ahí y ver lo que está pasando…” Mientras escucho estas palabras, no se detienen. Siento que llegan a mi corazón. Me doy cuenta que la muerte me está llamando. Lo último que alcanzo a oír es una expresión de asombro: “¡Uy, por Dios…! Por favor, vamos hacia arriba, a la izquierda… ¡Por Dios: la descendente anterior está totalmente tapada…!”

En ese instante sufro un paro cardíaco, que no alcanza el minuto de duración. Me desconecto de este planeta. La pericia del médico me trae de vuelta. Entro en un mundo de paz absoluta. Así termina el día 16 de noviembre de 2011 para mí.

El jueves 17 recibo la ayuda espiritual que estaba solicitando desde el mismo ingreso a la clínica. Puedo recibir la indulgencia plenaria y los santos óleos. Una imagen de la Virgen de Guadalupe siempre está conmigo.

Pasan las horas y una de las arritmias que me atacan, provocará un segundo paro cardíaco -mucho más grave que el primero-, pasadas las seis de la tarde: sufro un shock cardiogénico (muerte súbita) por espacio de 15 segundos, tiempo en el cual me veo en el rol de cadáver, pues me desdoblo y alcanzo a observar cómo el médico hace todo lo posible para devolverme a la vida. Tres electrochoques son eficazmente administrados.

No veo túneles ni nada por el estilo. No experimento ningún tipo de dolor, pues una gran cantidad de medicamentos corre por mis venas. Me remiten nuevamente a hemodinamia, donde me harán un segundo cateterismo para implantarme un balón de contra pulsación aórtico, a fin de permitirle a mi corazón algo de movimiento.

En esas difíciles horas, mi fracción de eyección (FEVI) -es decir, la fuerza con que bombea el ventrículo izquierdo-, apenas alcanza un 15%, nivel que equivale a mucho menos del mínimo vital posible. Al finalizar ese terrible jueves, el viernes 18 me recibe con un tercer paro cardíaco que es hábilmente conjurado por los médicos. En medio de ese tremendo episodio de salud, conozco el Paraíso: jamás dejo de estar en presencia de Dios, ni de responder con obediencia a lo que exigen las circunstancias: “Francisco, Francisco…”, me susurran con frecuencia.

El sábado 19 de noviembre de 2011 es una jornada de horror. Dado que el aturdimiento cardíaco que padezco y la pírrica fracción de eyección que presenta mi corazón no auguran ningún tipo de esperanza, esa tarde se decide mi traslado a una nueva clínica en la mañana del domingo 20. Me encuentro conectado a tres torres de aparatos: mi vida se mantiene artificialmente.

El traslado a la nueva clínica es milimétricamente calculado. Pasa el día y llega el lunes 21. Lo primero que puedo ver al despertar es el techo inmaculado y blanco de mi habitación.

El sonido constante de monitores que vigilan el curso de mi corazón, con más ganas que vida, se convierten en la melodía que aprendo a interpretar en la nueva dimensión que acaricio con la tranquilidad de un “resucitado”.

Entre el 21 y el 23 de noviembre mi corazón logra alcanzar un FEVI del 22-25%, porcentaje que me libra del trasplante que habían sugerido para mí. Un verdadero milagro, como lo reconocieron los médicos tratantes.

Espera la última parte de este testimonio en la próxima columna, en la cual describiré mi experiencia del Paraíso.

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