Testimonios

Cómo levantarse de la muerte y no fallar en el intento

El 16 de noviembre de 2011 sufrí un infarto agudo al miocardio; posteriormente, entre ese mismo 16 y el 18 viví tres paros cardíacos, una muerte súbita de 15 segundos; y fue declarada mi muerte clínica. Durante 96 horas tuve el honor de presenciar la experiencia más espectacular que haya podido imaginar: estuve en el Paraíso.

Fui testigo de tres visiones, donde además de aprender principios esenciales, Dios Padre me brindó la oportunidad de volver a vivir. En términos concretos, perdí la mitad de mi capacidad cardíaca y mi corazón quedó severamente lesionado.

Disciplina en el cumplimiento de nuevos hábitos, una enorme cantidad de medicamentos diarios, dieta rigurosa y muchas ganas de compartir mi experiencia, son el norte que inspira mi nueva vida: un milagro.

Luego de enfrentar a la muerte y levantarme, deseo con todas mis fuerzas, que los seres humanos que habitamos esta Tierra, asumamos un compromiso sencillo: ver a los demás con cariño, sintiendo que nadie está por encima de ninguna persona.

En esta primera colaboración para Razón+Fe, quisiera recordar cómo fue el infarto. Devolvámonos a ese día que cambió mi vida para siempre:

Bogotá amanece terriblemente fría, con amenaza de lluvia. Son las seis y cuarenta y cinco minutos de la mañana. Me dispongo a tomar un taxi para llegar a dar mi clase de Ética. La cita con mis estudiantes es a las siete. Minutos antes de salir de mi casa, a eso de las seis y treinta y cinco, tomo un antigripal. La noche ha sido muy corta, el sueño insuficiente…

Contra el tiempo, como es la costumbre cada miércoles, tomo un taxi. A la altura de la calle 100 con Autopista Norte, en la oreja del puente, dirección norte-sur, siento un malestar bastante extraño para mí. Un dolor comienza a despertarse con inusitada seriedad. Mis dos brazos se entumecen, el aire me falta y mi pecho se comprime. La sudoración se evidencia: las gotas caen por mi rostro profusamente. Sin duda, entiendo que ese dolor que va en aumento es un infarto. Lo distinto en este caso, es que las dos extremidades superiores son las que avisan; no sólo el brazo izquierdo…

Los síntomas me aterran. Debo pensar rápido. El conductor avanza sobre el puente de la calle 92, justo en el momento en el que se acostumbra decidir qué ruta seguir: ¿nos vamos por la Autopista, rumbo a la calle 82, o tomamos la paralela para desembocar en la carrera 17 y subir hacia el Oriente por la calle 74?

No hay tiempo que perder. Le digo al taxista, quien al verme por el espejo retrovisor se pone blanco como un papel, que en ese momento “no me estoy sintiendo bien.” Abro la ventana y empiezo a respirar con calma. El aire es escaso, pero la tranquilidad que asumo y la Fe que nunca me abandona, me permiten manejar la situación con cabeza fría: lo que me está pasando no es un chiste.

Pongo mi corazón y mi vida en las manos de Dios,  me aferro a mi amor de toda la vida: la Virgen María, mi Protectora.

La Providencia me echa una mano, pues no hay tráfico, y en menos de cinco minutos, arribo a mi destino. Sin pensarlo dos veces, me bajo del taxi; empiezo a caminar normalmente. La jornada no pinta bien para mí. Me persigno.

Aún no comprendo cómo, pero logro llegar por mis propios medios a la enfermería. Me reciben con total atención, y lo único que atino a decir es “tengo un infarto.” La palidez de mi rostro, los labios oscuros y la expresión de mis ojos, hacen que en un segundo todo el equipo médico tome cartas en el asunto.

Me atienden con eficiencia y rapidez. La valoración es minuciosa y de inmediato me empiezan a suministrar oxígeno. Seguidamente, me practican un electrocardiograma básico que confirma mi sospecha.

Con prudencia, me informan sobre la gravedad de lo que me está pasando. Mientras respondo las preguntas que me formulan, de manera simultánea solicitan una ambulancia, que en menos de quince minutos, está estacionada a escasos metros de la puerta de la enfermería esperándome.

Continuaremos el relato de este testimonio en la próxima columna.

Vivamos el amor como lo pidió Jesús de Nazaret, creando vínculos que nos permitan tener espacios de unidad, donde los valores universales se transformen en realidad humilde cada día. Este es el verdadero poder de quienes en lugar de estar persiguiendo la “fama y la gloria”, ofrecen con sus actos la GRANDEZA.

Razón+Fe te invita a visitar este blog: www.elcieloquierevolver.blogspot.com.co

*Imagen: tomada de Internet.

 

Leave a Comment

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.