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Según un análisis de The Economist, en los últimos años ha disminuido notablemente la obsesión por la corrección política e identitaria que se apoderó de las grandes empresas y universidades de Estados Unidos.
Una encuesta de Gallup muestra que en 2021 el 45% de los estadounidenses estaban muy preocupados por las cuestiones raciales, una cifra récord. Desde entonces, ese nivel de preocupación ha bajado a alrededor del 35%. También se observa menos presencia del tema en los medios de comunicación comparado con la emergencia absoluta que se percibía hace unos años.
Tomando como referencia la expresión «privilegio blanco», central en el discurso woke, The Economist comprobó que su mención en el New York Times pasó de 2,5 veces por millón de palabras en 2020 a sólo 0,4 veces por millón en la actualidad. Es decir, el tema del «privilegio blanco» ha dejado de estar entre las prioridades del periódico progresista más importante de EEUU.
Esta tendencia de retroceso es especialmente visible en la cultura corporativa de las empresas multinacionales. Hace poco, Toyota anunció en una nota interna que se centrará en «compromisos que impulsen nuestro negocio», dejando atrás el apoyo a causas LGBT y otras reivindicaciones.
Otras empresas que han dado marcha atrás son Lowe’s, John Deere, Bud Light, Harley Davidson, Brown Forman (productora de Jack Daniel’s) y el banco JPMorgan. Todas han abandonado iniciativas sobre diversidad e inclusión que se habían autoimpuesto.
En 2020-2021 las ofertas de empleo en departamentos de Diversidad, Equidad e Inclusión (DEI) crecieron exponencialmente, pero en 2023 se registra una caída del 63% según la plataforma ZipRecruiter.
También las universidades están cambiando de rumbo. Tras una etapa de expansión y enormes inversiones, ahora se están reduciendo las oficinas antidiscriminatorias y limitando sus competencias. Pero aún falta. Denuncias como la que se cita a continuación, demuestran la vergonzosa caída de la calidad de los estándares de formación avanzada, ciencia e investigación en casi todas las universidades del mundo, por cuenta del imperio ideológico.
The Economist argumenta de manera falaz e hipócrita que «el auge del pensamiento woke no se debió tanto al movimiento Black Lives Matter sino a la irrupción de Donald Trump, cuya presidencia confirmó la visión de EEUU como un país irremediablemente racista y opresor». Y que «su derrota electoral habría quitado fuerza a esa idea».
Nada más lejos de la realidad. El wokeísmo se venía extendiendo e imponiendo como una matriz ideológica en todo el mundo, no sólo en los Estados Unidos, obligando a toda clase de empresas, organizaciones e instituciones a casarse con el buenismo y a «certificarse» como «inclusivas» y «no discriminadoras», por encima de cualquier consideración de logros, competencias reales y méritos de las personas.
Precisamente por ello, un hombre de las calidades y reconocimiento mundial como Jordan B. Peterson renunció a su cargo como profesor en la Universidad de Toronto, en donde ya le acosaban para que se rindiera a la normativa ideológica imperante.
Así mismo, gracias a la presión y denuncias públicas de Robby Starbuck, muchas de estas instituciones y empresas –como algunas de las que se han citado– que se vieron expuestas públicamente por su afiliación acrítica e incondicional a dichas ideologías, incluso con publicidad y apoyo presupuestal a tales «causas», decidieron liberarse de tal yugo.
Fuente: Toyota, Ford, Harley Davidson, incluso JP Morgan abandonan el wokismo porque las lleva a la ruina