Fe

¿Palabras “en el aire”?: «El buen Dios salvará a todos», declara Francisco durante un vuelo

San Agustin

Extraño silencio ante una declaración con la que se pone en juego el destino eterno de las almas.

¿Se puede permanecer indiferente o –peor aún– en silencio ante las palabras ciertas o erróneas dichas por un Papa? ¿En particular los creyentes?

Pues bien, esto es lo que ha ocurrido –también entre los medios católicos– con respecto a las recientes “declaraciones de avión” de Francisco dichas durante el viaje de regreso de Eslovaquia.

Ya antes se había manifestado a favor de reconocer y de conferirle un estatus legal a las uniones homosexuales. Pero esta vez –y fiel a su consigna (“Hagan lío”)–, lo reitera de manera categórica y proponiendo como si fuera dogma y una verdad incontrovertible, una afirmación heterodoxa que está en conflicto con la enseñanza perenne de la Iglesia en materia de fe y dogmática:

«El buen Dios salvará a todos».

Papa Francisco

En materia de Fe y Doctrina no cabe el silencio

En otras circunstancias, sus palabras hubieran encendido las alarmas y desatado una necesaria controversia. Pero esta vez no ha sido así.

¿Cómo es posible que casi nadie quiera recabar en lo dicho y, en su lugar, la mayoría haya optado por guardar silencio y no pronunciarse ante declaraciones que tocan los fundamentos de nuestra fe y que acarrean graves consecuencias si se quiere ser fiel al Evangelio y trabajar por la salvación de las almas, que es la Ley Suprema de la Iglesia?

Porque tanto o más grave que la pérdida de una o muchas vidas humanas a causa del hambre, de las enfermedades, de los homicidios, de los atentados, de las catástrofes, de las guerras, del aborto provocado, de la eutanasia o del “suicidio asistido”, lo es que tan sólo una de ellas se condene y se pierda eternamente por falta de conciencia sobre el pecado y porque no hay quién se lo recuerde.

Sí, porque ello ocurrirá indefectiblemente mientras se complazca en su pecado y crea que la Misericordia Divina puede prescindir de la Justicia, bendiciendo y perdonando todo sin que medien un arrepentimiento sincero, la súplica de perdón, la confesión de los pecados, un auténtico propósito de enmienda, la satisfacción de obra y la necesaria reparación por el  escándalo y el daño ocasionado.

Tal parece que entre los miembros de la Iglesia hay cansancio, y éste les lleva al silencio. Un silencio que es elocuente evidencia de la fatiga que traemos y del desgaste a los que hemos llegado. Pero un silencio injustificado e injusto. Un silencio que ya no es prudente, ni consecuente con nuestra misión como bautizados. Por lo mismo, un silencio que nos debe interpelar.

Consecuencias de esta afirmación

«El buen Dios salvará a todos», no sólo es ‘un decir’, un simple estribillo o una ingenua perorata… Es una expresión bastante problemática, y muchos se preguntan: ¿Estamos ante una herejía? La sentencia es muy concreta y no se pueden negar las palabras empleadas.

De entrada, la afirmación lleva implícita la negación de un Dogma de Fe como lo es la existencia del Infierno al que van todos los condenados, es decir, los que no se salvan. El hecho de que haya quienes se condenen, implica que no todos se salvan.

Si se cree que «El buen Dios salvará a todos», se concluye que tampoco existe el infierno, pues no tendría razón de ser. Su existencia supondría una injusticia, pues ese “buen Dios”, así concebido, no podría crear un lugar semejante para disponer el destino final de sus hijos que de cualquier modo serán salvados, aunque persistan tozudamente en actos réprobos.

En consecuencia, también desaparece la idea del mismo y, si acaso se tolera, sería como una especie de “lastre” para la teología imperante. En el mejor de los casos, no tendría más que un sentido inmanente y materialista; es decir, la idea de infierno no sería más que un sinónimo de sufrimiento o de injusticia terrenales, y se asimilaría y explicaría de manera idéntica a la noción pagana de “karma”: como algo que se paga aquí en la Tierra o, más bien, “se equilibra” durante alguna etapa o en algún momento de la vida.

Así las cosas, desaparecen también –por innecesarias– la idea del pecado y la consecuente moralidad de los actos humanos. En síntesis, se derriban los cimientos de la Antropología Cristiana: no tendríamos necesidad de una idea cristiana del hombre y, en consecuencia, tampoco de la redención, pues la vida y la Creación estarían referenciados únicamente en un “Summum Bonum Humanae”.

Todo obedecería a una falseada idea de “gracia” en la que el hombre sería el “supremo bien de sí mismo”, y viviría bajo una especie de perfección y de armonía angelical en las relaciones humanas –que es la idea base del liberalismo–, incluso sin necesidad de un “Dios”, ni siquiera ya de un “buen Dios”.

El resultado de esta forma de pensar y de entender, salta a la vista. Es una completa demolición: si no importa cómo se vive, mucho menos importarán las consecuencias. Y así se cumple aquello de que “Ancha es Castilla”.

En materia de fe, las consecuencias son terribles, pues según dicha expresión “no existen las postrimerías del hombre… Sólo hay Cielo”, ha dicho alguien. Pero en realidad son peores: ni siquiera sería necesario el Cielo, pues la fraternidad humana haría sus veces.

Doctrina y Magisterio. “Custodes Veritatis”: Custodios de la Verdad

Esto no sólo contradice, sino que se opone directamente a lo dicho por Jesús en los Evangelios y a la Doctrina Católica que explicita la Palabra Sagrada mediante la enseñanza tradicional y el Magisterio perenne de la Iglesia.

A ésta le corresponde custodiar, defender y transmitir –sin adulteraciones– el “Depositum Fidei”, el Depósito de la Fe, la Verdad, que es Jesucristo mismo, y quien revela plenamente el hombre al propio hombre” (Gaudium et Spes, 62). En síntesis, preservar intacta y enseñar la Verdad sobre Dios y sobre el Hombre, creado a Su imagen y semejanza.

Así lo demuestra el pasaje del libro de los Hechos de los Apóstoles, en el que se pone de relieve la necesidad de una enseñanza fidedigna bajo la tutela y la guía de un Magisterio auténtico y autorizado. Veamos:

Un eunuco etíope, al servicio de la reina Candace, va en su carruaje leyendo en voz alta un fragmento de la Escritura. El Espíritu Santo arrebata al diácono Felipe, llevándolo junto al coche, y éste escucha al funcionario mientras lee. Entonces se entabla el siguiente diálogo:

“«¿Entiendes lo que vas leyendo?». Él contestó: «¿Cómo lo puedo entender si no hay quién me lo explique?»”.

Hechos 8, 26-40.

¿Qué dice la Escritura?

Consideremos ahora algunos otros pasajes de la Sagrada Escritura, que contrastan con la sentencia de Francisco.

¿Todos se salvan?

Jesús iba enseñando por las ciudades y pueblos, mientras se dirigía a Jerusalén. Una persona le preguntó: “Señor, ¿es verdad que son pocos los que se salvan?”.

Él respondió: “Traten de entrar por la puerta estrecha, porque les aseguro que muchos querrán entrar y no lo conseguirán. En cuanto el dueño de casa se levante y cierre la puerta, ustedes, desde afuera, se pondrán a golpear la puerta, diciendo: «Señor, ábrenos». Y Él les responderá: «No sé de dónde son ustedes».

Entonces comenzarán a decir: «Hemos comido y bebido contigo, y Tú enseñaste en nuestras plazas». Pero Él les dirá: «No sé de dónde son ustedes; ¡apártense de mí todos los que hacen el mal!».

Allí habrá llantos y rechinar de dientes, cuando vean a Abraham, a Isaac, a Jacob y a todos los profetas en el Reino de Dios, y ustedes sean arrojados afuera. Y vendrán muchos de Oriente y de Occidente, del Norte y del Sur, a ocupar su lugar en el banquete del Reino de Dios.

Hay algunos que son los últimos y serán los primeros, y hay otros que son los primeros y serán los últimos”.

Lucas 13, 22-30

Otro pasaje, esta vez en el Evangelio de Mateo, dice:

Como podemos apreciar, entre estos textos y la afirmación de que «El buen Dios salvará a todos» hay una distancia no sólo enorme, sino insalvable.

Lo que hace bueno a Dios no tiene nada qué ver con el hombre. Si una persona o cientos de miles de millones se condenan, eso no le resta nada a la bondad y a la perfección de Dios; así como tampoco le añade nada a ellas el hecho de que muchos se salven. Dios es bueno y perfecto, independientemente de si yo me salvo o no.

Un texto bastante significativo del Profeta Ezequiel, dice:

“Diles: «Por mi vida, oráculo del Señor Yahveh, que yo no me complazco en la muerte del malvado, sino en que el malvado se convierta de su conducta y viva. Convertíos, convertíos de vuestra mala conducta. ¿Por qué habéis de morir, casa de Israel?»”.

Ezequiel 33, 11

El insistente y amoroso llamado a la conversión es un llamado a la vida, pero deja claro que sin ésta sólo hay una posibilidad y una certeza: la muerte eterna.

En otro pasaje bíblico, el Apóstol San Pablo afirma:

Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la Verdad.

1 Timoteo 2, 1-8

Pero una cosa es el querer de Dios con respecto a sus criaturas amadas, y otra la libertad concedida por el mismo Dios a tales criaturas, la cual Él respeta. Así lo reafirma el sabio Obispo de Hipona y Padre de la Iglesia:

«El que te creó sin ti, no te salvará sin ti».

San Agustín

De modo que al sufrimiento redentor del sacrificio de la Cruz en el Calvario, se suma el dolor de Cristo por la pérdida de quienes no lo acogen ni lo aceptan, rechazando así la Misericordia de Dios, lo cual es un pecado contra el Espíritu Santo, el único pecado que “no tiene perdón ni en esta vida ni en la otra (Mateo 12, 32).

La Misericordia supone arrepentimiento y conversión

En palabras del Obispo de Segovia, España, en 2018, publicadas en el diario digital Segovia al día, éste dice:

“No es que Dios no pueda perdonar; es el hombre el que se opone a recibir la verdad y el amor. Aquí radica el drama enorme de la libertad humana que puede oponerse a Dios hasta sus últimas consecuencias”.

César Franco, Obispo de Segovia | VIERNES, 08 DE JUNIO DE 2018

De estos, dice en el mismo artículo el Obispo citado: “quien llega a tal extremo se cierra al arrepentimiento y al perdón”. Y citando a un teólogo, define el pecado contra el Espíritu Santo:

«Es una abierta oposición a Dios, cuyo Espíritu, activo en la obra de Jesús es visible a quien lo quiera ver. Allí donde actúan los hombres —también la Iglesia— su acción puede ser criticada, pero donde es Dios mismo el que actúa, el hombre que se opone a él se condena a sí mismo».

La blasfemia contra el Espíritu”.

De modo, pues, que no todos se salvan. Precisamente por ello, y como lo hemos señalado en otro artículo que recoge la reiterada e insistente idea de Francisco con respecto al tema, esta vez en relación con la llamada “Doctrina de la Justificación” (Ver artículo: Francisco dice que “Jesús justificó a TODOS los hombres”, pero…), el Papa Benedicto XVI corrigió la mala traducción de la fórmula de la Consagración Eucarística, que en ningún modo dice “por todos”, pese al deseo de Dios de que todos se arrepientan y lo reciban.

Al respecto, sugerimos y vemos conveniente leer el artículo de Gianni Valente, reproducido en Catholic.net, titulado: ¿«Por muchos» o «por todos»? Mensaje de Benedicto XVI sobre la fórmula para consagrar el vino durante la misa.

¿Qué han dicho los Santos Doctores y qué enseña el Catecismo?

Citemos el artículo ¿Hay condenados en el infierno?, escrito por el P. Carlos M. Buela, y reproducido por Catholic.net, que recoge puntualmente la doctrina de algunos Santos Doctores de la Iglesia sobre el infierno, y que destaca así mismo los aspectos más relevantes de esta. Uno de sus párrafos dice:

La fe católica afirma sin ambages que hay condenados en el infierno y que no fue destruido por Jesucristo. Como dice el Catecismo de la Iglesia Católica, citando enseñanzas anteriores del Magisterio de la Iglesia: “Jesús no bajó a los infiernos para liberar de allí a los condenados ni para destruir el infierno de la condenación, sino para liberar a los justos que le habían precedido”.

Por eso enseña Mons. José Capmany Casamitjana, Obispo Director Nacional de las Obras Pontificias Misionales de España: “Lo cierto es que el infierno existe y que allí hay y habrá condenados”, y los que tienen un mínimo de sentido común deducen: “Y yo puedo ser uno de ellos. Pondré todos los medios para evitarlo”.

P. Carlos M. Buela: ¿Hay condenados en el infierno?.

Finalmente, y a manera de epílogo, citamos brevemente algunos textos de El Catecismo de la Iglesia Católica, en los que habla taxativamente del Infierno, específicamente en el pasaje que va de los numerales 1033 a 1037.

[1034] Jesús habla con frecuencia de la “gehenna” y del “fuego que nunca se apaga” (cf. Mt 5,22.29; 13,42.50; Mc 9,43-48) reservado a los que, hasta el fin de su vida rehúsan creer y convertirse, y donde se puede perder a la vez el alma y el cuerpo (cf. Mt 10, 28).

[1035] La enseñanza de la Iglesia afirma la existencia del infierno y su eternidad.

[1036] Las afirmaciones de la Escritura y las enseñanzas de la Iglesia a propósito del infierno son un llamamiento a la responsabilidad con la que el hombre debe usar de su libertad en relación con su destino eterno. Constituyen al mismo tiempo un llamamiento apremiante a la conversión: “Entrad por la puerta estrecha; porque ancha es la puerta y espacioso el camino que lleva a la perdición, y son muchos los que entran por ella; mas ¡qué estrecha la puerta y qué angosto el camino que lleva a la Vida!; y pocos son los que la encuentran” (Mt 7, 13-14).

[1037] Dios no predestina a nadie a ir al infierno (cf DS 397; 1567); para que eso suceda es necesaria una aversión voluntaria a Dios (un pecado mortal), y persistir en él hasta el final.

Catecismo de la Iglesia Católica, 1033 a 1037

A continuación habla del Juicio Final, en el pasaje que va de los numerales 1038 al 1041, y que también es muy conveniente leer.


¿Cuál es nuestro rol?

Para algunos, las palabras de Francisco reviven el fantasma de la herejía, por lo cual suscitan la inquietud de si estamos ante ello, y entonces qué es lo que procede hacer. Ante todo, remitámonos a nuestro papel de seglares y de bautizados.

Como seglares, es decir, como laicos, lo que nos compete es una sana y completa formación doctrinal, de modo que nos oriente hacia la santificación en el cabal y pleno cumplimiento de las obligaciones propias de nuestro estado de vida: como hijos, estudiantes, trabajadores, profesionales, esposos, padres o en el ejercicio de funciones de gobierno.

Como bautizados, participamos de la Gracia Santificante a través de los Sacramentos y demás fuentes de la Gracia, y nos compete vivir de manera coherente con la fe que profesamos, por lo cual es indispensable conocerla, transmitirla y defenderla. En este aspecto, no hay excusa para alegar ignorancia, menos aún cuando tenemos el deber de superar la ignorancia vencible.

En este sentido, nos corresponde resistir al error y alzar la voz llamando la atención sobre el mismo, dirigiendo respetuosamente nuestras inquietudes a la autoridad eclesial, según el Código de Derecho Canónico, que en el LIBRO II, PARTE I, TÍTULO I “DE LAS OBLIGACIONES Y DERECHOS DE TODOS LOS FIELES (Cann. 208–223)”, particularmente en el Canon 212 dice explícitamente:

§ 3. [Los fieles] Tienen el derecho, y a veces incluso el deber, en razón de su propio conocimiento, competencia y prestigio, de manifestar a los Pastores sagrados su opinión sobre aquello que pertenece al bien de la Iglesia y de manifestar a los demás fieles, salvando siempre la integridad de la fe y de las costumbres, la reverencia hacia los Pastores y habida cuenta de la utilidad común y de la dignidad de las personas.


¿Y qué decir con respecto a la posibilidad de herejía?

  1. En primer lugar, remitimos a la definición que ofrece el Diccionario de la Real Academia Española, RAE. En sus dos primeras acepciones, la palabra Herejía se define como:

    f. En relación con una doctrina religiosa, error sostenido con pertinacia.
    f. Sentencia errónea contra los principios ciertos de una ciencia o arte.
  2. En segundo lugar, remitimos nuevamente al Catecismo de la Iglesia Católica, que en la parte en la que habla de Jesucristo como Verdadero Dios y verdadero hombre, del numeral 464 al 478, menciona y hace un recuento de las principales herejías relativas a su divinidad y humanidad.
  3. En tercer lugar, y para el caso que nos ocupa, la afirmación en cuestión lleva implícita la referencia a una Verdad de Fe definida, es decir, un Dogma de Fe. Por ello hablamos de las consecuencias que tiene el desconocer o negar el contenido de dichas verdades, en especial en lo concerniente a la Salvación de las Almas, que es la Misión Fundamental de la Iglesia, en su tarea de “confirmar a los hermanos en la fe”, no en sus vicios y pecados, para que así todos los miembros de la Iglesia podamos ser “Santificados en la Verdad” (Juan 17, 17).
  4. En cuarto lugar, conviene tener presentes y estudiar estas referencias:

    En 1656, el papa Alejandro VII, por medio de la bula Gratia Divina, definió la herejía como «la creencia, la enseñanza o la defensa de opiniones, dogmas, propuestas o ideas contrarias a las enseñanzas de la Santa Biblia, los Santos Evangelios, la Tradición y el magisterio».

    La herejía se considera una tendencia y opción de negar las verdades fundamentales de la fe en los dogmas, sin respetar la tradición, el magisterio y la Sagrada Escritura, en la cual se fundamentan dichos dogmas.

    La Iglesia católica define como herejía: “[…] la negación pertinaz, después de recibido el bautismo, de una verdad que ha de creerse con fe divina y católica, o la duda pertinaz sobre la misma” (Canon 751, Libro III, Código de Derecho Canónico).

Ver: Wikipedia, Herejía en el catolicismo.


A continuación, reproducimos un extracto de la nota publicada por Infovaticana, titulada “El Papa y las uniones civiles”, la cual comenta sucintamente las palabras de Francisco sobre su reiteración de apoyo a dichas uniones, y sobre la sentencia con la que las respalda:

El Papa Francisco dice:

«Pero el matrimonio es el matrimonio. No se trata de condenar a las personas que son así, no, por favor, son nuestros hermanos y hermanas, y debemos acompañarlos. Pero el matrimonio como sacramento está claro, está claro… A veces lo que he dicho es confuso. De todos modos, respetad a todos. El buen Dios salvará a todos -no lo digáis muy alto [risas]- pero el Señor quiere salvar a todos».

No hay ninguna duda de que el Señor quiere salvar a todos, pero la Iglesia nunca ha enseñado que «el buen Dios salvará a todos». El único obstáculo para la salvación de cualquier persona es el pecado grave. La sodomía es un pecado grave. La Iglesia está llamada por Dios a enseñar esta verdad a todos, y en particular a los que caen en este pecado.

El acompañamiento cristiano de quienes viven en pecado nunca significa decir que su estilo de vida inmoral merece el reconocimiento público y el apoyo del Estado. Tal respaldo refuerza la falsa afirmación de que las personas tienen derecho a la actividad homosexual, un derecho que el Estado debe respetar. Su salvación se verá obstaculizada, no promovida, si la Iglesia da la impresión de apoyar un estilo de vida gravemente pecaminoso y socialmente destructivo.

«La negación del estatuto social y jurídico del matrimonio a formas de convivencia que no son ni pueden ser matrimoniales no se opone a la justicia; al contrario, la justicia así lo exige». Así lo enseñó el Papa Juan Pablo II. Así lo ha enseñado siempre la Iglesia.

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