Espiritual Fe

Entre la religión y la superstición

Escrito por Marcela Cardona

“Los grupos en los que se manifiestan dones, carismas y milagros, han contribuido a que nuestra religión se convierta para muchos en superstición. La invitación a un encuentro que hable de santidad no atrae, y es precisamente esa la esencia de nuestra fe: llegar a la santidad para tener plenitud de vida eterna con Dios; pero un certamen que hable de sanación interior o física, un retiro en el que se pongan las emociones a flor de piel, atrae a miles de personas”.

Marcela Cardona Cano

Marcela Cardona Cano
  • Madre Católica de tres hijos, de profesión Administradora.
  • Dedicada a la evangelización.
  • Perteneciente a la Unión del Apostolado Católico en la ciudad de Medellín.
  • Autora de los libros: «EL VALLE DE LA DECISIÓN», «SHEKINAH, LA MORADA DE DIOS», y «DESTELLOS DE CIELO».

Dos conceptos contrarios, y podría decir que casi antónimos en cuanto a significado gramatical se refieren. La realidad, no obstante, parece hacerlos sinónimos, que caminan paralelos en el discurrir de la espiritualidad cotidiana de la gente, especialmente en mi ciudad.

El deseo de conocer, de saber qué hay detrás de la cortina del presente, hace que la gente “buena” se deje seducir por una forma de religiosidad supersticiosa, apartándose del sentido real de profesar y practicar una religión tan rica y llena de tesoros como lo es la religión católica.

Etimológicamente, el término “religión” proviene del latín «religare», que significa «volver a ligar», y fue acuñado por escritores del cristianismo de los primeros siglos y otros autores como Servius, Lactancio o San Agustín, así como por otros autores modernos. Sin embargo, para otros –y con no menor documentación– entre los que se encuentra Cicerón, «religión» proviene del también latín «relegere», que significa «volver a unir». En todo caso, hay consenso mayoritario en que el prefijo «re» en este caso no significa «renuncia» o «abandono», sino repetitividad en la acción.

Referencia etimológica del término “Religión”.

Tal como lo vemos en el sentido etimológico, religión tiene esencialmente un significado de unión, de relación, y en este caso con Dios, relacionarse con Dios, estar ligado a Dios, a su esencia, a su ser y su sustancia.

La mejor manera de estar relacionados con Dios, es a través de la oración, en la que uno mi alma mortal con su ser inmortal que se abaja para relacionarse conmigo, y lo ha hecho a través de la historia como podemos constatarlo en las sagradas Escrituras.

Para que esta religión sea más cierta, también hay una claridad y certeza: que Dios se encarnó en el vientre virginal de María y vivió durante 33 años en la persona adorable de Jesús, enseñándonos la forma correcta de vivir humanamente, unido íntimamente al Padre en cada día de su vida, hasta la muerte de Cruz, siendo resucitado por el Padre, tal como lo dicen los Hechos de los Apóstoles.

En esta vida terrena, Jesús pasó siendo sencillo y simple, haciendo vida en Él la profecía de Isaías:

Capitulo 42

“He aquí mi siervo a quien yo sostengo, mi elegido en quien se complace mi alma. He puesto mi espíritu sobre él: dictará ley a las naciones. No vociferará ni alzará el tono, y no hará oír en la calle su voz”.

Isaías 42, 1-2 – Bíblia Católica Online.

Jesús fue lo menos ruidoso posible, sus milagros los realizó por compasión y no por ostentación de su poder Divino.

La realidad de hoy en sus seguidores es todo lo contrario: existe una sed de saber qué hay más allá de lo que vemos ante nuestros ojos, nos atrae el misterio que vela el futuro.

Los grupos de oración en los que se manifiestan dones y carismas dados por el Espíritu Santo, que generan liderazgo religioso, predicadores llenos de unción en su palabra y poder de milagros, han contribuido a que nuestra religión se convierta para muchos en superstición.

La invitación a un encuentro que hable de santidad no atrae, y es precisamente esa la esencia de nuestra fe: llegar a la santidad para tener plenitud de vida eterna con Dios; pero un certamen que hable de sanación interior o física, un retiro en el que se pongan las emociones a flor de piel, atrae a miles de personas.

“Sanadores New Age”, Carismáticos, Pentecostales, Evangélicos… ¿No hay diferencia?

Ni qué decir de los apóstoles modernos, tocados y engolfados en sus dones –que finalmente no son suyos sino del Espíritu Santo–, que atraen multitudes y logran sanaciones, y mover corazones desde la sensibilidad, del ver y el comprobar el poder de Dios, manifestado en una persona.

No está mal buscar el poder sanador de Dios y su presencia en la alabanza y los grupos que mueven corazones; lo que está mal es hacerlo de manera supersticiosa y restarle a Dios su lugar, endiosando personas que van adquiriendo seguidores casi hasta el culto a la persona en sus eventos y encuentros.

Filas  interminables para una oración con un sacerdote, religiosa, monje, laico que tienen dones, dejan un sentir triste en el corazón cuando tantos sagrarios se encuentran solos y allí está el verdadero poder de Dios, allí está Jesús vivo, real y verdadero.

Da tristeza participar de una eucaristía en una parroquia recién cambiado uno de estos sacerdotes esplendorosos y carismáticos, en la que había que llevar la propia silla, porque las bancas no daban abasto para los asistentes, y ver cómo ahora con el nuevo párroco, un sacerdote anónimo y quizá más santo, la iglesia se ve medio vacía, mientras los feligreses se desplazan al barrio lejano al que fue enviado el carismático sanador.

Nuestra religión católica nos enseña a seguir a Cristo, Maestro, Camino, Verdad y Vida, no a seguir personas, que siendo tan humanas como somos todos, pueden caer de su pedestal, o están tan expuestas al ojo público, que cualquier error que puedan cometer es tomado con gran crítica y escándalo, arrastrando a muchos fuera de la Iglesia, precisamente por no tener claro que el seguimiento es a Jesús que sube al calvario en cada Eucaristía y en el silencio viene a comulgar con el corazón que humilde le reconoce en ese pedazo de pan ázimo, sin aliños, sin aspavientos, sin bombos y platillos y coros polifónicos; y que tiene la certeza que ahí en la simpleza, en lo esencial, está su poder para –con su amor silencioso– sanar el alma, el corazón, el cuerpo y llevarlo a la plenitud de una fe que no necesita multitudes para entender que Dios es Dios y que su presencia envuelve, abraza, perdona y acoge.

Con Dios no aplican las soluciones mágicas, sino el caminar en conversión para transformar el corazón hasta rendirlo a su voluntad y poder, que promete al que está agobiado y cansado, darle descanso, que no da la paz como la da el mundo, que sabe lo que necesitamos y nos invita a buscar primero su reino y su justicia para encargarse de darnos todo eso como una añadidura.

No busques los milagros de Dios, busca al Dios de los milagros y experimentarás que el verdadero milagro es sentirte amado de una forma única, profunda y permanente.

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