Marcela Cardona Cano
- Madre Católica de tres hijos, de profesión Administradora.
- Dedicada a la evangelización.
- Perteneciente a la Unión del Apostolado Católico en la ciudad de Medellín.
- Autora de los libros: «EL VALLE DE LA DECISIÓN», «SHEKINAH, LA MORADA DE DIOS», y «DESTELLOS DE CIELO».
Recorridos muchos senderos, algunos –y no pocos– equivocados, intrincados y llamativos; otros con apariencia de correctos, expeditos y sin obstáculos aparentes… Todos ellos engañosos y sin meta clara a la vista, se llega por fin y después de muchos tumbos a la única senda real, que es camino de verdad y lleva a experimentar la vida.
La vida espiritual solo tiene un camino, y es la persona de Jesús que, al día de hoy, en tantos ámbitos es manipulada a merced de doctrina varia y con manoseo de su nombre, su persona y su doctrina, trayendo corazones inquietos y buscadores como el mío a lugares de comodidad y acallamiento de conciencia que nada tienen que ver con el verdadero camino que trazó el hijo de Dios en su paso por la tierra.
Para muchos hoy, incluso dentro de nuestra Iglesia Católica, en la que pululan diversidad de grupos apostólicos que predican un evangelio distorsionado, acomodado a la necesidad del mundo, que propende por el crecimiento personal del YO expandido en la consecución de bienes, títulos, logros y reconocimiento, la vida espiritual se convierte en una gimnasia de hacer para recibir, y ese hacer tiene que ver con una distorsión de la fe, consistente en ir en pos de un Dios del que creo firmemente ha de cumplir con su poder mis más pequeños caprichos, de ese deseo del tener, del hacer y el obtener.
Después de recorrer caminos equivocados, como ya lo expresé, tras la búsqueda de poder espiritual, en tantas alternativas que lo único que hacen es convertirnos en pequeños dioses tiranos de nuestra propia vida, que dejan además de contaminación diabólica grandes vacíos interiores; y por bondad infinita de Dios que salió a mi encuentro en el camino, también transité otros senderos más limpios y en apariencia correctos, de gran devoción, actividad, apostolado y fervor, buscando en Dios lo que del mundo había perdido, pretendiendo que la fe mía moviera el corazón de Dios hacia mis caprichos humanos, en medio de Aleluyas, alabanzas y encuentros multitudinarios, siguiendo apóstoles católicos muy ungidos, llenos de dones y milagros… Entonces me topé de frente con la hermosa y real paradoja, simple y sencilla, que está clarísima en cada uno de los evangelios que nos hablan de primera mano de Jesús, Camino, Verdad y Vida; con la que se encontraron también de frente los santos, especialmente los más queridos de mi corazón, que sacudidos por esta verdad tan simple y al mismo tiempo tan compleja de llevar a cabo, cambiaron su vida y con ella impactaron el mundo hasta el día de hoy.
Evangelio de Lucas – Capitulo 9
Nótese que el evangelista Lucas nos hace el énfasis en que la invitación de Jesús es para todos, y en esa universalidad que encierra esta invitación, me tuve que sacudir y entrar en una profunda contradicción con todo lo que en prédicas de muchos prominentes sacerdotes, incluso, y otros tantos misioneros y predicadores destacados de nuestra iglesia, había escuchado: que Dios de alguna manera, como recompensa a mi fe y a mi devoción, iba a colmar mis deseos humanos, cuando en realidad la invitación de Jesús no era otra que a dejar de lado mi yo, mi deseo, mi anhelo y negarme cada día a eso que formaba entonces el motor de mi existencia, una petición recurrente, obsesiva y constante a la realización de un hecho que dependía, además, de la voluntad de otra persona.
Enfrentarme con esta verdad puso mi vida de cabeza y sumergió mi alma en la profundidad de la persona de Jesús, el Camino, el verdadero camino que hay que seguir, despojando mi ser de todo lo que era, sabía y anhelaba, para rendirlo a su querer, a su hacer, a su voluntad y a su majestad.
Tuve que asirme, en ese vértigo de miedo, de algunos que –con certeza sabía– habían ya recorrido el camino. Y, tomada de la mano de ellos, me lancé al océano sin chaleco salvavidas, en un acto no de valentía sino de rendición ante una verdad que me perseguía y me incomodaba cada vez que pretendía hacer una oración pretendiendo algo.
Gran consuelo y apoyo encontré en San Ignacio de Loyola, que me dio la fuerza para entender que el Amor y la Gracia son suficiente equipaje para recorrer el camino.
Poco a poco, remando mar adentro y engolfada en la presencia sacramental de Jesús, ante el Sagrario, sin más predicador que su voz a través de los evangelios y las homilías cotidianas de la misa diaria de parroquia, fui comprendiendo la dulce paradoja de seguirlo, y caminar con Él hasta el regreso a la patria del cielo, que nos espera también a todos.
Con Jesús lo ganamos todo cuando nos perdemos a nosotros mismos; con Jesús lo tenemos todo, cuando en cada pequeñez vemos su gracia, su bondad y su Amor.
Con Jesús no hay soledad, porque allí en ese silencio sonoro de nuestro interior nos habla quedo en un susurro suave, que nos hace sentir amados.
Muy seguramente apenas en la entrada del Camino se halla mi alma peregrina, y muchos recodos faltarán por recorrer; indudablemente también, por llorar y por orar, de lo que sí hay certeza es de que no hay otro camino que al peregrino lleve a la patria eterna.
Y para una invitación más allá y con más explicación de las palabras de Jesús en el evangelio, dejo estas de otro de los santos que han sido compañeros de mi peregrinar, San Juan de la Cruz:
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