En este breve pero sugestivo diálogo, Lewis da cuenta de su genialidad al retratar, con escasos 80 años de diferencia, a dos sociedades totalmente diferentes y plenamente idénticas a la vez.
Y al hacerlo, retrata a una sociedad, ni siquiera local, sino «global», es decir, a una humanidad entera, que tiene en común el miedo y la sugestionabilidad con los que puede ser manipulada y… Véanlo por ustedes mismos.
—¿Y cómo lograste llevar tantas almas al infierno en aquella época?
—Por el miedo.
—Ah, sí. Excelente estrategia; vieja y siempre actual. ¿Pero de qué tenían miedo? ¿Miedo a ser torturados? ¿Miedo a la guerra? ¿Al hambre?
—No. Miedo a enfermarse.
—¿Pero entonces nadie más se enfermaba en esa época?
—Sí, se enfermaban.
—¿Nadie más moría?
—Sí, morían.
—Pero, ¿no había cura para la enfermedad?
—Había.
—Entonces no entiendo.
—Como nadie más creía o enseñaba sobre la vida eterna y la muerte eterna, pensaban que solo tenían esa vida, y se aferraron a ella con todas sus fuerzas, incluso si les costaba su afecto (no se abrazaban ni saludaban, ¡no tenían ningún contacto humano durante días y días!); su dinero (perdieron sus trabajos, gastaron todos sus ahorros, ¡Y aún se creían afortunados siendo impedidos de ganarse el pan!); su inteligencia (un día, la prensa decía una cosa y al día siguiente, se contradecía, ¡Y aun así se lo creían todo!); su libertad (no salían de la casa, no caminaban, no visitaban a sus parientes… (¡Era un gran campo de concentración para prisioneros voluntarios! ¡Jajajajajaja!).
Aceptaron todo, todo, siempre y cuando pudieran prolongar sus vidas miserables un día más. Ya no tenían la más mínima idea de que Él, y solo Él, es quien da la vida y la termina. Fue así. Tan fácil como nunca había sido.