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“¡Qué pecao!” Una lucha solo jurídica ¿Pero cómo?

El aborto es pecado

…aunque un ateo, agnóstico o deísta puedan ser defensores de la vida y deban ser acogidos en los movimientos pro-vida pues la causa es común, lo cierto es que ninguna de las tres posturas ofrece argumentos de peso contra la despenalización o potencial legalización del aborto, ya que si Dios no existe (ateísmo), si su existencia no es comprobable (agnosticismo) o si existe, pero no interviene en el mundo ni creó leyes morales eternas (deísmo) ―nociones de Dios bastantes comunes en la sociedad actual― la ley positiva queda sin referente ni criterio para tener un determinado contenido moral y, por tanto, quedará a merced del poderoso de turno y de los grupos de presión o, como en el caso de Colombia, de unas cortes inicuas…

“No es del edicto del pretor, como lo piensa hoy la mayoría

ni de las XII Tablas, como creían los antiguos, sino del

corazón mismo de la filosofía de donde hay que extraer

el conocimiento del derecho”

Cicerón. De leggibus I, 17

“[El] primer elemento del concepto original de filosofía

supone (por lo menos) su sistemática y

no prejuzgada apertura a la Teología”

Josef Pieper. Sobre el inevitable dilema de una filosofía no cristiana

Sorprende, pero, más aun, duele ―y duele mucho―, comprobar cómo en medio de la gran crisis que vive la Iglesia y de la cruenta lucha cultural en la que se encuentran sus miembros, intentando combatir a la anticultura de muerte ―como la llamó el Papa Juan Pablo II―, algunos representantes de movimientos eclesiales y líderes pro-vida ataquen a aquellos que, coherentes con una visión cristiana de la realidad, presentan argumentos contra el aborto sin ocultar la inspiración religiosa y teológica de su defensa de la vida humana.

Según estos nuevos e ilustrados “adalides del progreso y la racionalidad”, no hay por qué hablar de religión y, mucho menos de pecado en la gesta pro-vida, pues eso desprestigia la causa.

De acuerdo a su extravagante visión de las cosas, la lucha debe ser solo jurídica, lo cual identifican con un debate cimentado solo en la letra de la ley positiva, idea que no solo desconoce que la naturaleza del Derecho (del latín iuris) es, fundamentalmente, moral, pues apunta a la realización de la justicia en los actos humanos y la justicia es, fundamentalmente, una virtud moral, sino que, además, es impropia de una persona con fe cristiana.

Al parecer, su conocimiento acerca del concepto de “juridicidad” carece de fundamentación científica sólida o, por lo menos, adolece de un marcado sesgo positivista, siempre peligroso, pero, mucho más, incoherente en un católico, pues la razón natural y la sana doctrina enseñan que la validez material de una ley no reside en sí misma sino en su adecuación a la Ley Natural, cuya existencia solo puede sostenerse en la Ley Eterna como gobierno racional de Dios sobre todo el universo, dado que es su monarca.

No es este el espacio para un tratado de Ontología Moral, rama de la Ética o Filosofía Moral que se ocupa de la fundamentación metafísica de los juicios morales para evaluar su validez (al respecto, se recomienda ver este interesantísimo debate entre William Lane Craig y Sam Harris //www.youtube.com/watch?v=85Es8oT3irY&t=2s), pero lo cierto es que, aunque un ateo, agnóstico o deísta puedan ser defensores de la vida y deban ser acogidos en los movimientos pro-vida pues la causa es común, lo cierto es que ninguna de las tres posturas ofrece argumentos de peso contra la despenalización o potencial legalización del aborto, ya que si Dios no existe (ateísmo), si su existencia no es comprobable  (agnosticismo) o si existe, pero no interviene en el mundo ni creó leyes morales eternas (deísmo) ―nociones de Dios bastantes comunes en la sociedad actual― la ley positiva queda sin referente ni criterio para tener un determinado contenido moral y, por tanto, quedará a merced del poderoso de turno y de los grupos de presión o, como en el caso de Colombia, de unas cortes inicuas.

Los creyentes, pues, no apelan, esencialmente, a leyes positivas superiores o a una “norma hipotética fundamental” como sugiere la absurda teoría pura del derecho de Kelsen, sino a la ley moral natural, o sea, a la bondad o maldad de los actos humanos que puede descubrirse con el uso de la razón práctica.

Que un ateo, agnóstico, deísta o protestante quiera apoyar la causa pro-vida y asista a los plantones y marchas es excelente y nadie los está discriminando, pero, precisamente por respeto a la diversidad y bien de la causa no puede ser esta una ocasión para excluir a quienes profesan su fe abiertamente en estos eventos ni, mucho menos, para rechazar la presencia de la Santísima Virgen María ―como ocurrió en Medellín el pasado 24 de octubre― en vistas a no molestar a quienes no la consideran Madre de Dios.

Al contrario, el apostolado pro-vida es ocasión privilegiada para evangelizar a todos aquellos que permanecen en el error doctrinal, pero tienen, todavía, rectitud de conciencia en cuanto protegen la vida del no nacido. Un buen católico debe estar en capacidad de ―respetando la particular creencia o postura filosófica de cada quién―, mostrar que la fundamentación moral y, por ende, jurídica de la lucha contra la legislación abortista se encuentra en el acervo filosófico y teológico de la Santa Iglesia Católica, Apostólica y Romana, síntesis máxima de las grandes conquistas de la razón humana, de la Sagrada Escritura y de la Tradición Apostólica que no se contradicen ni entran en conflicto pues nada ama Dios tanto en el hombre como el entendimiento.

Por otro lado, es falso aquello de que referir el concepto de pecado en los plantones, marchas u otro tipo de intervenciones públicas sea un error estratégico, pues la misma Mónica Roa sostuvo, hace más de una década que, precisamente, los católicos comenzaron a perder el debate cuando renunciaron a estas categorías y cayeron en el juego de un debate meramente positivista en el que la dimensión sobrenatural quedaba relegada. Así pues, a confesión de parte, relevo de prueba:

“Lo que nosotros hicimos primero fue estudiar cuáles eran los términos en que se venía dando el debate. Hicimos un estudio de los archivos de prensa desde el año 1973 para ver cómo los medios de comunicación cubrían el tema. Ahí vimos que el debate siempre era de moral y religión. Nosotros lo cambiamos radicalmente. Tratamos que el aborto siempre fuera visto como un problema de salud pública, derechos humanos y equidad de género” (2006).

Hablar del pecado exige un estudio filológico muy serio, en el que la lectura juiciosa de Pieper es una estación obligada. No se puede rechazar el uso de este concepto en el debate público, pues la cultura latinoamericana sigue siendo cristiana y, por otro lado, este tiene validez más allá de la teología dogmática o sobrenatural, como explica el filósofo germano.

Además, quienes plantean que no se deben esgrimir razones vinculadas a la religión sino solo biológicas o científicas, plantean un sofisma o falacia de falsa oposición, pues el aborto es un acto contra la vida humana, contra la dignidad y contra el recto y natural curso del dinamismo biológico de los seres, es decir, es un error biológico y moral y la palabra hamartia, de donde proviene el latín peccatum que, a su vez, dio origen a la palabra castellana pecado se traduce por error, equivocación, fallo. Habría que aclararle, entonces, a estos católicos liberales y snob que el concepto de pecado no es un invento del Cristianismo, sino que surgió en la filosofía natural de los griegos y aparece ya en su mitología, como bien indica el filósofo alemán Josef Pieper en su clásico trabajo de Hamartiología (rama bastante descuidada de la Teología), titulado El concepto de pecado:

Si intentamos delimitar el concepto de “pecado”, “cercarlo”, como gustaba de decir Goethe, se muestran inmediatamente dos campos de significación en los que él está situado, uno más estrecho y otro más amplio. El más amplio es el ámbito entero del mal, de lo privado del bien, de lo malo, del malum

De todos modos, en relación con este punto hemos de advertir que los vocablos latinos y griegos (peccatum, hamartia, con los que el Nuevo Testamento designa exactamente lo que nosotros significamos con la palabra “pecado”) originariamente tienen un sentido más amplio, no ético. Quizá no parezca sorprendente ni digno de reflexión el que Homero con el verbo hamartanein designe unas cien veces el simple hecho de que un tirador de jabalina falle su meta en la guerra. Y posiblemente tampoco sorprenda el hecho de que en Aristóteles la significación no ética de las palabras hamartia y hamartema sea la más obvia en la mayoría de los casos, con lo cual se significa, p. ej., el error del médico, la falta gramatical en la construcción de la frase, el error tipográfico, si bien, por otra parte, la Ética a Nicómaco designa con la misma palabra la falta moral” (pp. 23-24).

Todo este impase en el que muchos católicos liberales están a punto de rectificar y pedir disculpas, enseña muchas cosas, pero, sobre todo, que los argumentos de razón natural, incluido el jurídico, conducen de modo también natural verdades sobre el hombre y su dignidad cuyo sustento se encuentra en la fe católica y en la existencia de Dios, sin el cual, como dijera Dostoievsky, todo está permitido o, peor aún, nada importa, porque “los permisos resultan irrisorios cuando los significados se anulan” (Gómez, p. 91).

Bibliografía.

Gómez Dávila, Nicolás. (2005). Escolios a un texto implícito I. Bogotá: Villegas Editores.

Pieper, Josef. (1979). El concepto de pecado. Trad. Raúl Gabás Pallás. Barcelona: Herder.

Roa López, Mónica. (3 y 4 de agosto de 2006). Panel “Diferentes estrategias para el acceso al aborto legal, seguro y gratuito”. Auditorium de la Cámara de Diputado. Congreso Nacional, Buenos Aires, Argentina.

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2 Comments

  • Así es, Sr. Luis Fernando. Les pasa como le pasó a Descartes en la historia de la Filosofía. Trató de refutar a los escépticos asumiendo sus puntos de partida y acabó con la Filosofía, metiéndonos en una crisis de la que no hemos salido en cuatro siglos y eso que se creía muy católico y hasta se consideraba un apologista del Catolicismo. Estos católicos “a lo Descartes” son más peligrosos que un ateo convencido o que un hereje contumaz, pues ya decía San Bernardo de Claraval que “es mejor un hereje reconocido que un falso cristiano escondido”. Gracias por su comentario. Saludo cordial.