* Artículo de Pro Mujer
“¡Es que no quiero tenerlo…!”.
2:42pm -. Eso gritaba el corazón de Deisy. Sus ojos espabilaban titilantes y angustiados mientras miraban hacia el otro lado de la mesa, clamando el patrocinio de quien la escuchaba, esperando las palabras de aprobación: “bueno, puedes hacerlo…”.
¡Pero no! Se topó con un grito sollozante, de esperanza, que le decía:
—¡NO LO HAGAS!
Y aquella voz interna que clamaba nítidamente en el alma de ambas: “No lo olvidarás, serán muchas las cosas que tendrás que afrontar, el grito de un pequeño diciendo ‘¡Mamá!’, el llanto de otro que extiende los brazos para recibir la protección y el amparo de su madre…”.
Aquella voz proseguía, como en una especie de diálogo interior, diciendo:
—Pensarás en unos labios que ya no serán alimentados por tus pechos, en unos pies que no darán los primeros pasos, y tú misma te verás privada de aquella inmensa alegría… Tendrás que afrontar la imagen de una piñata y el recuerdo de un primer año que nunca llegó ni fue celebrado, salvo en el santuario de tu conciencia, que ahora estará oscurecido y triste.
Y continúa:
—Además, Deisy, ¿qué pasará con tu útero? ¿Permitirás que se convierta en un cementerio andante? ¿Aún puedes notar la diferencia? Tu fisiología hace parte del maravilloso milagro que Dios ha puesto en nuestra feminidad. ¿No es acaso algo para quedar perplejo el que puedas ser el recipiente donde Dios sopla y empieza a desarrollarse un pequeño embrión, con todo propio?: alma, corazón, derechos, deberes, sistema circulatorio, respiratorio, digestivo, nervioso, muscular, óseo, etc… ¿Acaso será tan fácil acabar con tanto en tan poco?: pastilla, inyección, aspiración… ¡en fin! ¿Cuantas formas de morir? Muchas, todas estas y más…
Pero no era una simple voz interna, a la manera de una conciencia culposa, la que le hablaba. Era la misma voz de la razón que se entrelazaba claramente con la de la esperanza y con la de la fe. Era una voz cálida y profundamente humana. Era la voz del sentido común y de la sensatez que hablaba de mi auténtica realización, de un proyecto de vida viable… ¡Y pleno de sentido! Por eso no sentía que se tratara de una especie de acusación, sino de algo o de alguien que me abrían los ojos con amor y al amor…
—¿Acaso puede haber diferencia entre una madre que asesina a su hijo por medio de la aspiración y quien al margen de la ley ha cogido una motosierra para acabar con la vida de un campesino? Si acabaras con su vida con unas pastillas, ¿serías diferente a los soldados del “Fürher” en la Alemania Nazi que sentían placer al hacer volar transportes infantiles? No hay duda: sólo entrarías en la guerra del más fuerte contra el más indefenso.
En esta conversación entra, por fin, la pregunta crucial: ¿Crees en Dios?
—Sí, por supuesto –responde Deisy, mientras se decía a sí misma: “¿Y qué le diré a Dios cuando me encuentre con Él en la eternidad? Se lo planteaba seriamente, mientras sus ojos continuaban espabilando titlantes…
Entonces la voz de quien le hablaba, leyendo su pensamiento –quizás expresado en voz alta–, le urgía:
—Él soñó este bebe. Ahora suéñalo tú… Él comenzó esta obra, compleméntala tú…
Mientras tanto, muchas cosas pasan por su cabeza…, las mismas que pasan por la cabeza de todas las que se sienten sumidas en el mismo dilema: “el papá del bebé no quiere reconocerlo”, “no es el mismo papá de mi otro hijo”, “no tengo con qué pagar los servicios este mes”, “nadie va a darme trabajo”…
Pero con todo esto viene lo mejor, y se llama: ESPERANZA, el pilar de nuestra vida cristiana. ¿Cuánto provecho no saca nuestro Padre Celestial con estas angustias? Saca mucho: «CONFÍA EN MÍ, abandónate en mí, mírame a mi… acá está tu Padre que siempre ha estado contigo, que te escucha y quiere escucharte».
3:18pm -. ¡Está bien! ¿Quién soy yo para acabar con él? No soy su dueña, sólo su madre… Si Dios, dueño de todo, ha consentido en traerlo, ¿yo por qué acabaré con él?
Ahora hay llanto, confusión, desasosiego, esperanza, confusión, amor, ternura, dudas… Pero también la certeza de haber decidido lo mejor. Sí, vienen desafíos fuertes: trabajar arduo para sacar dos pequeños adelante, formarse laboralmente para continuar, aceptar ayudas, y buscar siempre la mejor opción para vivir con la conciencia tranquila y el corazón sano. A fin de cuentas, la peor deuda sería deberle a Dios y no a algo terreno: los servicios ya se pagarán, el arriendo ya se pagará; la comida, la Providencia dirá. ¿Pero a mi corazón quién le pagará? ¿Mi conciencia quién la acallará? ¿A Dios, quién le pagará?