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Cómo evitar que mis hijos se vuelvan ateos

Por: Aarón Mariscal

A veces, por cuestiones de la vida, los hijos se desvían muchísimo del recto camino en que los padres los educan. Ateísmo, agnosticismo, panteísmo, deísmo, son caminos que llevan a la perdición del alma, ya que en ellos no hay un orden moral sólido qué seguir.

No basta que los padres sean muy piadosos: hoy la Iglesia está en crisis y el modernismo infiltrado en varios de sus pastores engaña a muchas ovejas; es decir, consagrados y laicos con la autoridad para enseñar están enseñando cosas malas, doctrinas desviadas. Pero además, hay un enemigo externo a la familia: el mundo de hoy está compuesto por estructuras de pecado que hacen apetecible al mal disfrazándolo de bien. Malos sacerdotes, malos catequistas y malos padres conviven hoy en una conexión tan caótica pero favorable al mal.

Por esta razón, hoy le traemos cinco consejos básicos para ponerse en marcha y evitar que sus hijos se desvíen de la fe católica. Esto le servirá no solo para alejarlos del ateísmo, sino también de las falsas religiones y de las sectas protestantes. Pero primero, dos cosas importantes que debe hacer usted con su propia vida antes que con la vida de sus hijos:

Oración, ayuno y penitencia

Dé el ejemplo: si usted se comporta como buen católico, probablemente sus hijos lo harán también. Lo esencial es que usted se conecte con Dios primero para que Él acompañe sus esfuerzos donde quiera que los haga. Rece el rosario, de preferencia todos los días y en familia. Ayune, renuncie a sus placeres personales por cierto período de tiempo: días, semanas, meses…

Haga penitencia, ofrezca al Señor todas sus obras del día por el fortalecimiento de la fe en sus hijos. Dé una limosna a algún necesitado y ofrézcasela al Señor por esta causa. Vaya a misa cada domingo, confiésese con frecuencia, hable con su párroco, pídale consejos.

Recuerde que nosotros somos las causas segundas de las que se sirve la causa primera de todas las cosas, que es Dios. No importa cuánto esfuerzo haga por su cuenta: si usted se olvida de Dios, si usted no lo busca, no va a lograr nada significativo.

Conozca su fe

Nada mejor que el catecismo para repasar las verdades de nuestra fe. El actual Catecismo de la Iglesia Católica (CIC) del papa Juan Pablo II es un tanto largo y complejo, así que quizás convenga que, antes de leerlo, se informe con lo que había antes de él, que era mucho más claro, breve y directo. Busque a los clásicos, como el Catecismo Mayor de San Pío X o el Catecismo del Padre Astete. O si quiere a un autor piadoso de nuestros días, lea al padre Michel Boniface en su Breve catecismo católico: bíblico y apologético.

Recuerde también que leer demasiado la Biblia no es garantía para un laico: la Biblia es el libro de los sacerdotes, el catecismo es el de los feligreses. Centrarse en las Sagradas Escrituras conlleva el riesgo de una actitud protestante, porque los católicos sabemos que no cualquiera tiene la capacidad para interpretar la Palabra de Dios de manera correcta. De lo contrario, cada uno formaría su propia interpretación y fundaría su propia secta, como ha ocurrido a lo largo de los siglos con el protestantismo.

Fórmese también en teología leyendo a autores correctos que den muy buenos consejos. Puede consultar a fray Antonio Royo Marín con su Teología moral para seglares, o a la Introducción a la vida devota de san Francisco de Sales o a Las moradas de santa Teresa de Ávila. Es también imprescindible que conozca de apologética para saber defender las verdades de la fe frente a sus hijos: Dante Urbina es una muy buena opción para empezar, con sus tres libros ¿Dios existe?, ¡Dios sí existe! y ¿Cuál es la religión verdadera?

No está demás también que se forme en un tema que algunos prefieren pasar por alto: la crisis de la Iglesia. Debe estar preparado para explicarle a su hijo por qué hoy muchos insultan a la Iglesia acusándola de corrupta, mafiosa y hasta pederasta, o por qué varios sacerdotes parecen tan desviados de la recta doctrina. Lea a buenos autores como Romano Amerio y su libro Iota Unum, Ralph Wiltgen y su libro El Rin desemboca en el Tíber o mons. Marcel Lefebvre y su obra Le destronaron.

Ahora pasamos a la parte de los hijos: ¿qué ideas debe reforzar en ellos para que no se aparten del camino de la fe? Como ex ateo, puedo entender qué es lo que más cuesta entender de nuestra fe a quienes se alejan de ella. Es por eso que, a partir de mi propia experiencia, considero que los siguientes puntos son clave para que sus hijos conserven una vida auténticamente católica:

1. Asumir el concepto de santidad

¿Qué es un santo? ¿Por qué los santos llegaron a ser santos? ¿Quién puede ser santo y quién no? Son cosas que debemos preguntarnos y respondernos si queremos alcanzar la verdadera felicidad en la otra vida. No todos van al cielo, no todos se salvan: solo quienes se conserven en estado de gracia pueden llegar a descansar verdaderamente en paz después de la muerte.

En el mundo de hoy, parece existir la idea de que la santidad es una mentira de la corrupta Iglesia Católica. Y eso se refuerza más aún por culpa las barbaridades que vemos constantemente en la publicidad y los medios de comunicación: sexo, drogas, violencia… ¡¿cómo ser santos hoy en día con tanta degeneración moral que nos rodea?! Por más que nuestros sacerdotes, obispos y laicos se esfuercen en predicar el Evangelio, el mundo parece arrastrarnos al abismo.

Cosas como esas hacen pensar que todos estamos destinados a fallar y que no hay escapatoria, pero es no es cierto. Aquí hay un concepto clave que debe explicar a sus hijos: el pesimismo protestante. ¿Qué es eso? Es la idea de que las personas estamos destinadas a ser malas por naturaleza, y que la gracia sobrenatural de Dios no puede auxiliarnos. De ahí surge la idea de que no existen personas confiables o que tenemos que engañar a los demás porque ‘todo el mundo lo hace’. En resumidas cuentas: de ahí nace la idea de que no podemos llegar a ser santos.

Pero lo cierto es que sí podemos llegar a ser santos: podemos y debemos. Dios quiere que todos seamos santos, es decir, que vayamos al cielo, que salvemos nuestra alma, aunque nos dio libre albedrío para amarlo o despreciarlo. ¿Qué nos convendría mejor que acercarnos a Dios? ¿No nos convendría despreciarlo, verdad? Pero para amarlo, primero debemos entender el concepto de Dios.

Es necesario que sus hijos entiendan cuál es la definición de Dios: Él es el que es. Es el Ser en toda su plenitud, concentra todas las perfecciones: bondad, verdad y belleza. ¿Qué pasa cuando hacemos alguna buena acción? Nos acercamos a la bondad, o sea, nos acercamos a Dios. ¿Qué pasa cuando evitamos mentir? Nos acercamos a la verdad, o sea nos acercamos a Dios.

Todas nuestras buenas acciones nos pueden llevar a acercarnos más a Dios, pero también nuestros sufrimientos. He aquí otro concepto clave que es muy necesario reforzar en los hijos: el sufrimiento. ¿Por qué sufrimos, si Dios es tan bueno? Porque del mismo mal Él puede sacar un bien. Utilice ejemplos claros con sus hijos: ¿qué pasa cuando sus hijos se portan mal? Usted los corrige, ¿pero lo hace porque los odia? No, lo hace porque los ama, por su bien.

¿Qué pasa cuando el médico nos coloca inyección? Nos provoca dolor, ¿significa eso que el médico nos odia? No, él quiere que nos curemos, pero ese dolor es parte del proceso de sanación; y así sucede con muchas cosas en esta vida. El mundo moderno nos quiere hacer pensar que el sufrimiento puede ser eliminado en esta vida terrenal y que podemos huir de él. Debemos comprender que no somos dioses, no podemos hacer esto.

Pero el sufrimiento tiene además un mérito fundamental: el ofrecimiento. Es posible ofrecer esos sufrimientos a Dios por la pena debida por el pecado: es una especie de pago de nuestra deuda. Nuestros pecados provocan daños difíciles de reparar, tanto en nosotros como en los demás. Es por eso que sus hijos deben entender que pueden aprovechar su propio sufrimiento para ponerlo en manos de Dios y que Él les dé la gracia sobrenatural para soportarlo.

¡Cuántos bienes se siguen de comprender esta gran verdad! Si sus hijos asimilan esto, serán más humildes, más obedientes, y no solo con usted, sino también con sus profesores en el colegio, con sus jefes en el trabajo, etc. Y si sus hijos sufren injusticias, enséñeles a sufrirlas con paciencia en la medida de lo posible y a denunciarlas con la debida prudencia. Aquí puede reforzar el concepto de bienaventuranzas, ya que Cristo prometió grandes bienes a quienes sufran injusticias en este mundo: bienaventurados los que lloran, porque serán consolados, etc.

Pero sobre todo, es importante reforzar el concepto de obediencia y humildad: el que obedece se humilla, ciertamente, pero lo hace para obtener un bien mayor. Sus hijos deben comprender que cuando usted le ordena a ciertas cosas es por su bien. Deben también entender que muchas veces renunciar a ejecutar la propia voluntad es muy fructífero y agradable a ojos de Dios; ahí está la confianza en la Divina Providencia.

A ojos del mundo moderno, parece escandaloso hablar de obediencia o sumisión, pero nada mejor que un claro ejemplo para ilustrar lo bueno de esta gran virtud. Explíquele a sus hijos: la ley de la naturaleza dice que si dejamos de respirar, nos morimos. ¿Por qué no dejamos de respirar por voluntad propia? Porque queremos vivir. ¿Y qué hacemos para vivir? Somos sumisos: nos sometemos a las leyes de la naturaleza. Es imposible escapar de la sumisión.

Otro claro ejemplo: usted para leer y comprender estos párrafos tuvo que aprender castellano. ¿Por qué? Porque es sumiso: se sometió a la ley de la naturaleza, que dice que, para entender algo escrito en un idioma, hay que estudiar ese idioma. Gracias a su sumisión, usted puede leer con facilidad este y muchos otros folletos, artículos y libros escritos en castellano.

Obviamente, no se trata de promover una obediencia ciega: la Iglesia nos manda a obedecer a nuestros superiores en todo lo que no sea pecado. Si usted ordena que sus hijos mientan, es legítimo que ellos le desobedezcan. Todo depende de la prudencia, el estado de la propia conciencia y los conocimientos que se tengan de la ley natural. Si la ley civil contradice a la ley natural, no es obligatorio seguirla. Pero en principio, es saludable que usted haga énfasis en la virtud de la obediencia, tan aborrecida por el príncipe de las tinieblas, quien tuvo el atrevimiento de decirle a Dios «no serviré».

2. Abandonar la vergüenza de hacer el bien

Este punto está muy relacionado con el anterior, y es que se nos dificulta mucho aspirar a la santidad cuando los demás nos hacen sentir mal por hacer el bien. A veces, personas a nuestro alrededor que estimamos mucho nos humillan por seguir a Cristo y cumplir sus mandamientos.

Es frecuente oír frases como: «¿No vas a aprovecharte de esa muchacha?, ¡qué tonto que sos!», «¿para qué le vas a ser fiel a tu novio? ¡Si todos los hombres son infieles!», «¡Sos muy inocente! ¡Tenés que aprender a hacer trampita para que nadie te engañe!». ¿A dónde nos lleva todo eso? A sentir vergüenza de ser buenos y un gusto apasionado por ser malos.

Se suele ensalzar actitudes prepotentes como hablar mal para los demás a sus espaldas, burlarse de los que no pueden defenderse o ‘no dejarse ganar’ en las discusiones sin sentido. ¿Qué podemos esperar de un mundo donde se vuelven comunes estas alabanzas al mal? Que sintamos vergüenza de hacer el bien. Y esto impacta de manera mucho más grave a los niños, porque implica sembrar en ellos la semilla del mal, que va a crecer con el paso del tiempo.

No hay que reírse de los hijos cuando rezan, cuando dan gracias a Dios, cuando piden consejos al sacerdote o a la monja. No hay que favorecer tampoco que entre hermanos se ridiculicen el uno al otro por actitudes devotas: al contrario, es crucial alentar que sean devotos. Si el niño crece sintiendo vergüenza de recibir la gracia sobrenatural de Dios para elevarse a la santidad, ¿qué podemos esperar de él? Que en un futuro cercano quiera desligarse de Nuestro Señor y se incline hacia el mal.

Frases como «¡no te hagás el santo!» o «¡miralo al beato este!» solo nos quitan las ganas de ser santos. ¿El resultado? Nos hacemos malos, nos alejamos del bien, rechazamos la gracia divina y disminuimos nuestro horror al pecado. Hay que entender que no se trata de que nos hagamos los santos o de que finjamos ser muy religiosos: se trata de aspirar a la santidad y de hacer lo mejor que podamos para lograrlo.

Pero para que este aliento a la devoción funcione, es crucial reconocer que la religión no está para metérsela al bolsillo. No es sano promover una actitud devota solo en los templos y otra actitud afuera de ellos. La fidelidad a Dios nos debe acompañar adonde sea que vayamos. Si usted y su familia procuran ser buenos solo en misa y abrazan el pecado fuera de ella, ¿qué clase de coherencia hay ahí?, ¿pueden llamarse dignamente católicos?

No tiene por qué sentir vergüenza de ser católico: la rectitud moral y la devoción profunda son saludables en todo momento. Dígale a sus hijos que no oculten su fe, que más bien la lleven en alto, y si es posible, con el rosario en el cuello, para rezarlo donde sea que estén en cualquier momento. Hágales saber que más vale morir apedreado por los enemigos de la Iglesia y salvarse que vivir en pecado mortal y condenarse.

«Pero a quien me niegue ante los hombres, le negaré yo también ante mi Padre que está en los cielos.» Mt 10:33

3. Reconocer la debilidad del pecado original

Si bien es cierto que podemos y debemos llegar a ser santos, también es cierto que podemos y no debemos llegar a ser malos. Tenemos una inclinación natural al pecado, y es por eso que cuidar el ambiente que nos rodea se convierte en tarea fundamental para preservar el estado de gracia. No somos ‘naturalmente buenos’, como diría el mentiroso Juan Jacobo Rousseau: si nos ofrecen dulces, seremos tentados por esos dulces.

¿Por qué un niño malcriado desobedece a sus padres? Porque sediento de placeres prefiere seguir su propia voluntad. ¿Por qué un alumno decide no estudiar para el examen? Porque su propio conformismo lo lleva a la pereza intelectual. ¿Por qué cayeron las monarquías? Porque los burgueses sedientos de poder tumbaron a los reyes. Nuestra propia voluntad juega un rol importante ahí, pero ¿qué cosa coopera con la  desviación de nuestra voluntad?, ¿qué favorece a todos los comportamientos anteriores? Que estemos rodeados de malas ideas, malas amistades y malos libros.

Procure que sus hijos tengan amigos buenos: gente que quiera perseverar en la santidad y en las buenas obras. ¿Qué va a encontrar su hijo en una discoteca? Gente sin ganas de ser santa, sin duda alguna. ¿Iría un santo a lugares de perdición? ¿Se expondría al peligro de pecar y a recibir tentaciones? Considerar este tipo de preguntas ayuda a definir mejor nuestras acciones presentes y futuras, y por supuesto, a conservar el estado de gracia.

Es por esa debilidad del pecado original que usted debe comprender los riesgos enormes de exponer a sus hijos a ciertos peligros: si les compra teléfono celular a muy temprana edad, ¿harán ellos buen uso de él?, ¿se encontrarán con buenas amistades ahí?, ¿tiene usted el tiempo y conocimiento para configurar esos aparatos y evitar que sus hijos se expongan a contenidos peligrosos? Lo mismo con las consolas de videojuegos y cualquier dispositivo de entretenimiento.

No malentienda todo esto: la tecnología no es buena o mala en sí misma, pero distrae de los deberes y puede ser usada para el bien o para el mal. Lo importante es que usted sepa cómo, cuándo y bajo qué circunstancias presentarles estas novedades a sus hijos. Si usted deja que sus hijos exploren libremente estas nuevas adquisiciones sin tomar las precauciones necesarias, tenga por seguro que ellos harán de los videojuegos, series o películas su nueva religión. Lo digo por experiencia.

4. Pensar en la muerte

Nada mejor que traer las postrimerías a la mente para mejorar nuestra conducta: «Muerte, juicio, infierno y gloria ten, cristiano, en tu memoria». Algunos católicos prefieren evitar pensar en la muerte, porque les hace daño o porque son muy sensibles, pero esta es una manera incorrecta de asumir las cosas. La idea de que pensar en la muerte va a atraerla es mera superstición, y la Iglesia condena las supersticiones.

Ningún buen católico caería fácilmente en las supersticiones: no son el horóscopo, las herraduras o evitar pensar en la muerte lo que nos va a hacer bien en esta vida. Es acordarnos de la muerte constantemente lo que nos hará pensar mejor nuestras acciones para agradar a Dios.

¿Cómo funciona esto? De la siguiente manera: si muero mañana, ¿a dónde iré, al cielo o al infierno?, ¿qué puedo hacer para evitar el infierno?, ¿qué puedo hacer para ganarme el cielo?, ¿cómo podré ver la sonrisa de Dios en la otra vida?, ¿hice lo suficiente hasta ahora? Si usted reconoce que no va a vivir con su cuerpo mortal para siempre, entenderá mejor lo crucial que es comportarse bien en esta vida. ¿A quién me falta pedir perdón? ¿A quién me falta perdonar? ¿Qué daños me hace falta reparar?

Motive a sus hijos a recordar que van a morir algún día, o ese mismo día o a esa misma hora o minuto. Solo recordando la importancia de invertir bien el tiempo vamos a ejecutar buenas acciones. ¿Por qué muchos católicos se alejan de la Iglesia o relajan su moral? Porque piensan que hay tiempo para todo. «Mañana me voy a confesar, puedo mentir hoy sin problemas», «algún día le pediré perdón a mi madre, pero tengo que desobedecerle para ir a esa fiesta y divertirme», «puedo tener mi maratón de series hoy todo el día, igual mañana hago la tarea».

El tiempo perdido en esta vida no se recupera nunca más, así que es importante saber invertirlo en las acciones correctas para no caer en las incorrectas. Algo que ayuda mucho a esto es considerar el fin último de las cosas, es decir, la felicidad: ¿en qué ponen su fin las personas que me rodean?, ¿en terminar de ver muchas series y películas?, ¿es esa su felicidad? ¡Vanos son los placeres de este mundo! Nada como la verdadera felicidad, que es Dios mismo y Su santa voluntad.

5. Entender que hay una realidad objetiva

Nada más crucial para entender todo lo que nos rodea que sabiendo las diferencias entre realismo y nominalismo. La primera es una corriente filosófica defendida por Santo Tomás de Aquino y por la Iglesia en general, y dice que existe una realidad concreta que podemos descubrir y que existiría aun si no estuviéramos nosotros para descubrirla.

La segunda, en cambio, defendida principalmente por Guillermo de Ockham (un mal teólogo), se refiere a la idea de que el conocimiento es solo nominal: podemos dar nombres a las cosas que descubrimos en la realidad, pero no podemos llegar a conocerla porque no existen. En otras palabras, la realidad solo existiría en nuestras mentes para el nominalismo.

Es por esta corriente filosófica que han surgido formas de pensar erróneas como el relativismo, posmodernismo y demás. La idea de que cada uno puede crear su propia realidad y juzgarla según sus propios prejuicios seduce a muchos. Lo vemos en las noticias a diario: tal persona se mutila los genitales y cree que ha cambiado de sexo y que tiene derecho a comportarse como alguien del sexo opuesto.

Comprender la existencia de una realidad objetiva conlleva lógicamente a comprender que existe una religión verdadera, porque así como hay monedas falsas, hay religiones falsas. El islam, el judaísmo, el budismo, tienen medias verdades que seducen a muchos, pero el cristianismo tiene la verdad plena, porque tiene a Cristo, que es el Camino, la Verdad y la Vida.

El mundo moderno nos ha engañado: no toda religión es válida, no es una cuestión de ‘creencias’ simplemente. Es una cuestión de razón y fe: podemos razonar para llegar a descubrir la verdad, y complementar ese razonamiento con la fe cuando ya no puede avanzar más por su cuenta.

Hágale entender a su hijo que las Sagradas Escrituras fueron verdaderamente inspiradas por Dios, que todo lo que se escribe ahí está auténticamente probado, que no hay contradicciones en sus versículos. Hágale asimilar que Cristo es verdaderamente Dios y que no mentía, que se sacrificó para salvarnos del pecado y que no cualquiera haría una obra de amor tan grande como esa. Para esto, usted deberá formarse correctamente en apologética, así que conviene saber ciertas cosas antes de tratar el tema con sus hijos.

6. Comprender el concepto de Revolución

¿Qué es la Revolución? En el sentido político, es una ruptura del orden: desecho el pasado para construir un mundo nuevo según mis prejuicios ideológicos. Esto es lo que ha pasado con los enemigos de la fe, quienes combatieron a nuestra Iglesia para instaurar su liberalismo, iluminismo, socialismo, feminismo, nazismo y muchas otras ideas perniciosas.

Una de las razones por las que muchos se alejan de la Iglesia es porque la consideran una institución corrupta y que no ha mejorado nada respecto al pasado. Esto se debe sobre todo a la propaganda mentirosa de los enemigos de la fe: las cruzadas, la Inquisición y la Edad Media son conceptos clave que cabe poner en su justo contexto.

Esto puede exigir cierto esfuerzo intelectual de usted como padre o madre de familia, pero no tema: busque cuáles son los mitos de estos asuntos y cómo se explican. Si sus hijos desconfían de la Iglesia, hacerles conocer por qué confiar en la Iglesia puede evitar que se alejen por completo de la fe. Hágales entender que las cruzadas fueron una guerra justa para defendernos del islam, que la Inquisición era un tribunal que juzgaba herejías, no cualquier tontería, y que la mal llamada Edad Media fue una época de esplendor a la que muchos difamaron solo porque personalmente no les gustaba la Iglesia.

No hace falta que sus hijos vean mil documentales de historia para conocer esto: que solo lean a los buenos autores si es posible. Es crucial seleccionar a quienes más han sabido captar el problema para emitir un juicio lo más adecuado posible a la realidad. Ya sea el padre Julio Meinvielle, Rubén Calderón Bouchet, el padre Leonardo Castellani, el padre Alfredo Sáenz o Gilbert Keith Chesterton, las buenas fuentes aseguran una sana formación y comprensión del problema.

Es más, para que sus hijos comprendan lo malas que son las revoluciones, basta que lean qué enseña la Iglesia en su magisterio. Pero no se enfoque en documentos que vinieron durante y después del Concilio Vaticano II: solo crean confusión. Hágales entender que existe algo más allá de eso y que es muy valioso: que lean las encíclicas de León XIII, Pío XI, Pío XII, San Pío X, Pío IX o Gregorio XVI. Estos documentos ayudan a entender por qué la Iglesia condena las ideologías que condena y por qué es importante alejarnos de ellas.

Lo anterior implica que sus hijos entiendan el concepto de magisterio. ¿Qué es la Iglesia? Madre y maestra. La Iglesia nos enseña las cosas que nos enseña no porque le dé la gana de enseñárnoslas: lo hace porque sabe el bien que nos hacen tales enseñanzas. Hágale entender a su hijo que existe algo muy valioso antes del Concilio Vaticano II y que el mundo no comienza en 1962. Es bueno reconocer el magisterio actual, sí, Francisco es nuestro papa, pero también debemos reconocer que el magisterio anterior era mucho mejor.

7. Eliminar el horror a la vida religiosa

Parece que el mundo de hoy tiene una guerra declarada contra los sacerdotes y monjas: tales oficios son considerados como la peor humillación. ¿Cómo no dejarse seducir por los placeres de la carne y vivir en pareja, aunque sea en concubinato? ¿Cómo reprimir los impulsos sexuales de la naturaleza humana? ¡Es imposible! ¿O no?

Los sacerdotes son los médicos del alma: están ahí para ayudarnos a limpiarla cada vez que la manchemos, cada vez que cometamos acciones desagradables a Dios. Debe enseñarles a sus hijos que la gracia sobrenatural de Dios puede auxiliar a la débil naturaleza humana, y que producto de ello a veces surge la vocación religiosa.

¿Cómo se explica que haya habido tantos hombres y mujeres vírgenes que, ofreciéndose a Dios, llegaron a la santidad, es decir, a la perfección humana (con todos sus límites)? ¿Cómo se explica que tengamos a un san Antonio, santa Filomena, San Benito o santa Catalina?

El sacramento del matrimonio eleva la tendencia natural a convivir entre hombre y mujer, pero el sacramento del orden sacerdotal nos eleva a incomprensibles gracias divinas. Es por eso que a veces resulta más meritoria la vida religiosa que la seglar: san Alfonso María de Ligorio lo recomienda en su libro La vocación religiosa.

Quítele a sus hijos la falsa idea de que ser monja o sacerdote constituye una humillación totalmente inaceptable; es más: aliéntelos a serlo. El mundo que nos rodea ya promueve demasiado la vida seglar: escenas románticas, poemas amorosos, trucos para ser más atractivo al sexo opuesto, etc. Promueva usted la vida religiosa en sus hijos, y ya Dios decidirá si ellos están llamados a dicha vocación o si están más hechos para el matrimonio.

8. Entender la diferencia entre fe católica y protestante

Finalmente, es clave comprender que católicos y protestantes no somos lo mismo: enséñeles a sus hijos las diferencias entre unos y otros. Debemos tener claro que un católico practica y conoce una fe muy distinta a la de los herejes.

El concepto de protestante, ‘evangélico’ o ‘hermano cristiano de otras denominaciones’ es: aquel que se hace llamar cristiano, pero niega al menos uno de los dogmas de la Iglesia. Con tan solo negar un dogma, ya se comete herejía, y con negarlos todos, se llega a la apostasía.

No todos son herejes en igual grado de conciencia, claro está: algunos son malintencionados y otros bienintencionados. Como solo Dios conoce los corazones y es muy difícil averiguar si un hereje lo es por malicia o por ignorancia, y sobre todo en el mundo de hoy, donde abundan las sectas heréticas, tenemos que asumir que la mayoría de los herejes lo es por ignorancia.

Sectas protestantes las hay muchas y sus practicantes se denominan de diversas maneras: pentecostales, neopentecostales, bautistas, mormones (los que se hacen llamar ‘de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días’), adventistas, testigos de Jehová, hugonotes, cuáqueros, puritanos y muchos más.

Enséñele a sus hijos que existe herejía formal y material. Herejía formal es cuando, sabiendo y entendiendo la grandeza de la fe cristiana católica, apostólica y romana, decido apartarme de la Iglesia y enseñar falsas doctrinas. Herejía material es cuando no comprendo a cabalidad la doctrina católica y sostengo otras doctrinas que me han enseñado mis pastores.

En todo caso, ya se trate de herejes formales y materiales, sus hijos deben comprender que un católico y un protestante no tienen la misma fe. Las sectas protestantes son muchas y sus doctrinas tienen diferencias entre ellas, pero todas tienen algo en común: niegan la autoridad de la Iglesia Católica o la del papado, o la virginidad de Nuestra Santísima Madre o algún otro dogma de fe definido por la Iglesia.

Enséñeles a sus hijos que, para un protestante, todos ya estamos salvados y nos vamos a ir al cielo, mientras que para un católico, podemos ir al infierno si nos portamos muy mal. Recuérdele a sus hijos que nunca jamás debe ir y participar de cultos protestantes; y que, si hay obligación de ir (rito de funeral o de matrimonio de algún amigo protestante muy cercano, por ejemplo), puede hacerlo pero sin tomar parte en actividades; quieto como una estatua.

Hágales saber a sus hijos que el protestantismo llegó a la historia por motivos muy perversos: el rey Enrique VIII quiso cometer adulterio y volver a casarse (fundó el anglicanismo), Martín Lutero aprendió doctrinas erróneas en la universidad y se aprovechó de los príncipes germanos descontentos con la autoridad superior (fundó el luteranismo), Juan Calvino enseñó que los ricos se salvan y los pobres se van al infierno (fundó el calvinismo). En fin, muéstreles que el protestantismo enseña una doctrina muy falsa y perjudicial para las almas, y que fuera de la Iglesia no hay salvación.

Con los protestantes, hay que ser lo más amables posible, es verdad, como con cualquier persona: nunca nos debe faltar la caridad cristiana. Sin embargo, enséñele a su hijo distinguir entre ideas y personas, porque debemos condenar las ideas, pero tolerar y amar a las personas. Muéstrele a sus hijos la diferencia entre juzgar mal y juzgar con juicio justo: una cosa es condenar a la otra persona negándole toda posibilidad de salvación, y otra muy distinta es juzgar rectamente las cosas y decirle sí a lo que es sí y no a lo que es no.

Recuérdeles a sus muchachos que el protestantismo se caracteriza por fijarse en cosas superficiales para determinar si alguien comete pecado o no, mientras que la fe cristiana católica entiende que esas cosas superficiales son consecuencia y no causa del pecado. Un ejemplo concreto: el protestante condena a la gente por hacerse tatuajes, ponerse piercings, vestir con poca ropa o teñirse el cabello. El católico reconoce en esas apariencias signos de pecado, pero no las ve como signo definitivo, es decir, no condena a estas personas, sino que primero trata de ir a la raíz del pecado, que está en el corazón de esas personas, para desde el interior curar el exterior y así atender lo espiritual antes que lo material.

También está el tema de los cismáticos, es verdad, como por ejemplo, los cismáticos orientales, mal llamados ‘cristianos ortodoxos’. Ese es un tema un poco más complejo, pero podemos resumirlo en lo siguiente: no aceptan la autoridad del papa y, por tanto, no aceptan los dogmas de fe definidos por la Iglesia a lo largo de la historia como si fueran dogmas. Si por casualidad los aceptan, es como creencia posible, pero no definitiva.

Hágales ver a sus hijos que todo cismático es un potencial nacionalista, ya que el cisma mueve a una iglesia particular a separarse de la Iglesia de Cristo y a exaltar a su propio país, al cual se somete. También recuérdeles que los cismáticos podrán tener apariencia de tradición y ortodoxia, pero es solo eso: apariencia. La verdad es que las apariencias engañan, y mientras no retornen a la Santa Iglesia Católica, que los espera con los brazos abiertos, no van a poder denominarse íntegramente cristianos ni ortodoxos.

Conclusión

Clame a Dios constantemente, pídale sus auxilios, porque usted tendrá que rendir cuentas por la conducta de sus hijos, y cuanto más se le haya dado, más se le pedirá. Si Dios le dio suficientes amistades, libros y sacerdotes para ayudarle en la educación de sus hijos, tenga por seguro que va a tener que rendir enormes cuentas por las cosas que hizo. Pero más allá de eso, el simple hecho de tener a criaturas humanas bajo su responsabilidad, como aquellos niños o adolescentes suyos, ya es un don enorme de Dios, y al habérsele dado mucho, se le pedirá mucho.

Piense desde ahora: ¿está usted aprovechando correctamente todo lo que tiene a la mano para salvar las almas de sus hijos?, ¿está cumpliendo sus deberes como padre o madre correctamente?, y si no ¿qué se lo impide? ¿Puede usted criar hijos santos?, ¿puede usted hacerse santo criándolos? Que Dios lo oriente para tomar buenas decisiones.

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