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Weinandy: “La Iglesia nunca se ha enfrentado a una situación como en la que está ahora”.

«Es la naturaleza del posible cisma del presente lo que es nuevo, y este nuevo cisma sin precedentes es aterrador». La paradoja de una Iglesia ambivalente que –aunque imposible–, se nos quiere proponer como un “paradigma”, por lo cual el cisma vendría de adentro.

«La única expresión que puedo encontrar para describir esta situación es la de ‘cisma papal interno’, porque el mismo Papa, incluso como Papa, en realidad será el líder de un segmento de la Iglesia que a través de su doctrina, enseñanza moral y estructura eclesial, es para todos los fines prácticos cismática».

Por Sabino Paciolla | 8 de octubre de 2019 |

“El padre Thomas Weinandy es un teólogo capuchino de renombre internacional con sede en Washington. Fue miembro de la Comisión Teológica Internacional y director ejecutivo de la secretaría para la doctrina de la Conferencia Episcopal de los Estados Unidos de 2005 a 2013. Posteriormente fue consultor del mismo organismo. Escribió un artículo sobre el riesgo de cisma en la Iglesia, un cisma muy particular. Dicho artículo se publicó en «The Catholic Thing». Por la importancia del autor, lo propongo a la atención de los lectores de este blog. Aquí está en mi traducción” (Nota del autor).

El padre Thomas Weinandy, teólogo capuchino.

Traducido por Edwin Botero Correa,
de la publicación en Italiano realizada por Sabino Paciolla en su blog.

La Iglesia, en su larga historia, nunca se ha enfrentado a una situación como la que está ahora. El Papa Francisco recientemente habló de un posible cisma dentro de la Iglesia, un cisma que no lo asusta. Hemos tenido muchos cismas en el pasado –dice–, y habrá cismas en el futuro. Por lo tanto –según tal razonamiento–, no hay nada que temer en el presente. Sin embargo, es la naturaleza del posible cisma del presente lo que es nuevo, y este nuevo cisma sin precedentes es aterrador.

Uno no puede evitar pensar que cuando Francisco habla de una situación cismática contemporánea en la Iglesia, se refiere a sus críticos estadounidenses, a miembros de la Iglesia en los Estados Unidos. Francisco recibe de América su crítica teológicamente más exigente y pastoralmente preocupada, debido a que se centra en una reelaboración cuestionable de la fe y la Iglesia. Esta censura, según la cohorte de Francisco, se origina dentro de una élite intelectual conservadora que tiene motivaciones políticas, y muchas de las cuales son ricas.

Francisco piensa que no están dispuestos a cambiar y, por lo tanto, se niegan a aceptar “la nueva obra del Espíritu” en nuestros días. En última instancia, se percibe que él cree que sus críticos están psicológicamente y emocionalmente comprometidos, por lo que deben ser tratados con cuidado (incluso si esa bondad aún no ha sido experimentada por aquellos que caen bajo su insulto vengativo). Él mismo llamó a los que se le oponen, con muchos nombres ofensivos.

Lo que Francisco no se da cuenta (y sus colaboradores cercanos no pueden entender) es que la gran mayoría de sus críticos estadounidenses nunca comenzarían un cisma. Reconocen que él es el papa y, por lo tanto, el sucesor de Pedro, y que permanecer en la Iglesia Católica significa permanecer fiel al Papa, incluso aunque signifique ser crítico con el Papa aún en su lealtad hacia él.

Algunos pueden desear que ocurra un verdadero cisma en Estados Unidos, para deshacerse del elemento conservador obtuso y demostrar así que no siempre han sido verdaderamente católicos. Pero esto no sucederá, porque esos obispos críticos, sacerdotes, teólogos, comentaristas y laicos (más laicos de lo que admitirá Francisco) saben que lo que creen y apoyan está de acuerdo con las Escrituras, los consejos de la Iglesia, el magisterio siempre vivo y los santos.

Como se ha señalado a menudo, el Papa Francisco y su cohorte nunca participan en el diálogo teológico, a pesar de su constante afirmación de que dicho diálogo es necesario. La razón es que saben que no pueden ganar en este frente. Por lo tanto, se ven obligados a recurrir al insulto, la intimidación psicológica y la pura y simple voluntad de poder.

Ahora, como muchos comentaristas ya han señalado, es más probable que la iglesia alemana incurra en un cisma. Los obispos alemanes proponen un sínodo “vinculante” de dos años que, si se implementa como se propone, introduciría creencias y prácticas contrarias a la tradición universal de la Iglesia.

Sin embargo, creo que ese cisma alemán no tendrá ni siquiera lugar formalmente, por dos razones.

Primero, muchos dentro de la jerarquía alemana saben que al convertirse en cismáticos perderían su voz y su identidad católica. Esto no pueden permitírselo. Necesitan estar en comunión con el papa Francisco, porque es él quien ha promovido una noción de sinodalidad que están tratando de implementar. Él es, por lo tanto, su último protector.

En segundo lugar, si bien el Papa Francisco puede evitar que hagan algo escandalosamente contrario a la enseñanza de la Iglesia, les permitirá hacer cosas que son ambiguamente contrarias, porque esa enseñanza y práctica pastoral ambigua estaría de acuerdo con la de Francisco. Es en esto que la Iglesia se encuentra en una situación en la que nunca esperó estar.

Es importante recordar que la situación alemana debe verse en un contexto más amplio: la ambigüedad teológica dentro de Amoris Laetitia; el avance sutil de la agenda homosexual; la “refundación” del Instituto (romano) Juan Pablo II sobre el matrimonio y la familia, es decir, el debilitamiento de la enseñanza coherente de la Iglesia sobre los absolutos morales y sacramentales, especialmente con respecto a la indisolubilidad del matrimonio, la homosexualidad, la anticoncepción y el aborto.

Del mismo modo, está la afirmación de Abu Dhabi, que contradice directamente la voluntad del Padre y socava la primacía de Jesucristo, su Hijo, como el único Señor y Salvador universal.

Además, el Sínodo de la Amazonía actual está repleto de participantes solidarios y simpatizantes con todo lo que lo precede. También debemos tener en cuenta los muchos cardenales, obispos, sacerdotes y teólogos que son teológicamente cuestionables y que Francisco apoya y promueve a altos cargos eclesiales.

Con todo esto en mente, percibimos una situación cada vez más tensa e intensa, en la que, por un lado, la mayoría de los fieles del mundo, tanto clérigos como laicos, son leales y fieles al Papa, porque él es su pontífice, también aunque critiquen su pontificado; y por otro, un grandioso número de fieles del mundo, clérigos y laicos, que apoyan con entusiasmo a Francisco precisamente porque permite y promueve la enseñanza ambigua y la práctica eclesial consecuente.

Con lo que la Iglesia terminará, por lo tanto, es con un Papa que es el Papa de la Iglesia Católica y, al mismo tiempo, el líder de facto, a todos los efectos prácticos, de una iglesia cismática. Como él es la cabeza de ambos, el aspecto de una iglesia permanece, mientras que en realidad hay dos.

La única expresión que puedo encontrar para describir esta situación es el “cisma papal interno”, porque el mismo Papa, incluso como Papa, en realidad será el líder de un segmento de la Iglesia que a través de su doctrina, enseñanza moral y estructura eclesial, es para todos los fines prácticos cismática.

Este es el verdadero cisma que está en nuestro medio y debe ser abordado, pero no creo que el Papa Francisco haya temido de ninguna manera este cisma. Mientras tenga el control, me temo que lo recibirá, porque ve el elemento cismático como el nuevo “paradigma” para la futura Iglesia.

Así, con miedo y temblor, debemos rezar para que Jesús, como cabeza de su cuerpo, la Iglesia, nos libere de esta prueba. Por otra parte, puede querer que lo soportemos, de modo que solo al soportarlo, la Iglesia pueda ser liberada de todo pecado y corrupción que ahora se encuentran en ella, y hecha santa y pura.

En una nota más confiable, creo que serán los laicos quienes llevarán a cabo la purificación necesaria. El mismo Papa Francisco dijo que este es el momento de los laicos. Los laicos se consideran indefensos, no tienen poder eclesial. Pero si los laicos alzan sus voces, serán escuchados.

Más específicamente, creo que dependerá sobre todo de mujeres católicas fieles y valientes. Son los íconos vivos de la Iglesia, la novia de Cristo, y ellos, en unión con María, Madre de Dios y Madre de la Iglesia, harán renacer de nuevo, en el Espíritu Santo, un cuerpo santo de Cristo.


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