Actualidad Espiritual Fe

Jesús no está en cuarentena, sino prisionero

Celda en la que Jesús estuvo preso Jerusalén

Jesús no está en cuarentena sino prisionero, y no tenemos forma de visitarlo: ahora debemos resignarnos a verle de lejos.

Comparto esta reflexión que he prestado casi en su totalidad para otra publicación en Razón + Fe, porque siento y considero que merece capítulo aparte.


Estamos en la Semana Santa… ¡Quién lo creyera! Una Cuaresma y un tiempo en los que se nos ha dicho de todas las formas posibles que «estemos tranquilos»: que la Misa «no se ha acabado», que «se están celebrando Misas», que «mientras haya Santa Misa todo irá bien»…

Sí, una extraña Semana Santa en la que parece que ha sido a Jesús, y no a nosotros, a quien han puesto en cuarentena. Una situación que recuerda aquella ocasión en la que fue aprehendido y pasó la noche entera solo, encerrado en un calabozo, como hoy lo hace en el Tabernáculo, en donde siempre nos espera.

Celda en la que Jesús estuvo preso en Jerusalén
Celda en la que Jesús estuvo preso en Jerusalén

Pero hay una gran diferencia, y conviene precisar: Jesús no está en cuarentena, sino prisionero. Y no lo está, porque Él, que curaba a los leprosos y resucitaba a los muertos, no se puede contagiar ni con nuestros virus, ni mucho menos, manchar con nuestros pecados.

Jesús entre los leprosos
Jesús entre los leprosos

Pero es un reo muy particular y especial: nadie lo visita ahora, pero parece que lo hiciéramos, cuando en realidad lo único que se hace es acercarse a su celda para contemplarlo allí encerrado desde afuera, a través de una ventanilla a la que llamamos ‘pantalla’.

No se le ha otorgado libertad condicional, por lo cual permanece recluido en un calabozo, aunque eventualmente se le concedan algunos “permisos para salir”, ya no por días completos sino por ratos, y entonces se deja ver expuesto desde una azotea, o bendiciendo desde el aire a sus hijos atribulados, o puesto sobre un banco recubierto con un mantel en la puerta de un templo cerrado, y a veces se aventura por calles solitarias y por pasillos de hospitales de la mano de algún sacerdote que, debidamente revestido, lo lleva con respeto y compostura bendiciendo a los fieles en sus casas y a los enfermos en sus camas.

Estas han sido una Cuaresma y una Semana Santa en las que se nos ha enseñado –y al menos nos hemos percatado de– el inmenso valor de la Comunión Espiritual, de los Sacramentos, de la necesidad que tenemos de la fe, de la oración y de entender que Dios es quien sustenta y regenta la creación y el destino de los hombres.

Y en contraste, una Cuaresma y una Semana Santa en las que no tenemos acceso a recibir los Sacramentos ni a comulgar físicamente las especies consagradas que son la prenda de vida eterna, para recibir en nuestro ser el Cuerpo y la Sangre de Nuestro Señor Jesucristo, verdadera comida y verdadera bebida, la Comunión por la cual «tenemos vida», vida plena y en abundancia.

Alguien dijo alguna vez que con cada santa comunión vamos tejiendo el vestido con el que entraremos al Cielo. Ahora nos ha tocado aprender a tejer con una aguja nueva –o vieja, según se mire– los hilos maravillosos de tal ropaje, trenzados por nuestra piedad, sacrificios y ofrecimientos; por nuestros hábitos y nuestras virtudes. Pero con la diferencia de que hoy tenemos que ser más cuidadosos al hacerlo, para no alterar la calidad de la prenda, …o para no romperla y quedarnos sin con qué presentarnos al banquete de bodas (Mateo 22, 11-12).

Con laboriosidad ascética, debemos seguir tejiendo este espléndido vestido, sin perder de vista nuestra talla, pero no la actual, sino la que nos corresponde alcanzar: nuestra auténtica estatura humana y moral, la altura espiritual a la que estamos llamados, y que hoy se ve impelida a desarrollarse en medio de una quietud forzosa o de una marcada inquietud, entre la incertidumbre, el desconcierto y la fortaleza de ánimo que nos concede el Señor para que lo hagamos.

Custodia en la ventana de cara a la ciudad
Domingo de Ramos, 5 de abril de 2020. Exposición y Adoración del Santísimo Sacramento. Custodia en la ventana de cara a la ciudad. Unión del Apostolado Católico, Medellín, Colombia.

Todas estas Gracias están, y las recibimos natural y sobrenaturalmente, en la Santa Misa. Y, de modo especial y eminente, en la Sagrada Comunión.

En la oración personal, en la adoración eucarística, en la comunión espiritual, en el ejercicio del perdón, de la paciencia, de la abstinencia, del ayuno y de la caridad, disponemos de unos medios maravillosos para aprender a valorarlas, a acrecentarlas y a vivirlas.

Que cuando las volvamos a tener, nos acerquemos al Trono de la Gracia, con religiosa Piedad y Reverencia, rindiendo a Dios el Culto que le agrada (Hebreos 12).


Fotografía del encabezado: celda en la que pasó Jesús la noche del primer Jueves Santo, luego de ser arrestado en el Huerto de los Olivos.


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