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Aprendamos de la experiencia
Texto escrito el 7 de abril de 2020
Estamos en la Semana Santa… ¡Quién lo creyera! Una Cuaresma y un tiempo en los que se nos ha dicho de todas las formas posibles que «estemos tranquilos»: que la Misa «no se ha acabado», que «se están celebrando Misas», que «mientras haya Santa Misa todo irá bien»…
Sí, una extraña Semana Santa en la que parece que ha sido Jesús, y no nosotros, a quien han puesto en cuarentena. Una situación que recuerda aquella noche en la que fue aprehendido y pasó la noche entera, solo, encerrado en un calabozo, como hoy lo hace en el Tabernáculo, en donde siempre nos espera.
Una Cuaresma y una Semana Santa en las que se nos ha enseñado y al menos nos hemos percatado del inmenso valor de la Comunión Espiritual. En las que no tenemos acceso a recibir los Sacramentos ni a comulgar físicamente las especies consagradas que son la prenda de vida eterna, para recibir en nuestro ser el Cuerpo y la Sangre de Nuestro Señor Jesucristo, verdadera comida y verdadera bebida, la Comunión por la cual «tenemos vida», vida plena y en abundancia.
Se dice que cada santa comunión va tejiendo el vestido con el que entraremos al Cielo. Ahora nos ha tocado aprender a tejer con una aguja nueva los hilos maravillosos que trenzan nuestra piedad, sacrificios y ofrecimientos; nuestros hábitos y nuestras virtudes; pero debemos ser más cuidadosos para no alterar la calidad de la prenda…
Debemos seguir tejiendo este espléndido vestido, sin perder de vista nuestra talla, pero no la actual, sino la que nos corresponde alcanzar: nuestra auténtica estatura humana y moral, y la sobrenatural, a las que estamos llamados aquí y allá, ahora y por siempre, y que hoy se ve impelida a desarrollarse en medio de una quietud forzosa o de una inquietud forzada, entre la incertidumbre, el desconcierto y la fortaleza de ánimo con que lo hagamos.
Todo ello está, y lo recibimos natural y sobrenaturalmente, en la Santa Misa. Y de modo especial y eminente en la Sagrada Comunión.
Aquí tenemos una maravillosa “herramienta” para valorarlas y aprender a vivirlas. Que cuando las volvamos a tener, nos acerquemos al Trono de la Gracia, con religiosa Piedad y Reverencia, rindiendo a Dios el Culto que le agrada (Hebreos 12).
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