Espiritual Fe

Del devenir de la vida religiosa I

Escrito por frayjordi

Ante esta situación de crisis, hay varias maneras de afrontar el problema: por un lado los que niegan la realidad o acusan a factores externos, lavándose de toda culpa; los que, reconociendo la crisis, buscan respuestas en inventos y experiencias completamente nefastos, y no son capaces de aceptar que la causa viene de dentro; los que, viendo la realidad se aferran a Cristo e intentan renovar la vida religiosa desde dentro, con las armas de la fidelidad a la vocación y a la Regla y Constituciones de cada Orden.

Desde hace tiempo, varias personas –jóvenes atraídos por la vida religiosa– me han pedido que escriba algo sobre la vida religiosa, en particular sobre la crisis por la que atraviesa en la actualidad y que no es más que el resultado de algo que se viene fraguando desde hace ya decenios.

Hay que reconocer que se trata de una problemática que tiene su complejidad, dadas las diferentes circunstancias y causas que han llevado a tal situación. Lo fácil sería hacer un análisis de tipo matemático del que se saquen deducciones erradas. A veces simplificamos demasiado y el resultado es utilizar reglas de tres para razonar sobre dicho problema.

Es un hecho probado que la vida religiosa sufre de una dolorosa y amplia crisis. No hay más que ver las cifras y cerciorarse que la sangría es absoluta: religiosos muy mayores, poca o casi ninguna entrada en las casas de formación (reconvertidas muchas veces en geriátricos), dificultad para perseverar, pérdida del sentido y de la identidad, etc.

Por otro lado, hay que tener en cuenta que la situación es muy desigual, lo que dificulta el generalizar y buscar un retrato robot. Por un lado tenemos que en Europa –en especial en Francia, Alemania, Gran Bretaña e Irlanda– las Órdenes monásticas se mantienen en su esplendor en los monasterios donde se guarda una disciplina y una liturgia tradicional (no hay más que ver monasterios como Le Barroux, Fontgombault, Lagrasse, etc.), en los que las vocaciones abundan –gracias a Dios– y donde incluso se han fundado monasterios filiales.

Las Órdenes mendicantes siguen –por lo general– el mismo patrón, es decir aquellas Provincias donde –tras un turbio tiempo postconciliar– se ha intentado mantener la observancia, la oración y el Oficio Divino, la vida fraterna, el hábito religioso, etc., siguen teniendo vocaciones: Dominicos en la Provincia de Toulouse, de Inglaterra e Irlanda, de Eslovaquia; Carmelitas Descalzos de la Provincia de Aquitania-Aviñón, Polonia…

Por el contrario, en aquellas Provincias en las que se ha tirado todo o casi todo por la borda: oración, coro, hábito, etc., la vida religiosa languidece o es un pálido reflejo de lo que fue, en el mejor de los casos. Tenemos también monasterios de monjas de clausura (en particular lo constato en España), en los que se lleva una vida observante y regular, las monjas guardan la clausura, tienen sus horas de rezo, llevan el hábito tradicional, pero no tienen vocaciones y deben buscarlas en otros continentes. No cuentan con la ayuda de sacerdotes que puedan conducir a jóvenes deseosas de consagrar su vida, ni de superioras o formadoras carismáticas que sean atrayentes.

Seminaristas. Una semblanza vocacional.

Es una realidad palpable, mensurable, la cual es imposible rebatir so pena de vivir en la falsedad. Ante esta situación de crisis, hay varias maneras de afrontar el problema: por un lado los que niegan la realidad o acusan –si aceptan la situación de crisis– a factores externos, lavándose de toda culpa; los que, reconociendo la crisis, buscan respuestas en inventos y experiencias completamente nefastos, porque por puro orgullo y ceguera no son capaces de aceptar que la causa viene de dentro; los que, viendo la realidad se aferran a Cristo e intentan renovar la vida religiosa desde dentro, con las armas de la fidelidad a la vocación y a la Regla y Constituciones de cada Orden.

La primera actitud es la de obviar la realidad, simple y llanamente. Es común escuchar todo tipo de análisis sociológicos que pretenden probar que la crisis vocacional responde a una mera conjunción de causas: familias menos numerosas, falta de compromiso, pérdida de la fe –a la cual ellos han colaborado en gran manera–. Pero ni rastro de auto crítica de una mala gestión, de haber abandonado lo esencial de la vida consagrada, de haber traicionado al Fundador.

Una segunda actitud, señalada más arriba, sería la de buscar causas externas a la crisis, queriendo solucionarla también desde el exterior, sin entrar de lleno en el problema real. Algunas congregaciones (Jesuitas, Maristas, La Salle) han querido “solucionar” el problema vocacional estableciendo estructuras en las que los laicos tengan una parte importante e incluso esencial. Se les incluye en las estructuras de gobierno, se les confieren responsabilidades (dirección de obras, colegios): parece como si vieran estos religiosos que los laicos son el futuro de esas congregaciones.

En el fondo se defiende una idea que hace tiempo se escucha en los pasillos, y es que la vida religiosa –entendida como se ha hecho hasta ahora– tiene los días contados, y que se debe tender a una vida consagrada (concepto más extenso y hasta ambiguo –según como se tome–) en la que aparezcan diferentes formas: laicos consagrados, sacerdotes, casados, hombres y mujeres viviendo en una misma comunidad, como viven algunas nuevas formas de vida consagrada.

La tercera actitud –la menos secundada a mi parecer– sería la de reconocer la crisis aceptando que en gran parte el problema está en nuestra forma de vivir la vida religiosa y no en la vida religiosa como tal. Es decir, que las causas de tal situación hay que buscarlas en la orientación que se tomó al acabar el Concilio Vaticano II, fruto de una mala interpretación de los documentos conciliares (Perfectae Caritatis), y el bulo –bastante extendido– de una supuesta apertura que consistía en acabar con las observancias religiosas sin ni siquiera hacer un trabajo de depuración que sí que era necesario –y pedido por el Concilio–.

Dicha actitud es la que adoptaron –por ejemplo– los Carmelitas Descalzos de la Provincia de Aquitania allá por el año 1985, cuando fue elegido provincial el P. Joseph Baudry. A partir de ese momento hubo un trabajo de centrar la vida de los frailes en lo que es específico de la vocación del Carmelo Teresiano: la oración. Todo ello acompañado por un retorno a las observancias que son las que ayudan a vivir la vocación. Otro ejemplo es el de los Frailes Predicadores de la Provincia de San José, de Estados Unidos, que, al retomar las observancias –oración, Liturgia de las Horas, estudios, vida fraterna, hábito– ha provocado que un gran número de jóvenes llamen a las puertas del noviciado.

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