La vestimenta es muy importante para la mujer, porque realza su cualidad de pura y motiva al varón a tratarla bien. Es por eso que la modestia en el vestir es un tema crucial en la vida femenina, ya que refleja la actitud de una mujer ante la vida y ante quienes la rodean.
En el mundo de hoy, quizás muchas mujeres dicen «yo no me visto para los hombres, solo me visto para mí” o “no me visto para calentarte». Si bien es imposible saber que tiene en la mente quien dice eso, sí se puede averiguar un juicio muy cercano por los indicios o las pruebas. Las acciones de esa mujer, sus costumbres, sus prácticas: todo eso configura un conjunto de cosas que ayudan a entender qué hay detrás de esa mentalidad.
La modestia realza la dignidad de la mujer y ayuda a conservarla pura y motivarla a la santidad. También ayuda al varón a pensar en cosas buenas y no en cosas malas. Es por eso que la virtud de la modestia debe ser promovida en un mundo tan caótico como el nuestro, amante de la sensualidad y desenfrenado por las pasiones lujuriosas.
El exhibicionismo es tan común en nuestros días, que ya parece normal vestir como aborígenes: con muy, pero muy poca ropa. De hecho, no caemos en cuenta de que mientras más civilizados somos, con más ropa deberíamos vestir, y mientras menos civilizados somos, menos tecnología para producir ropa deberíamos tener. Pero ahora, con tantos avances tecnológicos, vestimos como si no fuéramos civilización avanzada, sino unos simples aborígenes que no conocen ni la rueda.
Qué es realmente la modestia
De acuerdo con el padre Antonio Royo Marín en su libro Teología moral para seglares, la modestia «es una virtud derivada de la templanza que inclina al hombre a comportarse en los movimientos internos y externos y en el aparato exterior de sus cosas dentro de los justos límites que corresponden a su estado, ingenio y fortuna». La modestia tiene cinco formas, siendo la quinta de ellas la modestia en el ornato, que consiste en «lo relativo al vestido y aparato exterior».
La modestia en el ornato, más específicamente, «tiene por objeto guardar el debido orden de la razón en el arreglo del cuerpo y del vestido y en el aparato de las cosas exteriores». Según indica el cardenal Cayetano, el vestido tiene cuatro fines: físico, moral, social y estético.
La finalidad física del vestido es defendernos del frío, la moral es cubrir nuestra desnudez, la social es conservar la dignidad y decencia del propio estado estando llevando los vestidos apropiados, y la estética implica acrecentar la belleza corporal. En las tres primeras finalidades, es difícil adquirir desorden, pero en la última es muy fácil caer en el desorden, es decir, pecar.
Santo Tomás de Aquino señala siete desórdenes contra la virtud de la modestia en el ornato, y las que más nos competen son la segunda y la cuarta. La segunda es el vicio por el uso de esos trajes u ornatos «con afecto desordenado y libidinoso, desdigan o no de las costumbres del lugar donde vivimos» y la cuarta es «por la sensualidad con que se buscan los vestidos suaves y delicados».
Cómo responder a las críticas
A veces, puede ser común que una mujer se aleje del camino de la modestia por las críticas: las tías, las madres o las abuelas criticonas quizás usan palabras muy duras para enseñar sobre modestia. Pero eso no es excusa para abandonar la modestia, ya que las personas son una cosa y las ideas son otra.
Nuestro Señor Jesucristo lo decía sobre los fariseos: “Hagan lo que ellos dicen, no lo que ellos hacen”. Ya tendrán su castigo esas personas que te criticaron duramente y te juzgaron injustamente y te condenaron por vestir indecentemente, pero eso no tiene por qué afectar tu modo de ver la vestimenta y el ornato.
No caigamos en el antropocentrismo, que es centrarlo todo en la persona: “Si esa persona que sostiene esos principios me cae mal o me hace daño, entonces tengo razón al alejarme de esos principios”. Centrémonos en las ideas, y qué mejor para ordenar las ideas que la ortodoxia, la recta doctrina, aferrarnos a aquello enseñado por Dios, lo cual podemos conocer en el catecismo, en los Evangelios y en el magisterio de la Iglesia.
El clima: un ‘argumento’ peligroso
¿Hace mucho calor? Eso no es excusa para vestir indecentemente. En el desierto, las mujeres y los varones suelen vestir muy tapados, y eso les ayuda a absorber su sudor para refrescarse. Hace medio siglo, hace un siglo, nuestros abuelos y bisabuelos vestían bastante cubiertos.
Pensemos en los países del Caribe, en los que están cercanos a la línea del ecuador: ¿acaso ellos vestían con shorts, minifaldas, sin remera o con musculosa? ¿No, verdad? Porque en ese entonces había conciencia sobre el cuidado del vestir, quizás no perfectamente, pero mucho mejor que ahora.
De hecho, supuestamente ahora somos más conscientes de los daños del sol a la piel, y por el cáncer de piel deberíamos taparnos más. Pero no, aun sabiendo que el sol puede hacer mucho daño al exponerse por mucho tiempo, vemos que muchas muchachas visten shorts, tops y algunas hasta en bikini.
Hablando del bikini, ¿es bueno ir a la playa? Ir no tiene nada de malo en sí mismo, pero toca ir correctamente vestidos. De hecho, depende mucho del fin, ¿es para refrescarse? Esto es lo que dice el padre José María Iraburu cuando habla de las termas romanas, esos baños en los que la gente iba a mojar su cuerpo públicamente:
«La Iglesia que, enseñada por Cristo, aborrece la pereza, la pérdida del tiempo, el culto al cuerpo, el impudor y la sensualidad, la vanidad y el lujo, así como, en general, la búsqueda del placer por el placer -un placer que no va unido a la necesidad o la utilidad-, no puede menos de rechazar el mundo de las termas, y reacciona contra esa costumbre mundana tan arraigada».
Citando a Clemente de Alejandría:
«Es necesario, pues, que los hombres, dando a las mujeres un noble ejemplo de respeto a la Verdad, tengan el pudor de no desvestirse con ellas, y de evitar las miradas peligrosas, pues “aquel que ha mirado con mal deseo, dice la Escritura, ya ha pecado” [Mt 5,28]. Hace falta, por tanto, que en la casa se respete a los parientes y domésticos, en la calle a quienes se encuentre, y lo mismo las mujeres en los baños, como también es preciso en la soledad respetarse a uno mismo, y en todo lugar respetar al Logos [Cristo], que está en todas partes» (V,33).
La moda: el ‘argumento’ más débil
¿Que si la ropa indecente está de moda? Que sea lo más disponible no es excusa para no vestir modestamente. El camino al cielo es angosto y estrecho, pero el camino al infierno es ancho y cómodo. Cuesta conseguir ropa decente, cuesta comprar o hacerse coser vestidos o faldas modestos, pero vale mucho la pena intentarlo.
El esfuerzo tiene su recompensa, pues recordemos que los leprosos, ciegos y de más personas con dolencias acudían a Nuestro Señor Jesucristo sufriendo las dolencias que sufrían. Querían ser sanados a toda costa, querían acercarse a Dios, y abandonaron su propia comodidad para pedir socorro.
Es cierto que tampoco hay que obsesionarse con pagar lo que una no puede, pero es muy importante dedicar esfuerzos a eso. Como decía San Agustín, hay que hacer lo que podemos y dejar en manos de Dios lo que no podemos. Si no hay tiendas de ropa decente en la ciudad de una, toca rogar, rezar, pedir, solicitar con muchos ánimos que sí las haya.
La modestia no es solo en el vestir: también en el hablar
Modestia no es solo vestirse bien o vestir decentemente: también es hablar decentemente. En la conversación, en las charlas, en las tertulias, es importante guardar un sano uso del lenguaje, evitando las groserías y burlas.
De poco sirve vestir decentemente si una mujercita profiere palabras muy escandalosas. De hecho, recordemos que en el siglo XVIII, XIX, etc., las mujeres vestían mejor que hoy, pero eso no significa que sean perfectas: seguían teniendo defectos. Y esos defectos rondan en que algunas tenían la costumbre de tener conversaciones pecaminosas.
Abracemos, pues, la virtud de la modestia: en el ornato, en el hablar, en el espíritu. ¡Sepamos cultivar la pureza! Dios lo recompensará enormemente. Para mayor información, vea el documental La verdad desnuda sobre la modestia en el vestir.