Quizás muchos no se den cuenta, pero la religión feminista ha consolidado su labor de ‘evangelización’ al punto que se lo suele asumir como verdad incuestionable. La doctrina de esta religión llamada feminismo suele ser muy respetada y aceptada dócilmente por personas, instituciones y gobiernos de hoy. Su dominio es hegemónico, por más que los colectivos artísticos ‘underground’ intenten convencernos de que el feminismo es contracultura.
El feminismo se ha instalado en la mente de muchos en mayor o menor grado, casi exclusivamente en las grandes ciudades de los países desarrollados y en desarrollo, y a veces en ambos sexos por igual. Algunos podrán no creer que sea lícito legalizar el aborto o quemar iglesias, pero aceptan los dogmas básicos del feminismo, que se resumen en considerar a la vida doméstica como indeseable y abominable para la mujer.
Estas feministas ‘moderadas’ (que en ocasiones dicen «no soy feminista, pero…») no solo creen que está permitido que la mujer trabaje por un salario (lo cual desde la recta razón está bien), sino que además creen obligatorio que suceda eso. Así, se tacha de loca a la mujer que voluntaria y libremente desee ser ama de casa ‘en pleno siglo XXI’; por poco y piden que se la queme en la hoguera.
Catequesis feminista
El feminismo anatemiza a la mujer que desde joven muestra cualidades femeninas tradicionales respetuosas con el orden natural: encanto, delicadeza, fragilidad, vestimenta acorde a su sexo y destrezas admirables en el hogar. Para evitar la propagación de dicho ‘estereotipo de género’, el feminismo utiliza su propio Tribunal del Santo Oficio: la cultura de la cancelación.
Sin saberlo, muchos asumen que el feminismo vino a salvar a las mujeres de la opresión y a darles derechos que antes no tenían. Además, creen que durante toda la historia, la humanidad entera estaba dormida (alienación) hasta que llegó esta religión (feminismo) a brindarnos una nueva era de paz y redención (igualdad de género).
Si lo pensamos bien, el feminismo se anuncia como una religión que vino a redimir a las mujeres, que se hallaban en el pecado original (las labores domésticas) y que, por la gracia santificante de dicha religión (empoderamiento), las mujeres se liberaron de la esclavitud. Asimismo, esta religión se presenta como cura para los pecados veniales (micromachismos) y mortales (machismos).
El feminismo tiene a sus propios santos: Santa Simone de Beauvoir, Santa Frida Kahlo, Santa Betty Friedan, Santa Rosa Luxemburgo, etc. Inclusive, establece sus propios dogmas de fe: aborto legal, libertades sexuales, cuotas de género y lenguaje inclusivo.
Además, el feminismo tiene sus propios sacramentos: deconstrucción, emancipación y sororidad. Alienta a sus fiestas religiosas: el día de la mujer, día de la despenalización del aborto, etc., y para celebrarlas prepara sus propias procesiones: las marchas de protesta, los plantones y el vandalismo contra el ornato público.
El feminismo es una religión tan organizada, que cuenta con su propia teología: los estudios de género. Dispone asimismo de órdenes religiosas: feministas indigenistas, feministas LGBT, anarco-feministas, feministas TERF, etc. Y por si fuera poco, ¡le acechan sus propias herejías!: las sectas rebeldes del feminismo pro vida, el feminismo de derecha, el feminismo fascista, etc.
¿Feminismo cristiano?
Nadie puede servir a dos señores: o estamos con Dios o estamos con el diablo. Ninguna mujer que crea en Dios puede permitirse aceptar los dogmas feministas. Si asumimos que la humanidad entera estuvo equivocada durante tantos siglos de historia por creer en los ‘roles de género’, todos los que vivieron antes que nosotros serían seres inferiores. Asumimos que nuestra generación feminista es muy inteligente y que sabe tratar correctamente a la mujer. En otras palabras: acusamos a nuestros abuelos, bisabuelos, tatarabuelos, etc., de ser subhumanos, seres viles y despreciables.
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