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¿Qué hacer moralmente con los embriones congelados abandonados?

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¿Qué hacer moralmente con los embriones congelados abandonados?

Colaboración: Roberto Germán Zurriaráin (Doctor en Filosofía. Licenciado en Teología. Profesor de Didáctica de la Religión de la Universidad de La Rioja).

A propósito del debate que se adelanta en el Congreso sobre la legalización de la maternidad alquilada o por encargo, hace algunos días el diario El País de España titulaba la siguiente noticia: “España no halla destino para 230.000 embriones congelados”.

En España cada año se crean artificialmente 50.000 embriones humanos, y según el registro estatal de ese país durante los últimos dos años se han fecundado 230.000, que actualmente se encuentran en congeladores, a la espera de decidir su suerte.

Frente al destino de esos embriones “supernumerarios”, es decir, que sus padres no reclaman, una Ley de 2003 redactada por el Partido Popular (conservador pero abortista) establece 4 posibles destinos: 1. mantenerlos congelados indefinidamente, 2. ser adoptados por otros padres para continuar con el proceso de gestación, 3. ser utilizados para investigaciones científicas o 4. su destrucción.

La segunda opción (adopción prenatal) ha tenido una acogida limitada, ya que sólo el 10% de los padres lo permite. Esta es una opción que el profesor Zurriaráin considera moralmente tolerable, siempre que el propósito sea salvarles la vida, y no un subterfugio para recurrir a una Fertilización In Vitro para parejas estériles, en el que la maternidad se disocia de la conyugalidad. Este punto lo desarrolla más ampliamente en su blog, aquí, pero está claro que no es una solución generalizable, con unas condiciones restrictivas para que sea legítima y definitivamente es utópico pensar que pueda resolver la situación de quienes se encuentran en tan alto número, y aumentando vertiginosamente cada año, en situación de congelación.

En cuanto a la primera opción, crioconservarlos indefinidamente, el profesor explica que mantenerlos no es ético por el hecho de ser la congelación de seres humanos, un acto en sí mismo contrario a su dignidad, ya que supone “la interrupción de un proceso de desarrollo vital de un individuo humano por tiempo indefinido, proceso al que tiene derecho todo ser humano vivo, y se le obliga a permanecer en unas condiciones impropias” como lo explica en blog aquí.

Las opciones tercera y cuarta son las más claramente condenables, ya que un ser humano no puede ser utilizado como simple material de una investigación científica que no será en su beneficio y que en todo caso pasa por causarle la muerte, y la otra es su destrucción directa.

Frente a esta sin salida, el profesor Zurriaráin explica la viabilidad moral de una quinta opción: descongelarlos y dejar que mueran de forma natural.

Aunque esta opción pueda impactar a primera vista, por su similitud con la cuarta alternativa (su destrucción directa), rechazada por la mentalidad consecuencialista contemporánea que sólo admite como ético lo que produce buenos resultados, o los fines deseados, el “dejarlos morir” es esencialmente diferente de aquella que busca directamente su destrucción, ya que simplemente supone aceptar que no se puede hacer nada más para salvarles la vida. De modo que sin ser la solución óptima, termina siendo la “menos mala” entre las posibles, habida cuenta de lo injusto de la situación de partida.

Esta es la explicación del profesor Zurraráin sobre este punto:

[Es muy importante] distinguir la acción de “matar” de la de “dejarlos morir”. “Matar” significa “poner” positivamente un acto malo, mientras que “dejar morir” supone aceptar que no se puede hacer nada para salvar la vida. La muerte no le adviene al embrión humano al “dejarle morir” tras la descongelación, sino que tiene su origen en un “proceso de muerte”.

Dicho proceso comienza con su producción y denominación de “excedente”, continúa con la congelación y finaliza con la descongelación. En efecto, “dejarlos morir” consiste en no intervenir en un curso de acciones que ya están en marcha y que ocasionan la muerte y que, por tanto, acciones moralmente malas. Cuando se opta por descongelarlos y “dejarlos morir” no se hace otra cosa que liberar a los embriones de una situación injusta e impropia de su dignidad de seres humanos (su congelación), a la que nunca se debería haber llegado. En este sentido, el profesional, que descongela al embrión humano, no pretende su muerte, sino que lo “deja morir”, esto es, deja de intervenir en un proceso abocado a la muerte. En todo caso, permite que la naturaleza siga su curso.

Esta acción y la responsabilidad de la persona que la realiza son distintas de aquélla que ve la descongelación como un medio para posteriormente, en un proceso de reanimación, obtener un embrión humano del que se puedan extraer sus células. Por el contrario, el que descongela, al no reanimarlo, no persigue su muerte directa, sino que lo deja en situación de que muera de muerte natural.

Existe, por tanto, una diferencia indudable entre iniciar unas acciones que conducirán a la muerte del embrión humano congelado y “permitirle morir” no interfiriendo en el curso de unos acontecimientos que ocasionarán, tarde o temprano, su muerte.

En definitiva, con la acción de “dejarlos morir” se persigue terminar con una situación injusta, indigna e impropia para cualquier ser humano. Descongelarles y “dejarles morir” no es matarles activamente, sino dejar de poner un medio indigno y desproporcionado, que únicamente alarga artificialmente la fase final de la vida en situación irreversible.

Se puede concluir diciendo que “dejar morir” a los embriones humanos congelados, aun siendo una alternativa no exenta de reparos, pues no hay ninguna éticamente indiscutible, es la salida más respetuosa con la dignidad de los embriones humanos congelados. Así, pues, lo que se sostiene es que se descongele a los embriones humanos que han sido congelados y se les “deje morir” sin reintroducirlos de nuevo en un proceso instrumentalizador.

 

Fuente: Blog del profesor Roberto Germán Zurriaráin, El País. Imagen: observatoriodebioetica.org

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