Esta aguda observación la hizo el profesor de filosofía de Boston Peter Kreeft, uno de los líderes católicos provida más incisivos de Estados Unidos.
Su reflexión nos ayuda a los provida a poner en perspectiva el sentido trascendente de la lucha por la Cultura de la Vida.
No se trata de una lucha jurídica o científica, en la que en la que el triunfo sea el resultado de una buena estrategia o de recurrir a los más sofisticados argumentos. Se trata, ante todo, de una lucha espiritual en la que es imposible vencer sin contar con Dios.
Al comprender la dimensión trascendentede de esta batalla entre las culturas de la vida y de la muerte, se pueden entender muchas cosas que a simple vista parecen incomprensibles, como el nivel de odio y violencia que reflejan los promotores del aborto, la ineficacia de las estrategias provida que se desconectan de su raíz espiritual, o la fragilidad de los compromisos provida por parte de ciertos líderes, especialmente políticos, cuando tienen una visión secularizada o son muy poco religiosos.
Secularismo vs. Cristianismo
La visión secularista de la dignidad humana, en especial del cuerpo humano, no podría ser más opuesta de la cristiana. Mientras que para un católico practicante su cuerpo está llamado a ser el «Templo del Espíritu Santo«, para un no practicante imbuido en la cultura contemporánea, su cuerpo es poco más que un instrumento, una herramienta para generar placer, una propiedad de la cual se puede usar y abusar.
Dice San Pablo en su Primera Carta a los Corintios (I Corintios 6, 19-20):
¿O no saben que sus cuerpos son templo del espíritu Santo, que habita en ustedes y que han recibido de Dios? Por lo tanto, ustedes no se pertenecen, sino que han sido comprados, ¡y a qué precio! Glorifiquen entonces a Dios en sus cuerpos.
Mientras que la Corte Constitucional colombiana, en la sentencia que despenalizó el aborto (C – 355 de 2006), presenta una visión distinta:
La mujer que como consecuencia de una vulneración de tal magnitud a sus derechos fundamentales queda embarazada no puede jurídicamente ser obligada a adoptar comportamientos heroicos, como sería asumir sobre sus hombros la enorme carga vital que continuar el embarazo implica, ni indiferencia por su valor como sujeto de derechos, como sería soportar impasiblemente que su cuerpo, contra su conciencia, sea subordinado a ser un instrumento útil de procreación.
Sin duda la visión cristiana es controversial. Lo fue en el tiempo de Cristo, y lo es ahora. Está anunciado en el Evangelio que estamos llamados a ser signo de contradicción.
Jesús no necesitaba ser crucificado para resucitar y demostrar así su señorío sobre la vida y la muerte, signo inconfundible del poder de Dios.
Si Cristo podía hacer con su cuerpo lo que quisiera, bien podía haber elegido morir de una forma distinta, sin dolor, y aún así demostrar que podía resucitar al tercer día.
Pero al aceptar en el Huerto de Los Olivos su Pasión y Muerte en la Cruz, Jesús sacrificó su cuerpo, entregó su vida, para que la tuviéramos nosotros.
En la Última cena Jesús dio de comer a sus discípulos su Cuerpo y su Sangre. Y luego de su Resurrección y Ascensión a los cielos, se quedó con nosotros en la Eucaristía.
Dios, en un gesto de amor que el ser humano es incapaz de imaginar, se entregó físicamente (su carne y su sangre), a sus criaturas. Un gesto que se repite en cada Eucaristía, para dar vida y ser como uno (en comunión) con sus hijos.
De forma similar pero invertida, en cada aborto una persona reclama su cuerpo para sí misma y se rebela contra Dios, matando la vida que lleva adentro, no sólo la del cuerpo (de su hijo) sino también la de su propia alma.
¿Es posible una forma más macabra de burlarse de la generosidad de Dios en la Eucaristía?, ¿puede existir algún signo más apropiado para reflejar la corrupción moral de una cultura construida sobre la negación del Evangelio de Cristo, que la del aborto legal y financiado por toda la sociedad?