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Sacerdote hasta el final

Sacerdote hasta el final 95 años
Escrito por Redacción R+F

Esto es lo que hace un Sacerdote, un auténtico hombre de Dios. Testimonio de Fe, y Padre Espiritual, hasta el final. Dios lo tenga en su Reino, e interceda por nosotros.

Según informa el sitio Aleteia, levantando sus manos en señal de entusiasmo:

Sacerdote muere por coronavirus: ¡Nos vemos en el Paraíso! ¡Recen el Rosario!

Screenshot from Prima BergamoCirillo Longo, sacerdote italiano muerto el 19 de marzo. Gelsomino del Guercio | Abr 01, 2020.

Murió el día de san José, patrono de los sacerdotes, diciendo: “No tengan miedo, porque estamos todos en manos de Dios.

Poco antes de partir de este mundo, levantó las manos al cielo en exultación, como si hubiese marcado un gol. Un gesto de valor y de aliento a los demás, nacido de una lección de vida que él siempre repetía en el Centro Don Orione de Bérgamo, la ciudad más afectada en Italia por esta pandemia:

“El hombre tiene dos manos porque, mientras una trabaja, la otra sirve para desgranar las cuentas del rosario”.

Infectado por coronavírus, el padre Cirillo Longo pasó las últimas horas de su vida terrena animando a los profesionales sanitarios que le atendían.

Partió para el cielo en pleno día de san José, el 19 de marzo, un día después de cumplir 95 años de edad.

Su mensaje continua resonando en el corazón de quienes le conocieron. En sus últimos días, era él quien consolaba a los que debían consolarle a él, y decía al equipo del hospital:

“No tengan miedo, porque estamos todos en manos de Dios”.

Una vida entre sufrimientos y milagros

El Padre Cirillo nació en Saletto, Padua, el 18 de marzo de 1925. Tenía 78 años de profesión religiosa y 67 de sacerdocio.

Pertenecía a la provincia religiosa “Madre de la Divina Providencia”, de los padres orionitas. Entró en la congregación el 23 de octubre de 1937, en Tortona, norte de Italia, de manos del mismo Luigi Orione, el santo fundador de la congregación.

El casi centenario sacerdote fue testigo de los milagros del fundador cuando, en plena Segunda Guerra Mundial, en los momentos desesperados de hambre y de miedo, una oración recitada con fe ardiente y con el amor filial de todos los seminaristas era suficiente para recibir una ayuda inesperada, enviada del cielo, por medio de los soldados.

El calvario final de Cirillo comenzó el 12 de marzo. Los ocho días siguientes estuvieron llenos de oración y sufrimiento, físico, pero sobre todo de no poder ya comunicarse con los amigos ni responder a los mensajes enviados de todos los continentes: sacerdotes, religiosas, familiares y muchas personas sencillas, familias, niños, jóvenes, colaboradores de las muchas estructuras que él fundó y dirigió.

“Recen mucho; vienen tiempos difíciles”

En la noche del 17 de marzo, en una rápida llamada telefónica, dijo a un conocido:

“Nos vemos en el Paraíso… Recen el rosario… Manden un abrazo para todos”.

En otra llamada, el mismo día de su muerte, volvió a decir:

“Recen mucho; vienen tiempos difíciles; recen el rosario”.


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