Colaboración: Andrea Garzón desde Cracovia.
Ver a millones de jóvenes reunirse por una o dos semanas para vivir una de las mejores experiencias de su vida me confirma que Dios se encarga de mover corazones, vidas y ¡generaciones!
Para mí ha sido una de las mejores experiencias de la vida, pues ver que mi Iglesia Católica está presente en las vidas de millones de jóvenes como yo, me llena de esperanza, me da la certeza de que como jóvenes podemos hacer del mundo un mejor lugar como nos lo ha pedido el Papa Francisco.
Me confirma que en medio de nuestra alegría, locura y falta de experiencia en la vida, podemos ser católicos convencidos que llevamos a Cristo con ese entusiasmo, siendo testimonio de su presencia en nuestras vidas.
Esta semana en Cracovia, no solo me llenó de ánimo para vivir mejor la fe, la de una joven común y corriente que se esfuerza por mantener la presencia de Cristo su vida, sino que me hizo conciente de los cientos de miles de jóvenes que asistieron a la JMJ y muchos más que no pudieron asistir por alguna circunstancia, pero que comparten ese propósito conmigo.
Saber que tantas personas se prepararon durante tanto tiempo para llegar a ese lugar, para dar un testimonio de unidad alrededor de Su Santidad Francisco, me hizo ver cómo la fe es fuente de hermandad, de solidaridad y de unión en el amor.
Fue especialmente impactante la historia del joven polaco que hizo los diseños de la JMJ, a quien de un momento a otro le descubrieron un cáncer, pero a pesar de todo continuó trabajando para el evento desde su casa. La enfermedad avanzó con rapidez y le impidió vivir para ver como todo su esfuerzo para preparar la JMJ se hacía realidad.
Murió el 2 de julio, entregándole su vida a Cristo, sirviéndole hasta su último aliento, encontrando la paz de la entrega y el abandono en medio del dolor, como deberíamos hacer todos los católicos.
Testimonios así son capaces de transformar vidas para bien. Seguro se podrán encontrar por miles similares en esta JMJ, motivando e impulsando a todos alrededor a seguir soñando, a seguir invirtiendo la vida en el servicio de los demás y para la mayor gloria de Cristo.
Entregar la vida por Él y vivir para Él, es lo único que en realidad vale la pena.