Grupo de voluntarios del Movimiento Regnum Christi en Medellín. Foto: cortesía.
*Por: Diana López, médico pediatra de Manizales y voluntaria en el encuentro con el Papa en Medellín.
Mi alegría fue inmensa cuando supe que el Papa Francisco vendría a Colombia, para mí fue un regalo de Dios que el Vicario de Cristo viniera a mi país. Él sabía que Colombia necesitaba de su mensaje de esperanza y caridad.
Al Papa ya lo había visto antes, en Roma y en la Jornada Mundial de la Juventud de Brasil, en ambos lugares como espectadora. Ahora, con su visita a mi país, decidí dar ese primer paso y poner en acción su mensaje de caridad, siendo voluntaria con mi movimiento católico, el Regnum Christi. Haría lío sirviendo en Medellín.
Le dije dos cosas a Dios cuando tomé la decisión: uno, que me dejara tocarlo y verlo en el Papa Francisco, y dos, que me usara allá como Él quisiera. Comenzaron los preparativos, oración, algunos sacrificios ofrecidos para disponer mi Espíritu para Él. Conté los días. Agosto se hizo muy largo. Pruebas de fe a diario: “que vas a viajar muy tarde”, “que no vas a alcanzar a entrar”, “que no vas a aguantar esas jornadas”, “que te vas a enfermar”, un sin fin de temores que sacaba del corazón repitiendo: “¡solo por fe!, Dios ya sabe, confía”.
De la incomodidad a la alegría
El 8 de septiembre, en el cumpleaños de la Virgen María, llegué al aeropuerto Olaya Herrera, y a Ella encomendé mi voluntariado. Asistí con 150 voluntarios y dos sacerdotes Legionarios de Cristo. Pasamos la noche en la pista del aeropuerto, con hambre, frío y bajo la lluvia. ¡Qué incomodidad tan tenaz!, y me invadió el pánico… los visitantes estaban detrás de la valla, y yo delante de esta, con una camiseta con el mensaje: “soy voluntario ¡y estoy listo para servirte!”.
Mientras el cansancio me hacía dudar, volví a contemplar una escena que ya había visto en la fila al entrar: uno de los dos sacerdotes que nos acompañaban estaba confesando, lo hacía desde afuera y permaneció así, en la pista, hasta las 6 de la mañana. Él también estaba emparamado, cansado, y confesó hora tras hora. ¡Estaba sirviendo en la adversidad! Pensé: “así es como se ama. Solo por fe, Dios sabe, confía”, al tiempo que resonaba en mi interior una nueva frase dicha por Francisco: “los invito al compromiso y no al cumplimiento”. Y el miedo se fue.
Como voluntaria, me habían asignado la labor de “umbelero” para acompañar a los ministros de la Eucaristía en el momento de la comunión, abriendo una sombrilla blanca para que los peregrinos supieran que ahí estaba Cristo Eucaristía. ¡Oh, por Dios! Mi primera petición se estaba haciendo realidad: poder ver y tocar a Cristo, cuidándolo. Mi corazón se conmovió hasta las lágrimas.
Faltando pocos minutos para que Francisco llegara al aeropuerto, en la mañana del 9 de septiembre, recibimos la orden de salir del cuadrante e ir a la pista. Dios nos tenía otra sorpresa: seríamos nosotros, los jóvenes del Regnum Christi, los que le haríamos la calle de honor al Papa Francisco al llegar al aeropuerto. Ahí no pude más, me derrumbó el amor de Jesús, había ido a servirle y Él fue quien me sirvió; fui a amar y El fue quien me amó.
Cuando vi pasar al Papa por mi lado, salí corriendo como una niña chiquita, se me olvidó el protocolo… era Cristo quien pasaba, ¡era el encuentro entre Él y yo! Francisco nos bendijo a los voluntarios desde el papamóvil, con esa sonrisa que muestra su caridad y su esperanza. Temblaba y gritaba de alegría.
Francisco y Dios se nos dieron por completo en esta visita. No esperaba menos, pues así es Dios: un padre fiel y amoroso, quien, además, nos sorprende siempre a nuestro favor. El paso del Papa por mi lado fue fugaz, y ahora pienso que así es la gracia: pasa, te sorprende, la abrazas, te transforma, o la dejas pasar y ella sigue su rumbo. Gracias a Dios, yo la abracé.