Pocos saben que Cristóbal Colón, además de ser un audaz navegante, era un hombre de una profunda fe católica. Como miembro de la Tercera Orden de San Francisco, Colón usaba el hábito franciscano con frecuencia, en especial, cuando se presentaba ante la nobleza o la jerarquía. Sus contactos en la orden franciscana le permitieron acceder la corte real, y le animaron cuando parecía que nunca iba a lograr el apoyo necesario para realizar su empresa. Durante su primer viaje, su hijo Diego permaneció al cuidado de los franciscanos, quienes se encargaron de su educación en el monasterio de La Rábida, cerca de Palos de Moguer. A su regreso, Colón se quedó en ese monastario durante el verano de 1492, para prepararse espiritualmente para su segundo viaje, el cual realizaría ese mismo año.
Luego de su muerte, su segundo hijo Fernando escribió acerca de la piedad de su padre: «En asuntos de religión era tan estricto que por el ayuno y la lectura de los oficios canónicos, cualquiera habría pensado que pertenecía a un religioso. Y cuando él tenía que escribir algo, las primeras palabras que ponía sobre el papel eran ‘Jesus cum Maria sit nobis in via’ [Que Jesús y María estén siempre en nuestro camino]». Expresión que se puede observar en la mayoría de sus cartas, apenas entendible para un navegante y explorador, que se podría decir era su lema.
Su gran devoción por la Santísima Virgen llevó a que la nave principal de su primera expedición se llamara «Santa Maria de la Inmaculada Concepción», y fue a ella a quien se encomendó cuando al regreso, cuando las naves parecía que iban a naufragar, le prometió junto con sus hombres una peregrinación a la primera iglesia mariana que pudieran encontrar, lo cual cumplieron en las islas Azores dose semanas después. Una vez en España, Colón hizo otra peregrinación al monasterio de Nuestra Señora de Guadalupe en Extremadura, como una forma solemne de Acción de Gracias.
La mano de la Virgen en el descubrimiento del Nuevo Mundo
Al ponerse el sol del 11 de octubre, el Salve Regina se escuchó cantar a través del océano Atlántico. 90 hombres de pie en la cubierta de sus tres barcos, seguían la oración dirigida por Cristóbal Colón. Todas las tardes seguían el mismo ritual desde su partida de España, hace ya algunos meses. El siguiente día sería la fiesta de la Virgen del Pilar, patrona de España. Colón había prometido a sus hombres que si para ese día no habían visto tierra firme, daría la orden de devolverse para España, promesa que estaba dispuesto a cumplir. En su interior sabía que Nuestra Señora no abandonaría una empresa por la que él había trabajado tan duramente. Además, los signos de que se acercaban a tierra eran mayores cada día.
Mientras subía a su recámara, su mirada si dirigió instintivamente hacia el occidente. A la distancia vio una especie de luz, como la de una vela que subía y bajaba con las olas. Rápidamente llamó a uno de sus hombres, quien confirmó lo que veía. Las tripulaciones de las tres naves se pusieron alerta, cada hombre en la cubierta, buscando algún signo de tierra cerca. Hacia las 2 de al mañana se escuchó el grito: «¡Tierra!». Fue tanta la emoción de la tripulación, que apenas si se dieron cuenta las horas que tomó los peligrosos acantilados que rodeaban su nuevo destino. Al momento de poner su rodilla en tierra, Colón dijo la siguiente oración: «Eterno y omnipotente Dios, que con tu palabra creaste el cielo, la tierra y el mar, bendito y glorificado sea tu nombre, alabada tu majestad, que se ha dignado a escoger a este humilde siervo: que tu nombre sea conocido y predicado en este nuevo rincón del mundo».
Siendo este el inicio de nuestra historia como pueblo, es imposible no pensar en el sitio especial que Dios nos ha reservado en la historia de la Salvación. Que su Gracia nos permita ser fieles a esos designios.