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“Hacer la Voluntad de Dios”, el verdadero Testamento Espiritual de Benedicto XVI

B XVI Testamento Espiritual

Hoy, ante la inocultable y evidente crisis que obliga a mirar hacia el vértice de la Iglesia, las ignoradas palabras de Benedicto XVI resuenan siempre escalofriantemente admonitorias y proféticas.

«El Papa no es un soberano absoluto, cuyo pensamiento y voluntad son ley. Al contrario: el ministerio del Papa es garantía de la obediencia a Cristo y a su Palabra. No debe proclamar sus propias ideas, sino vincularse constantemente a sí mismo y la Iglesia a la obediencia a la Palabra de Dios, frente a todos los intentos de adaptación y alteración, así como frente a todo oportunismo».

Benedicto XVI, Homilía en la Misa de toma de posesión de su Cátedra.

¿Un legado hoy borroso, difuso, que se pierde con el paso del tiempo? No es el caso del Papa Benedicto XVI, cuyo Magisterio –paradójica o quizá Providencialmente–, resulta cada vez más diáfano, fiel y coherente con el “Depositum Fidei”, en contraste con las actuales “propuestas” de la que, hasta antes de erigirse como Sumo Pontífice de la Iglesia Católica, fuera su oficina “natural” y el baluarte de la Fe de la Iglesia que “nos gloriamos de profesar en Cristo Jesús, Señor nuestro”: la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, hoy “Dicasterio”.

Cuando apenas llevaba unos dos meses luego de su elección como Sumo Pontífice, y después de un encuentro con sus antiguos colaboradores de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, la Prensa internacional especulaba sobre el rumbo de la Iglesia Católica en cabeza de Benedicto XVI, a quien directamente le preguntaron:

—¿Cuál es su “Plan de Gobierno”?

Visiblemente extrañado por la pregunta, y sorprendido de que se asimilara al gobierno de la Iglesia con una categoría propia del orden secular y político completamente ajena al ámbito espiritual, no obstante respondió con gran lucidez y con la concreción de quien realmente conoce su misión y tiene claro Quién le ha llamado a cumplirla:

—Mi único “plan de gobierno” es hacer la Voluntad de Dios –dijo.

No aludió a nada como “reformar” la Iglesia, que fue lo que se propuso Lutero; ni a “renovarla”, que ha sido el «leitmotiv» de los modernistas para instrumentalizar el Concilio Vaticano II como una especie de nueva Constitución y refundarla; ni siquiera a “restaurarla”, que fue la tarea encomendada por el mismo Señor a San Francisco de Asís. Tampoco a una idea propia o a un sentir personal sobre lo que para él “debería ser” la Iglesia. Nada de eso.

Al contrario. Estas palabras, expresadas con su natural amabilidad y sencillez, y con la apacibilidad de un susurro, resonaron como las hojas en el campo ante la suave brisa que las sacude y en la que el profeta Elías reconoció la Presencia real de Dios. En un eco apenas perceptible, éstas resultaron tajantes como la Verdad y lapidarias como una sentencia; y, al mismo tiempo, fueron pronunciadas con la firmeza de una autoridad bien fundamentada.

Aunque lo había dicho con extraordinaria claridad desde el mismo instante de su asunción del Papado, nadie en el mundo, ni aún dentro de la misma Iglesia, parecía haberse percatado de ello. Justamente, el día de la toma de posesión de su Cátedra como Sucesor del Apóstol Pedro y Obispo de Roma en la Basílica de San Juan de Letrán el 7 de mayo de 2005, durante la homilía, el Papa Benedicto XVI dijo muy claramente:

«El Papa no es un soberano absoluto, cuyo pensamiento y voluntad son ley. Al contrario: el ministerio del Papa es garantía de la obediencia a Cristo y a su Palabra. No debe proclamar sus propias ideas, sino vincularse constantemente a sí mismo y la Iglesia a la obediencia a la Palabra de Dios, frente a todos los intentos de adaptación y alteración, así como frente a todo oportunismo».

Benedicto XVI, Homilía en la Misa de toma de posesión de su Cátedra

Ver: 7 de mayo de 2005: Celebración eucarística y toma de posesión de la Cátedra del Obispo de Roma | Benedicto XVI

Hoy, ante la inocultable y evidente crisis que obliga a mirar hacia el vértice de la Iglesia, a considerar con atención su Misión y Ley Suprema que es la Salvación de las Almas, vemos cuánto se le ha oscurecido y opacado como Luz del mundo. Pero ello pone de manifiesto, precisamente, su lugar como meridiano de la humanidad. Lo que ocurre dentro de Ella resulta determinante en el devenir del hombre para su realización o degradación, esto es, para su redención o perdición. Ante dicho estado de cosas, las ignoradas palabras de Benedicto XVI resuenan siempre escalofriantemente admonitorias y proféticas.

La respuesta dada a la prensa dejaba ver su justa apreciación sobre la realidad de la Iglesia, y mostraba la coherencia entre el propósito de la Misión a él encomendada como Vicario de Cristo –confirmar a los hermanos en la Fe instruyéndolos en la Verdad– y la conciencia que de ella tenía como Papa. La plenitud de la asistencia del Espíritu Santo al nuevo Pontífice se evidenciaba con elocuencia. De un modo proverbial, sus palabras no sólo constituían y afirmaban las directrices propias de un auténtico Pontificado, sino las primeras líneas del que habría de devenir en su único y verdadero Testamento Espiritual.

Poco tiempo después de su elección fue visitado por el presidente de Ferrari, Luca di Montezemolo, quien le llevó un obsequio por demás curioso, que dio lugar a una simpática anécdota ante la aguda e inmediata respuesta del Papa Benedicto XVI. Aquél le entregó un volante de un Fórmula 1, bastante complejo, que pertenecía a uno de los coches que conducía Michael Schumacher, describiéndolo así:

“Mire cuántas cosas tienen que controlar los conductores durante las carreras”.

A lo cual el Papa respondió de manera inmediata y espontánea, haciendo no sólo gala de una gran inteligencia, sino de un fino y profundo sentido del humor:

“También es complicado manejar el timón de la Iglesia”.

Ante tal y tan contundente comparación, el gesto de sorpresa con el que reacciona el presidente de Ferrari resultó no sólo gracioso sino bastante gráfico y elocuente.

Ver el vídeo:

Como se puede apreciar, estamos ante un hombre, ante un auténtico Sucesor del Apóstol Pedro, plena y extraordinariamente consciente de las exigencias y dificultades propias de su labor y de su misión como Vicario de Cristo.

Es por ello por lo que, ante las especulaciones a las que han dado lugar no sólo el anuncio oficial de su muerte sino un texto presentado como su “Testamento Espiritual”, podemos afirmar que el hecho resulta curioso, pues no sólo no consta la veracidad de su autoría en ninguna parte, sino más extraño aún: habida cuenta de la profusa obra teológica, magisterial y eclesial que nos legó, de la cual casi cualquiera de sus pasajes bien podría suplir dicha pretensión y cumplir a cabalidad como tal.

Sin necesidad de adentrarnos en suspicacias, es claro que sus palabras, vida y obra constituyen un legado más que suficiente y muy valioso no sólo para los católicos sino para toda la humanidad. Por lo cual resulta ser cuando menos un exabrupto que luego de la desaparición del Papa Emérito del escenario, en su lugar se nos haya ofrecido una carta que, en una cuestionable síntesis, pretenda erigirse como su “Testamento Espiritual”: es inaudito que se quiera sepultar la invaluable magnitud, profundidad y altura de su pensamiento y de su magisterio bajo semejante reducción, cuando lo que corresponde ahora, justamente, es promoverlo y que sea leído, estudiado, conocido y comprendido en su integridad.

Los méritos humanos y espirituales de Benedicto XVI son muy superiores a ese despropósito. Estamos hablando, sin exageración alguna, nada menos que del hombre más brillante de los dos últimos siglos, quien tiene a su favor el ejercicio del pontificado más significativo en esta encrucijada de los tiempos, como lo demostrará la historia; el de haber sido un “Pastor Bonus” –según el corazón de Dios–; y a quien indudablemente se le reconocerá y proclamará Santo y Doctor de la Iglesia.

A guisa de ejemplo, y de un modo puramente coloquial, en el mismo video podemos ver un poco más adelante un ejemplo de su capacidad y brillantez, demostradas justamente en la forma y con las palabras con las que responde a la inquietud de un jovencito sobre la paradoja entre la presencia real de Jesús en la Eucaristía y su invisibilidad. Literalmente, este niño le manifiesta:

“Mi catequista, preparándome para el día de mi Primera Comunión, me dijo que Jesús está presente en la Eucaristía. ¿Pero cómo? ¡Yo no lo veo!”.

El aparente dilema que el joven le plantea, suscita en él una espontánea risa empática. Pero acto seguido, aborda lo que para este pequeño podría ser el embrión de un “grave” problema, y lo hace con una amable, inmediata, clara y muy precisa respuesta –sin reduccionismos infantiles–, propia de un auténtico maestro, de alguien que conoce aquello de lo que habla. De manera razonada, como mirando a su corazón y a una mente que despierta, responde con una diáfana y exquisita muestra de su inteligencia, sabiduría, agudeza, sencillez y capacidad para hacerse entender, incluso de un niño:

“Sí, no lo vemos, pero hay muchas cosas que no vemos y que existen y son esenciales. Por ejemplo, no vemos nuestra razón y sin embargo tenemos razón. No vemos nuestra inteligencia y la tenemos. En una palabra, no vemos nuestra alma y sin embargo existe y vemos sus efectos porque podemos hablar, pensar, decidir… Por ejemplo, tampoco vemos la corriente eléctrica pero sabemos que existe”.

Ver el extracto del video, aquí:

Es evidente: se trata del Papa más sabio en toda la historia de la Iglesia. Pero no sólo por su conocimiento… De él dicen más la forma como sorteó las crisis y supo mantenerse, con humildad y prudencia, en el recinto sacro de la Esposa de Cristo, sin ‘bajarse’ de la cruz y permaneciendo en ella –en sus propias palabras– “de un modo nuevo”, velando por la Iglesia en el recogimiento, con su silencio, sus apuntes, reflexiones y, sobre todo, con la Oración.

Estas actitudes son un Testimonio fehaciente de fidelidad, de valor, de Celo Apostólico, y constituyen el auténtico Testamento Espiritual de quien, durante décadas de “martirio blanco” y llevando sobre sus hombros el peso de la Iglesia y sosteniendo con firmeza su timón para dirigirla con rectitud y mantener su curso entre los Sacramentos –como en la visión de Don Bosco–, particularmente la Santa Misa con la Sagrada Comunión y la intercesión del Inmaculado Corazón de la Virgen María, lavó y blanqueó sus vestiduras en la Sangre del Cordero.

Precisamente por ello, por el valor de su testimonio como “Cooperatores Veritatis” (Servidor de la Verdad), como un ‘humilde trabajador de la Viña del Señor’, como abnegado obrero de su mies, amerita que se hubiesen citado sus inequívocas y unívocas palabras, sin ambigüedades; y conocer su diáfano magisterio, tanto al frente de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe como en el solio pontificio; y, en especial, percatarnos de su humildad, su reservada moderación, su santa compostura, su casi tímida discreción y circunspección, su discernimiento, sabiduría, así como de la santa paciencia y el aplomo con los que sorteó las crisis que debió afrontar y con las que llevó su cruz y cumplió hasta el final la Misión a él encomendada.

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2 Comments

  • Admiro profundamente al Cardenal J. Razinger como sabio defensor de la fe, la Iglesia católica, su doctrina y de la “Verdad , sin la cual no es posible la paz”. Creo que es uno de los grandes filósofos de la Iglesia católica en toda su historia.
    Quiero conocer mucho más de él y de su obra, ¿Es posible a través de ustedes?