Testimonios

Carta a San José: en lo profundo de mi alma… ¡te encontré!

San Jose1

¿Qué tal si reflexionamos sobre la acción del papá adoptivo de Jesús en nuestra vida? El Patrono Universal de la Iglesia, cuya fiesta celebramos los católicos el 19 de marzo, ha inspirado documentos eclesiásticos, devociones, canciones y, sobre todo, virtudes para imitar. Esta carta descubre el corazón de un alma agradecida. ¡Cada uno podría escribir una o agradecer según su talento!

Me he sentado frente a la hoja en blanco con el firme propósito de escribirte unas cuantas memorias del corazón, porque de esto se trata justamente la gratitud. En medio de los afanes de cada día –mi “Martha interior” forcejea constantemente con la serenidad de María–, me detengo un rato para ver hacia atrás y encontrarte en lo profundo de mi alma, querido San José.

Escribo esto el 16 de marzo del 2021, a tres días de tu fiesta en la Iglesia. Hace 35 años exactamente recibía la Gracia del Bautismo y desde entonces la identidad indeleble de Hija de Dios ha ido configurando en mí un carácter, una misión, un anhelo: llegar al Cielo apenas muera. Ser católicos hoy en día nos acerca al martirio de los primeros cristianos, tan distante en el tiempo, pero muy próximo a su causa: dar la vida por la Vida que es Cristo. ¿Cómo no ver ahora tu intercesión?  

17 años después, cuando iniciaba mi discernimiento a la vida consagrada, fuiste mi primer patrono con la virtud “aceptación cordial de la Voluntad de Dios”. Me había incorporado al movimiento Regnum Christi y en la repartición de los patronos, tradición de cada año, ¡saliste al paso! Tengo que reconocer que aquel primer encuentro significó para mí un sinsabor, porque veía esa virtud como una sutil imposición… ¡Tiempos aquellos en que todavía no comprendía el gozo de decirle siempre “sí” a Dios! Luego lo fui aprendiendo de ti, de tu esposa virginal, María, y –por supuesto– de Jesús.

Regresé al mundo, después de mi año de “noviazgo” con Jesús –como lo llamo cariñosamente–, para emprender mi camino de santidad como universitaria, periodista, formadora de jóvenes, hija, hermana, amiga y nuevamente novia, cada vez con mayor claridad de que mi vocación al amor se concretaría en el Matrimonio, asumiendo cada período de soltería con el dolor que embellece el alma y la purificación del corazón para amar más y mejor. Camino que no ha estado exento de errores, pecados, desánimo…, y en el que me has acompañado silenciosamente, querido San José.

Sí, ¡en silencio! El mismo que nos resulta imperceptible en tiempos de hiperconectividad y barullo interior. Por eso, cuando me puse a meditar sobre tu acción en mi vida me sorprendí por tantas “dioscidencias”, al menos las que he podido ver con espíritu sobrenatural en mis oasis de oración. ¡Y así fue tu vida! Una constante “dioscidencia” gracias a tu escucha atenta y humilde a la Voz de Dios.

Así, en la aventura humana –sostenida por la Gracia– de trabajar 100% en un medio de comunicación católico, Razón + Fe, nos encontramos nuevamente. El 11 de octubre del 2017 llegaba a mi nuevo trabajo, ubicado en una fundación amiga provida en Teusaquillo (Bogotá, Colombia), con la ilusión de entregarme plenamente a este proyecto de evangelización, y literalmente me diste la bienvenida: mi “oficina”, en los primeros días, consistió en una mesa gruesa de madera brillante a la entrada de una capilla, sobre la cual había una imagen tuya de 70 cm de alto. ¡Muy caballeroso!

A los pocos meses, además, volviste a ser mi patrono. Por eso, puedo afirmar que todo lo que sucedió en el 2018 –para bien de mi alma– pasó primero por tu carpintería celestial, especialmente el corazón de quien sería mi esposo. Él llegó como columnista y nuestra primera reunión de trabajo fue en marzo… ¡Tu mes, entrañable San José! Y la confirmación de que habías intervenido se dio tiempo después, en una conversación de amigos en la cual Francisco José, como se llama mi “nueva carne”, me compartió que se había consagrado a ti: ¡flechazo! Él sería “mi José”, y yo, “su María” –aunque, a veces, también, su “Martha”–.

La vida es un tejido misterioso de dolores y gozos, a ejemplo de la Sagrada Familia, la cual custodias. Mientras maduraba en mi corazón el proyecto del amor humano custodiado por el Matrimonio, Dios me concedió la oportunidad de trabajar con un valiente líder provida –el “Concejal de la Familia”– y, luego de un año arduo y apasionante, me enfrenté a la falta de trabajo… Lo viví como un “desierto laboral”, con la incertidumbre propia de mi frágil humanidad y la Esperanza de que actuaría la Providencia Divina, como efectivamente ocurrió.

Reconocí entonces cómo detrás de cada uno de mis trabajos estabas tú. Recuerdo especialmente marzo del 2016: había presentado mi carta de renuncia a un gremio médico debido al cambio de ciudad de residencia, y me faltaba una misión por cumplir: regalarle el libro “Los quince primeros días de una vida humana” (María J. Iraburu Elizalde y Natalia López-Moratalla) a un especialista –cercano– que trabajaba en un centro de abortos. Lo hice, con el impulso del Espíritu Santo, y enseguida me llamaron para ofrecerme que continuara con ellos en modo tele-trabajo. Corroboré, una vez más, que Dios bendice la fidelidad a la conciencia y hoy te descubro allí, San José.

Esta carta quedaría incompleta si no te agradeciera por el regalo del Ejercicio Espiritual de 51 días que realicé por primera vez el año pasado, cuando Francisco José me hizo la pregunta más bella del mundo y la más esperada por mi corazón: “¿quieres ser mi esposa?”. Inicié el proceso de sanación interior fundamental en mi preparación al Matrimonio (gracias al psicólogo Octavio Escobar), nos casamos “contra viento y marea” en plena pandemia –22 de agosto, día de María Reina– y nuestro padrino, Andrés Barco, devoto tuyo, fue quien nos invitó precisamente a acercarnos más a ti.

Por eso, celebro cada gesto tuyo en el silencio del amor y le pido a Dios que me ayude a imitar tus virtudes –pues mi “Martha interior” quiere disponer más su corazón como su hermana María–: paciencia, paz interior, pureza, castidad, obediencia, escucha, diligencia en hacer la Voluntad del Padre, prudencia, justicia, humildad… y muchas más, querido San José.


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