La primera vuelta electoral para la presidencia de Colombia ha dejado en el aire la idea de una gran polarización del país, donde la ideología, después de décadas, vuelve a ser la razón fundamental de la decisión.
Sin embargo, honrando a nuestro ilustre presidente, “esa tal polarización no existe” y de ello dan cuenta las cifras, casi el 54% de los votantes en Colombia están del lado de la izquierda, representados en Gustavo Petro, Sergio Fajardo en suma con la coalición de verdes y Polo, y Humberto de la Calle con la férrea defensa de los logros y “libertinajes” de los acuerdos de paz. Todo ello ha sumado para estos comicios 9.840.130 de votos en la izquierda del espectro político, casi diez millones de personas convencidas de que la implementación de un modelo socialista, comunista o de diversas medidas políticas y económicas emanadas de cualquiera de esos modelos son perspectivas positivas para el futuro de nuestro país.
[mks_pullquote align=»right» width=»300″ size=»20″ bg_color=»#000000″ txt_color=»#ffffff»]En este sentido debe decirse que nuestra principal batalla por la moralidad y la defensa de la institucionalidad la perdimos en las aulas de clase, a todos los niveles de educación.[/mks_pullquote]Pero en este panorama, en el que la balanza electoral se inclina por primera vez en la historia a la izquierda del fiel, suscita preguntas escabrosas ante nuestra realidad: ¿qué ha llevado a la sociedad colombiana a creer en el proyecto político de confesos criminales?, ¿qué motiva a las nuevas generaciones a creer, de manera ciega, los postulados socialistas de candidatos como Gustavo Petro?, ¿nuestro criterio político, ético y moral ha sucumbido?
En este sentido debe decirse que nuestra principal batalla por la moralidad y la defensa de la institucionalidad la perdimos en las aulas de clase, a todos los niveles de educación (básica, media y superior), cuando renunciamos a enseñar y perpetuar la historia de la Patria y permitimos el ingreso soslayado de la ideología, sobre las mentes en formación, tras discursos libertarios de “defensa de derechos”, sin cumplimiento de deberes, predicando máximas garantías por parte del Estado, sin cumplimiento de ninguna obligación cívica.
Perdimos la pelea al dejar que la izquierda desmovilizada en los ochentas y noventas ocultara para la posteridad sus actos, al eliminar la historia como cátedra y cualquier precepto moral de nuestro sistema formativo, consintiendo en la construcción de un camino que los ha llevado durante casi tres décadas a alienar la mente de los más jóvenes en fantasías de libertad sin consecuencias y mucho menos responsabilidades.
El mismo camino que hoy nos permite asistir como testigos de excepción a la muerte de los partidos tradicionales y con ellos, sepultamos la defensa del bien común, de los ideales institucionales y de cualquier tradición… pero a los ojos de quienes no vivieron de primera mano la violencia de las últimas décadas del siglo XX, considerarán esto como un logro de la tolerancia, la misma que predica respetar lo que ellos etiquetan como aceptable, novedoso, irreverente, intransigente o anárquico y repudiar todo lo que dio forma y orden al Estado y al estamento, todo lo que usted, estimado lector, ha defendido.
Sucumbimos ante el estado laico, a la negación de toda fe y con ello a la enseñanza de preceptos morales, que sin duda alguna suman en el desarrollo y funcionamiento de toda sociedad. En ese mismo y extremo laicismo permitimos que se nos arrancara de las venas la esencia de nuestra tradición y origen, negamos la historia, por ser susceptible de interpretación, y permitimos a los guerrilleros de entonces vendarnos los ojos mientras escribían su nueva historia, favorable y épica, por la defensa de las libertades individuales.
Entre tanto, en ese proceso, la defensa de las mayores libertades, abrió el camino a la garantía de la participación, dando nueva vida a partidos y movimientos que en esencia pretenden dar mayor representación a las minorías, pero que solo han socavado la democracia, llevando a la toma de decisiones por minorías opresoras, victoriosas gracias a la atomización de partidos y de votantes, un tema sobre el cual la capital colombiana sabe bastante. Aunque debe decirse aquí, que este ha resultado nuestro último bastión de defensa, o resistencia, frente al avance de la izquierda radical, en tanto la atomización también los ha tocado y hasta hoy no han logrado marchar bajo una sola bandera -y Dios nos salve de que lo hagan-.
Y mientras la izquierda gana terreno, el pensamiento conservador se diluye bajo estandartes de otros movimientos más de centro y menos de derecha, renunciando a la defensa de principios y valores en pro de beneficios políticos. La clase dirigente se ha vuelto mercenaria y las luchas por la rectitud, la justicia y el orden se desvanecen en medio de pugnas políticas, económicas y sociales, que le dan el triunfo a causas más liberales… liberales, no de partido sino de pensamiento, porque aquellos también han sabido labrarse su tumba institucional.
De todo esto queda claro que hoy, más que nunca, estamos llamados a realizar pedagogía de amor a la patria, defensa de los valores que nos han sustentado como sociedad, volver la mirada a nuestros hogares e inculcar sin temor y con el ejemplo los principios fundamentales que dan forma a nuestra Nación.
Como están las cosas la izquierda tiene la mayoría de simpatizantes posibles para la segunda vuelta, en un panorama de sumas absolutas; aunque todos sabemos que los votos no migrarán en su totalidad de un candidato a otro, la mera posibilidad y expectativa sobre casi el millón de ciudadanos de más en las trincheras de la izquierda (respecto del total de votos de la derecha) estremece y augura un triunfo no tan sencillo como se esperaría para el candidato del centro y, en cualquier caso, vaticina un triunfo, en el futuro cercano, para un líder de la izquierda radical, que puede estar por develarse, quizás para los próximos cuatro años.
De no tomar una posición clara y determinada para los años que vienen, no solo cederemos ante la izquierda, sino que sufriremos su impostura…
Imagen: El País de Bolivia