Un artículo escrito por José Ma. Rodríguez, y publicado en 1999, cobra hoy especial vigencia en el contexto de una tendencia cada vez más creciente: la protesta signada por los gritos, la violencia, el vandalismo y el caos, ya sea para reivindicar «derechos» o para vindicar un hecho como, por ejemplo, la muerte de George Floyd.
En este, el autor hace una valoración del silencio no como una simple actitud o una reacción peyorativa y displicente, sino como la conducta propia de la razón. A los arrebatos emocionales de los otros y ante los desmanes en los que incurren cuando se dejan arrastrar por ideologías o masificar bajo el pretexto de causas que muchas veces resultan ser falsas, la más adecuada y completa respuesta de la inteligencia, de la razón, de la sindéresis y del sentido común, es el silencio.
Y, para demostrarlo, trae a la memoria algunos pasajes de una de las más emblemáticas películas del cine clásico: «Matar un ruiseñor«, producida en 1962 y dirigida por Robert Mulligan, basada a su vez en la novela del mismo nombre escrita por la autora Harper Lee en 1960, sobre la segregación racial en el sur de Estados Unidos.
El protagonista (Gregory Peck), encarna a Atticus Finch, un abogado de la época de la Depresión al Sur de los Estados Unidos, quien defiende a un hombre negro contra un cargo de violación inmerecido. Y, de paso, a sus hijos contra los prejuicios, pero basado en el carácter, la razón y el sentido común; no en estereotipos o en una emotividad sentimentalista y superficial.
Un ameno artículo que destaca el valor del silencio en todos los aspectos de la vida cuando es guiado por una ‘recta ratio’, esto es, por la prudencia; y una excelente película que lo demuestra, especialmente en el ámbito familiar y social. Ofrecemos uno de los segmentos referidos, agregando que esta amerita ser vista en familia y, de paso, reflexionar sobre el rol y la ejemplaridad del padre en la formación del carácter y en la educación de los hijos.
Sigue este vínculo para ver la película completa.
Nota: el sitio web en el cual fue publicado originalmente ya no está disponible, por lo cual transcribimos íntegramente el artículo.
El valor del silencio
José Ma. Rodríguez
El silencio respetuoso serena los ánimos, ilumina nuestro mundo interior e invita a la reflexión.
Todos vivimos situaciones en las que los ánimos están crispados y flechas invisibles cruzan el espacio social. Estas situaciones se dan en las esferas más diversas de la convivencia: en la familia, en el trabajo, en una reunión de vecinos o de amigos. La experiencia me ha enseñado que, en estas circunstancias, la conducta más apropiada es el silencio.
No me refiero al silencio ominoso que juzga ni al silencio distante y neutro del que no quiere ser herido por esas flechas invisibles. Pienso en el silencio respetuoso y compasivo que absorbe las crispaciones y se esfuerza por comprenderlas. Este silencio da salida a sentimientos que ahogaban y que, repentinamente, brotan en desorden. Este silencio transmite, a la vez, aceptación hacia el otro y la voluntad de entender la explosión afectiva. Este silencio ilumina el oscuro rincón interior y deshace el nudo paralizante. Este silencio, cuando los ánimos se han desahogado, toma la palabra y brinda la reflexión oportuna. No impone, sino que sugiere.
También, este silencio, en una situación hostil, absorbe la amenaza y la amansa. Este silencio sabe que, ante el ataque, la mejor reacción no es el contraataque, sino la paciente y calmada pasividad que invita a la reflexión y al diálogo. Este silencio puede ser percibido como debilidad y, sin embargo, requiere mucho valor. El valor que se asienta sobre la razón, el dominio de sí mismo y el respeto al otro.
Estas reflexiones están asociadas a una hermosa película: «Matar a un ruiseñor», que he vuelto a ver recientemente. Una película llena de los silencios de un abogado de pueblo del profundo sur de Estados Unidos, Atticus Finch (Gregory Peck), que asume valientemente la defensa de un negro acusado de haber violado a una joven blanca.
Hay dos escenas especialmente demostrativas del valor del silencio como reacción ante la hostilidad.
La primera, cuando un grupo de blancos intenta sacar al negro de la cárcel para lincharlo. Atticus Finch, avisado del riesgo, ya de noche, toma una lámpara de su casa y un libro, se va a la cárcel y se sienta en la puerta de ésta, a la espera de lo que pueda suceder. Cuando llegan los que amenazan con sacar violentamente al negro, el protagonista se levanta pausadamente del sillón y los mira atentamente, sin decir palabra. El tiempo se espesa, el reloj se para. La intervención de la hija pequeña de Atticus Finch salva la situación con su reacción ingenua.
En otra escena posterior, acabado el juicio, el padre de la chica se acerca a Finch, lo insulta y le escupe en la cara. Finch, dignamente, sin cruzar palabra, se limpia la cara y se marcha, en silencio. Su hijo lo observa, no se sabe si sorprendido o decepcionado.
Cambiando de tercio, las escenas de Finch con sus hijos, ya sea guiándoles, ya sea corrigiéndoles, con voz y gesto calmado, sopesando cada palabra, son una muestra del valor del silencio en la educación paterna.
Referencias:
- José Ma. Rodríguez es Profesor Ordinario del IESE en el Departamento de Comportamiento Humano en la Organización (Nota al final del artículo).
- Artículo publicado en la página 42 de la Revista de Antiguos Alumnos del IESE, en diciembre de 1999, y en el sitio web (hoy no disponible).