A mi madre, quien, por haber vivido intensamente,
dejó todos mis recintos impregnados de su presencia
y me enseñó a recordar, siempre, con gratitud,
que es la memoria del corazón.
Saludos a Luis Andrés, mami.
Apartándose mucho de otros usos y acepciones del concepto de memoria ― sobre todo, de los ideológicos, muy en boga por estos días― y en coherencia con una comprensión del mismo desde la moral católica, quiere invitarse al lector a una reflexión sobre la memoria como parte integrante de la virtud de la prudencia referente al conocimiento del pasado, secundando la definición que ofrece Santo Tomás de Aquino en su clásica Suma de Teología (II-II c. 48 a. 1 resp.).
En 1937, el filósofo católico Josef Pieper, de origen germano, publicó, en Leipzig, su Tratado sobre la Prudencia (Traktat über die Klugheit), como resultado de sus investigaciones acerca de la Filosofía Moral en la obra de Santo Tomás de Aquino.
En 1969, su tratado fue traducido al castellano y, posteriormente, compilado, junto a sus tratados sobre las demás virtudes cardinales y teologales, en un libro de título Las virtudes fundamentales, en cuyo primer capítulo, correspondiente a la prudencia, pueden leerse apreciaciones de gran valor para dimensionar la importancia de la memoria como parte importantísima de esta virtud cardinal y de sus consecuencias sociales y políticas:
«El sentido de la virtud de la prudencia es que el conocimiento objetivo de la realidad se torne medida del obrar; que la verdad de las cosas reales se manifieste como regla de la acción. Pero esta verdad de las cosas reales se “guarda” en la memoria que es fiel a las exigencias del ser. La fidelidad de la memoria al ser quiere decir justamente que dicha facultad “guarda” en su interior las cosas y acontecimientos reales tal como son y sucedieron en realidad. El falseamiento del recuerdo, en oposición a lo real, mediante el sí o el no de la voluntad, constituye la más típica forma de perversión de la prudencia, pues contradice del más inmediato modo el sentido primordial de la misma: el de ser el “recipiente” donde se guarda la verdad de las cosas reales. Tomás advierte que esta memoria que permanece fiel al ser es el primer requisito de perfección de la prudencia, y no sin fundamento, ya que representa, frente a los demás, el requisito que importa mayor número de riesgos. Pues en ningún otro lugar que no sea este, enraizado en lo más hondo del acontecer espiritual y moral, es tan grave el peligro de que la verdad de las cosas reales sea falseada por el sí o el no de la voluntad» (pp. 31-32)
En el posacuerdo colombiano, orientado ―al menos, en teoría, en la idea, en el papel― por procesos de verdad, justicia y reparación, se manifiesta, de modo paradigmático, la necesidad de la memoria como recuerdo del pasado según fue realmente y no de acuerdo a lo que ahora conviene para conseguir tal o cual prebenda, para favorecer a un partido determinado o para lograr que un candidato triunfe en una contienda electoral.
La historia judicial reciente, por ejemplo ―y eso por no mirar mucho más atrás― está marcada por la aparición de falsos testigos, calumnias y versiones de los hechos que cambian de tanto en tanto, haciendo que los procesos tengan giros inesperados y se prolonguen indefinidamente sin solución alguna para los afectados.
Esta gravísima problemática adquiere matices verdaderamente dramáticos y trágicos en procedimientos como la restitución de tierras, la indemnización a víctimas o la consideración sobre la culpabilidad de un homicidio, secuestro, desplazamiento o desaparición forzada.
Es también en este tipo de circunstancias que se comprende por qué en la categorización de la ética clásica, la prudencia es madre de todas las virtudes (genitrix virtutum) y, de modo particular, por qué la memoria, como parte esencial de esta, es la condición sine qua non para que haya efectiva justicia, pues cuando se falta a la memoria, se dan lamentables casos marcados por los distintos vicios contrarios a esta virtud cardinal, definidos, con todo rigor, por el aquinate y cuyos ejemplos más saltantes en Colombia son, sobre todo, la acepción de personas, la condena a inocentes, la liberación de culpables, la contumelia o deshonra y la detracción o perjurio.
Aparte de lo anterior, está claro que el gran desafío que presenta la tarea historiográfica a la libertad del historiador radica en que practicar la prudencia en sus investigaciones y en su ejercicio docente y de difusión, no solo exige un trabajo arduo en la búsqueda y análisis de muy diversas fuentes, en honor a la objetividad, sino también, el enfrentarse a agendas ideológicas que no quieren que la verdad histórica se sepa porque rebate una posición políticamente correcta, cuestiona la corriente determinante en alguna institución de enseñanza o lleva a replantear lo que ya se ha dado por sentado y está generando transformaciones jurídicas o políticas de enorme magnitud a nivel nacional o, incluso, internacional.
Hoy, la Historiografía en Colombia, en la universidad estatal o privada, confesional o no confesional, está amenazada por ese tipo de agendas, cuyos líderes y representantes piensan, absurdamente, que el intelectual debe estar al servicio de sus mezquinos intereses y no al servicio de la Verdad y de la comunidad. Por culpa de esas fuerzas y poderes es que tantos asuntos de la historia nacional siguen sin esclarecerse, por ejemplo, los relacionados con masacres, vínculos de personalidades políticas con uno u otro actor armado ilegal, realidad o no de algunos casos de presuntos falsos positivos o causas reales del conflicto armado.
Por concluir con un ejemplo que no tiene menor importancia, vale la pena decir que es por la influencia de esos poderes y por la fata de memoria que, todavía, a estas alturas, nadie ha sido condenado por la muerte de Luis Andrés Colmenares y, por cierto, un recorrido muy rápido por algunos titulares de textos periodísticos que cubrieron el devenir de este histórico caso del Derecho Penal colombiano revela los “ires y venires”, los gravísimos errores de la rama judicial, la politización del caso, su conexión malsana con hechos que, simultáneamente, ocurrían en las otras dos ramas del poder público, revelando así el falseamiento de la memoria “por el sí o el no” de voluntades ―parafraseando a Pieper― en las que no reinaba, precisamente, el afán del Bien y de entendimientos sin inclinación a la Verdad.
Algunos ejemplos de titulares connotados en orden cronológico son: “Las pistas en la extraña muerte del estudiante de los Andes” (octubre de 2011), “Un carro, pieza clave en el crimen de El Virrey” (octubre de 2011), “La confesión de Laura sobre la muerte de su novio” (marzo de 2012), “Fiscalía acusa de homicidio en coautoría impropia a Laura Moreno; esta se declara inocente” (mayo de 2012), “Fiscalía acusa a Moreno y Quintero por muerte de Luis Andrés Colmenares” (mayo de 2012), “‘Hubo negligencia de los bomberos en Caso Colmenares’” (septiembre de 2012), “Muerte de Luis Andrés Colmenares es producto de un ‘homicidio’: fiscal general” (octubre de 2012), “El caso Colmenares se convirtió en un ‘reality’: procurador Alejandro Ordóñez” (octubre de 2012), “‘A mí me pagó el padre de Colmenares’: falso testigo” (octubre de 2013), “Las siete contradicciones de Laura Moreno en el caso Colmenares” (octubre de 2014), “Laura Moreno y Jessy Quintero, absueltas por la muerte de Colmenares” (febrero de 2017), “Apelación del caso de Luis Andrés Colmenares es un hecho” (febrero de 2017), “Colmenares, sin punto final” (febrero de 2017), “El caso Colmenares explicado en 10 pasos” (mayo de 2019) y casi confirmando al exprocurador Ordóñez ―como varias veces en los últimos años de la vida colombiana, valga decirlo―: “Familia de Colmenares da su veredicto sobre la serie de Netflix” (mayo de 2019).
Una de las mejores descripciones de lo que es la desesperación la ofrece Cioran, cuando, en un pasaje autobiográfico dice:
“Habiendo vivido siempre con el temor de ser sorprendido por lo peor, he tratado, en todas las circunstancias, de adelantarme, lanzándome a la desgracia mucho antes de que sucediera” (p. 41).
Existe, por otra parte, un libro escrito por José Monsalve (2012) ―cuando el crimen de El Virrey cumplía dos años― cuyo título resulta suficientemente apelante ―incluso, sin aproximarse a su contenido― para un país que no brilla por la memoria y en el que no son pocas las veces en que nadie responde por innumerables crímenes de distinta índole.
Monsalve, con palabras que parecieran surgir del dolor contemplado en muchos sedientos de justicia a raíz de los atentados cometidos contra su dignidad, estampa, en la portada de su libro, unas palabras que parecieran no respetar la Metafísica, los principios lógicos ni la Filosofía de la Historia, pero que, no obstante, son comprensibles en este país del “realismo mágico”, acostumbrado a la falta de memoria de la institucionalidad y de la misma sociedad. Adelantándose, pues, a la desgracia que presentía e, imitando así, al filósofo rumano, Monsalve escribe: Nadie mató a Colmenares.
Bibliografía
Cioran, E. (1987). Del inconveniente de haber nacido. Madrid: Taurus.
De Aquino, S.T. (1990). Suma de Teología III. Parte II-II (a). Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos.
Pieper, J. (2017). Las virtudes fundamentales. Madrid: RIALP.