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La Filosofía. Vocación del intelecto en vistas al Sumo Bien.

“La filosofía necesita retornar al hombre
cada tantos siglos”

Nicolás Gómez Dávila. Nuevos Escolios a un texto implícito Tomo II

Introducción

            La crisis que atraviesa la cultura occidental y que, sin lugar a dudas, parece estar llegando a su momento más difícil, tiene como causa principal el proceso deconstructivo que ha sufrido el pensamiento, aproximadamente, desde el siglo XIII, con el ocaso de la Escolástica y la aparición de errores que se han propagado por todo el mundo, dando origen a nuevos y más radicales errores. Así pues, la reconstrucción de la civilización occidental que perece pasa, necesariamente, por una correcta enseñanza de la Filosofía perenne, pues solo aprendiendo a juzgar según lo real podrá el hombre vivir de acuerdo a su naturaleza y convivir de modo armónico, justo y pacífico con sus congéneres. 

            En esta oportunidad, se quiere hacer un esbozo del concepto de Filosofía con base en dos grandes filósofos europeos que, como todo buen filósofo, dedicaron numerosas páginas de su vasta obra al estudio riguroso de este concepto que tuvo su origen en Grecia, posiblemente, en un texto anónimo titulado Tratado de medicina antigua, según indica Néstor Luis Cordero en su magnífico libro La invención de la filosofía. Una introducción a la filosofía antigua. Estos dos filósofos son el español José Ortega y Gasset (1883-1955) y el alemán Josef Pieper (1904-1997), quienes, a pesar de sus distancias en lo que se refiere a las corrientes de pensamiento que los inspiraron y que siguieron, comparten elementos fundantes importantísimos que encuentran sus bases en el acervo cultural de la cosmovisión cristiana clásica, los cuales, ciertamente, vinculan sus conceptos de Filosofía.

Ortega, la Filosofía como vocación del intelecto.

            En la lección V de su curso ¿Qué es Filosofía? en el que se propuso no una introducción sino la ardua tarea de “tomar el filosofar mismo y someterlo radicalmente a un análisis” (38), Ortega y Gasset sintetiza su propia respuesta a la eterna pregunta sobre la utilidad de dicho quehacer:

“Así ese hecho, al fin y al cabo vital, que es filosofar. ¿Es necesario? ¿No es necesario? Si por necesario se entiende ‘ser útil’ para otra cosa, la filosofía no es, por lo menos primariamente, necesaria. Pero la necesidad de lo útil es sólo relativa, relativa a su fin. La verdadera necesidad es la que el ser siente de ser lo que es-el ave de volar, el pez de bogar y el intelecto de filosofar-. Esta necesidad de ejercitar la función o acto que somos es la más elevada, la más esencial” (102).

            Es posible y correcto hablar del cariz vocacional de la filosofía asumiendo el concepto de vocación como un llamado a llegar a ser lo que se es por naturaleza, parafraseando la famosa exhortación de Píndaro. Podría decirse, entonces, que el intelecto tiene a la Filosofía  como vocación y, en esa medida, tiende naturalmente y con sumo placer al filosofar porque, como señala Ortega en el libro ya mencionado y citado, “el genio, es decir, el don superlativo de un ser para hacer algo, tiene siempre a la par una fisonomía de supremo placer…el destino de cada cual es, a la vez, su mayor delicia” (36).

Este cariz vocacional que le confiere el autor español a la Filosofía sugiere un cambio de vía, una nueva pregunta que reemplaza a la anterior. No hay que indagar ya por la utilidad, pues ha quedado claro que dicha utilidad es relativa, sino por la necesidad ¿Por qué es necesaria, para el intelecto, humano la filosofía? ¿Por qué tiende a ella, a ese amor por la sabiduría, por la verdad, por lo cierto? Parece que si algo se clasifica como inútil puede desecharse y el hombre de a pie puede hacer una opción libre por no considerarlo. Sin embargo, lo que muestra la realidad es que cada hombre es ―como decía Juan Pablo II en la Carta Encíclica Fides et Ratio―: “en cierto modo, filósofo y posee concepciones filosóficas propias con las cuales orienta su vida. De un modo u otro, se forma una visión global y una respuesta sobre el sentido de la propia existencia. Con esta luz interpreta sus vicisitudes personales y regula su comportamiento”.

Es decir, en mayor o menor medida, incluso quienes gritan a viva voz y haciendo gala de su pragmatismo que la filosofía es inútil, todos tienen ciertas ideas filosóficas con las cuales se rigen, todos filosofan, demostrando con ello que la Filosofía es necesaria, entendiendo por esto que sucede inevitablemente, más allá de lo que al nivel discursivo se diga, porque, en la realidad, se estrellan las palabras y las opiniones. Preguntar por la utilidad de la Filosofía es como  preguntar por la utilidad del amor ¿De qué sirve enamorarse? ¿No es acaso una tendencia vital que se da sin premeditarlo? ¿Y no hay en ello un sumo placer que hace absurdos todos los cuestionamientos sobre su utilidad y sus “efectos prácticos”?

            La pregunta misma por una definición de Filosofía y por la utilidad de dicho ejercicio ¿no es ya Filosofía? ¿Acaso no es como una piel envolvente que atrapa a cualquiera que quisiera salirse de ella por medio de sutilezas? Hay que dar, pues, por sentado, que esta vocación filosófica del intelecto le es espontánea y es previa a cualquier indagación teórica por su utilidad.

Pieper, la Filosofía como Sumo Bien.

            Si se le preguntara a cualquier hombre de la calle por qué desempeña un determinado trabajo, tal vez, respondería que para ganar cierta cantidad de dinero; si, una vez más, se le inquiriera para qué ganar dinero, contestaría, con gesto sospechoso, que con el fin de sostener a su familia, lo cual, a su vez tiene como objetivo que todos sus integrantes puedan estar bien y sean felices, pero ¿para qué quiere que ellos sean felices?, obviamente, porque en ello encuentra él también su felicidad. Llegando a este punto de la indagación, es totalmente inoficioso preguntar para qué o por qué ser feliz, ya que la felicidad es lo que los latinos llamaron un summum bonum, un sumo bien, algo que tiene sentido y valor por sí mismo, que se persigue sin tener como objetivo otro fin superior, pues ese es el fin superior.

            Una secuencia parecida a la anterior es la que presenta el filósofo alemán Josef Pieper en su clásico texto Defensa de la Filosofía,para indicar que la filosofía es un sumo bien. Se desea descubrir la realidad porque hay en ello un inmenso placer, el hecho de conocer las cosas tal y como son representa para el hombre, no un bien de utilidad, sino simple y llanamente, un bien, una excelencia, un deleite. Para Pieper, poner la Filosofía al servicio de intereses utilitarios, sería traicionarla, porque, en esta pseudofilosofía, el mundo del trabajo y la “jornada burguesa” no son sobrepasados, sino que se convierten en la meta última de la existencia.

            Tal parece que a algo harto similar se refiere Jorge Larrosa cuando señala que, en el contexto pedagógico actual, que privilegia un modo científico-técnico de construir la idea de educación y el punto de vista de la efectividad y la competencia, se sugiere implícitamente que lo único que la Filosofía puede ofrecer es “sentido común y buena conciencia” (563) con el peligro de terminar produciendo “una moralina filosófica que pueda convivir en armonía o, al menos, sin demasiadas tensiones, con la racionalidad técnica dominante. Que pueda incluso contribuir a su legitimación mediante la producción de ciertas formas de autosatisfacción camufladas bajo la apariencia de una moral” (563).

            El filósofo responde al utilitarismo con el juego de mantener vivas las preguntas, con el asombro ante lo desconocido, con el gozo implícito en el hecho de buscar la verdad, incluso cuando su conocimiento aparezca a las luces de un mundo productivista y pragmatista como inútil. Los verdaderos y fundamentales cuestionamientos no surgen por razón de utilidad sino como consecuencia de una “profunda conmoción existencial” (Pieper, 1998, 86), del mismo modo que el rostro encantador de una mujer arrebata o sobrecoge emocionalmente a un hombre y lo hace “estar fuera de sí”. Si esa misma mujer puede causar lo que Ortega y Gasset llama en sus Estudios sobre el amor una “atención anomálamente detenida” (103), no es otra cosa la que se puede decir de la Filosofía, que desvía de las preocupaciones usuales para centrar la mirada en un determinado asunto de hondísimas implicancias vitales.

Nadie se enamora por una razón o motivado con un afán práctico, eso solo sería una caricatura del amor. El que se enamora lo hace porque en el ser amado encuentra un bien, el mismo bien que encuentra el filósofo en el descubrimiento de la realidad y la verdad, cuya búsqueda son para él una pasión y, como dijera el escribano Andretta, en la película argentina El secreto de sus ojos: “Una pasión es una pasión”.

Bibliografia

Cordero, Néstor Luis. La invención de la filosofía. Una introducción a la filosofía antigua. Buenos Aires: Biblos, 2009.

Gómez Dávila, Nicolás. Nuevos Escolios a un texto implícito Tomo II. Bogota: Villegas editores, 2005.

Larrosa, Jorge. La experiencia de la lectura. México: Fondo de Cultura Económica, 2003.

Ortega y Gasset, José. Estudios sobre el amor. Madrid: Espasa-Calpe, 1964.

Ortega y Gasset, José. ¿Qué es filosofía? Madrid: Espasa-Calpe, 2007.

Pieper, Josef. Defensa de la Filosofía. Barcelona: Herder, 1976.

Pieper, Josef. El ocio y la vida intelectual. Madrid: RIALP, 1998.

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