El pasado 17 de julio, el alcalde de Tunja, capital de Boyacá, cuna de la independencia y cima de la libertad, emitió el decreto 196 de 2018, por medio del cual se ordena al pueblo de la Ciudad Señorial a izar el pabellón nacional con motivo de la conmemoración del grito de independencia, el 20 de julio.
Ante este hecho, que es solo una materialización del Decreto ley 1967 de 1991, las voces en contra de dicha medida no se han hecho esperar, más aun cuando dicho decreto prevé sanciones económicas, igualmente traídas a nueva vida, del decreto 1967 en su artículo 19, que reza:
Compete a los alcaldes o a quienes hagan sus veces, imponer multas de cinco (5) a diez (10) salarios mínimos diarios legales:
A quien no ice la Bandera Nacional en lugar visible al público en los días indicados en el presente Decreto.
A quien ice la Bandera Nacional en mal estado, desteñidos los colores o alterada la composición de ellos en su forma original.
A quien irrespete los símbolos patrios.
En este sentido, el alcalde de la siempre ilustre ciudad de Tunja, solo emitió un recordatorio de un deber legal que todos los ciudadanos estamos obligados a cumplir y un llamado al deber cívico y amor Patrio, por nuestra tradición y por todos los valores que nos unen bajo el pabellón nacional, bajo el sagrado y eterno tricolor que lleva al viento todos los propósitos, los deseos y las historias que hacen grande a nuestro país y cohesionan a nuestro pueblo, por encima de cualquier diferencia.
Sin embargo, el pronunciamiento del burgomaestre generó en muchos de sus conciudadanos una indignación profunda, en parte por los reproches que la ciudadanía le ha hecho a su gestión, en parte por la idea de la sanción y en parte, tristemente, por un marcado desdén e irrespeto por lo que simboliza nuestra bandera.
Es inaudito leer en redes sociales manifestaciones que predican la irrelevancia de la conmemoración del 20 de julio o que declaren su celebración como un ataque a la libertad individual, o peor aun, desconozcan el mérito y el honor de quienes forjaron la independencia de la mitad de América.
Peor aún, son los discursos populistas y mercenarios que mezclan la ideología y la política con lo que debería ser una expresión de orgullo, pertenencia y unidad, atreviéndose a vincular el hecho de izar la bandera con la llegada del nuevo, y no posesionado presidente, -como si el sentimiento patriótico, entendiera de política o ideología-….
¿Qué podemos esperar de ciudadanos que desprecian su patria?
Será imposible esperar que aquellos que repudian la bandera como símbolo de nuestra Nación cumplan con sus deberes ciudadanos y cívicos, que pretendan la mayor unidad de nuestro pueblo y la fortaleza del país, se conformarán con alegar en público, que trabajan, no cometen delitos (algunos) y no dañan a nadie, sin comprender que el valor de una Nación es la cohesión de su pueblo en la búsqueda de objetivos comunes, la prosperidad, la igualdad y el respeto… que amar la bandera es amar al país y con ello, buscar, defender y exaltar lo mejor que tenemos como pueblo…. que honrar la bandera, es honrar el esfuerzo diario de cada uno de nosotros por construir un mejor mañana para nuestros hijos.
Insultar, despreciar o mancillar la bandera es pasar por 208 años de hombres y mujeres que han dado su vida por salvaguardar la integridad del país y será, indudablemente, pisotear la memoria de nuestros propios ancestros, los abuelos de nuestros abuelos, las madres de nuestras madres; despreciar el símbolo de la grandeza de nuestro país, nuestra bandera, es despreciarnos a nosotros mismos y a los ideales de hermandad y paz.
La bandera no representa ninguna ideología, religión o partido… la bandera representa el alma incasable, inamovible e invencible de cada colombiano que da todo de sí por su familia, por sus hijos, por el futuro común de nuestro país.
Este 20 de julio, izo mi bandera, por orgullo, por amor a mi patria, por el infinito honor de ser colombiano.
*Foto principal: tomada de http://www.banderadecolombia.net/fotos-de-la-bandera-de-colombia