Fue Aristóteles quien estableció que “La Virtud es el justo medio entre el exceso y el defecto”. Y es la sabiduría popular la que lo reafirma, con el aforismo: “Ni tan cerca que queme al santo, ni tan lejos que no lo alumbre”.
De modo, pues, que el justo medio no es una indefinición, una vaga medianía, una actitud medrosa, una falsa prudencia o una forma elegante de mediocridad, de decir no a un compromiso. Es, al contrario, una actitud, una disposición del entendimiento y, como tal, ponderada, reposada, racional, firme, sólida y comprometida, con la que una persona le dice sí a la verdad, no a una entelequia.
La Virtud exige realismo, es decir, pararse y centrarse en la realidad. Y la verdad, en términos de la filosofía clásica, es la adecuación entre el entendimiento y la realidad. La adecuación, no una acomodación.
De modo que las cosas son lo que son, son como son, y no lo que cada quien interprete, esto es, lo que a cada uno le parezca o, peor aún, le plazca. A ese apego a los hechos, delimitado y expresado mediante un qué, quién, cuándo, cómo y dónde, es a lo que llamamos objetividad.
Cuando los hechos no son claros, o no están claramente definidos, no por ello desaparece la objetividad: significa que faltan datos para precisarlos, y ello da lugar a la necesaria investigación periodística, jurídica o de cualquier otra índole. Mientras tanto, la falta de certeza en algún aspecto da lugar a la opinión. Pero no todas las opiniones pesan lo mismo.
Siempre será conveniente rastrear los indicios que conduzcan a precisar los hechos, a contrastarlos con la evidencia disponible y a cotejarlos con criterios de validez, para emitir una opinión calificada. Es decir, con el suficiente peso racional, intelectual, académico y jurídico para sensibilizar, orientar y movilizar a la opinión pública hacia la verdad de los hechos. El vacío informativo da lugar a la perplejidad, y ésta al relativismo situacional, es decir, a la confusión.
Todos en algún momento nos veremos abocados a tomar postura con respecto a una situación, y esto no siempre será fácil de dilucidar. Por ello, a la hora de las definiciones, este marco de pensamiento juega un papel fundamental. Es el preludio y casi la condición sine qua non para un adecuado discernimiento y, en consecuencia, para tomar una decisión correcta.
Pero debemos tener presente que una decisión acertada es, ante todo, una cuestión de integridad, y no obedece por lo tanto a un criterio de utilidad o de conveniencia en el corto plazo. Y ello puede suponer sacrificios y traer consecuencias como renuncias, pérdidas, incomprensiones, rupturas… Lo cual siempre demandará entereza, voluntad, persistencia, confianza en sí mismo y en que se han agotado todas las vías de conocimiento y de discernimiento posibles en relación con la verdad con la que se es coherente y consecuente; y, sobre todo, paciencia y fortaleza, para resistir “pasiva” y silenciosamente, o para acometer, emprender y actuar cuando sea necesario.
Como se puede apreciar, la obtención del justo medio es una verdadera conquista de la inteligencia, de la voluntad, del espíritu y del ser. Una hazaña que reposa sobre cuatro pilares: una recta conciencia, una recta razón, una intencionalidad (filosofía) educativa familiar, y un proyecto de vida orientado al desarrollo humano integral como Persona.
No se trata nada más de ir por el medio, sino de encontrar y de tomar el camino correcto. Pero para ello se necesitan conciencia e inteligencia. Así que conviene tener en cuenta:
El oscurecimiento de la conciencia es el primer paso para pervertir la inteligencia.
Samuel Peregrino