En el chat de una decena de personas, uno de sus miembros compartió el texto de una “reflexión” escrita y firmada por un sacerdote adscrito a la Arquidiócesis de Cartagena, Colombia. Reflexión que venía remitida, a su vez, por otra persona que la dirigía a un grupo de catequistas, ponderándola como «muy acertada en estos momentos, ya que estoy seguro que muchos hermanos se le acercarán para preguntarles (sic) sobre la decisión del Padre Linero». Es decir, recomendándola como la respuesta adecuada a cualquier inquietud de los fieles con respecto al caso del padre Linero.
Esta es la referencia:
«Buenos días apreciados Catequistas, les comparto la siguiente reflexión del padre Elkin, que me parece muy acertada, en estos momentos, ya que estoy seguro que muchos hermanos se le acercarán para preguntarles (sic) sobre la decisión del Padre Linero: les agradezco que si hay algún comentario, me lo hagan saber al interno, Gracias».
Y este es el texto de la reflexión que hace el sacerdote adscrito a dicha Arquidiócesis:
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«La decisión del padre Linero no es nada del otro mundo, simplemente es la manifestación de la humanidad que todos llevamos dentro y que forma parte de nuestra naturaleza mortal. Nos cansamos, nos fatigamos, nos desgastamos y por supuesto, también nos replanteamos cosas en la vida que hoy son de un modo y que mañana pueden ser de otra manera, y eso es perfectamente válido en la experiencia de vida de cualquier ser humano.
La diferencia en este caso, es que se trata de una «persona pública», que carga sobre sus espaldas el peso de una fama que en ocasiones te obliga a responder a las expectativas de una multitud que casi nunca está satisfecha con nada y que interpreta en modo ligero y a veces irresponsable el curso de los acontecimientos. Linero solamente ha querido dar un paso al costado en lo que se refiere a su sacerdocio ministerial, no a su fe católica y seguramente tampoco a su opción por Jesús. Ni el mundo ni la Iglesia se van a acabar por eso.
En lo personal, aplaudo su sinceridad y su honestidad consigo mismo y confío plenamente en que lo ocurrido le debe ayudar mucho en su camino de santidad, que al final de cuentas es lo más importante. Nadie se salva solo por ser sacerdote, la salvación depende de la misericordia de Dios y de la búsqueda de un camino de santidad, para lo cual es indispensable la honestidad.
Finalmente me preocupa «como siempre», la interpretación sesgada que hacen los medios del discurso del P. Alberto José y de las frases fuera de contexto que adornan los titulares de prensa. Creo que queda demostrado para todos que la fama, por sí sola, no nos otorga la felicidad y que los fieles no pueden ni deben olvidar que debajo de la sotana está siempre la figura de un hombre de carne y hueso, y cuando me permito hacer esta anotación no me estoy refiriendo de manera exclusiva al tema del sexo.
P.D: Los invito a todos a orar por sus sacerdotes sin creernos con el derecho a ser jueces de los demás y no olvidemos que es el ESPIRITU SANTO, y no solamente la voluntad humana el que conduce a la Iglesia».
Elkin Mauricio Acevedo Carrasquilla.
Arquidiócesis de Cartagena.
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Luego de leerla, y atendiendo a la invitación que hace en la postdata “a orar por sus sacerdotes” y precisamente ante el énfasis que pone en su consideración: “sin creernos con el derecho a ser jueces de los demás y no olvidemos que es el ESPIRITU SANTO, y no solamente la voluntad humana el que conduce a la Iglesia”, considero no sólo muy importante sino oportuno responder a dichas “reflexiones” en su enfoque y contenido, y extender esta respuesta a otros miembros de la Iglesia, tanto Consagrados como Seglares.
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Estos son los aspectos que considero la ameritan:
- «La decisión del padre Linero no es nada del otro mundo, simplemente es la manifestación de la humanidad que todos llevamos dentro y que forma parte de nuestra naturaleza mortal. Nos cansamos, nos fatigamos, nos desgastamos y por supuesto, también nos replanteamos cosas en la vida que hoy son de un modo y que mañana pueden ser de otra manera, y eso es perfectamente válido en la experiencia de vida de cualquier ser humano».
- «La diferencia en este caso, es que se trata de una “persona pública”, que carga sobre sus espaldas el peso de una fama que en ocasiones te obliga a responder a las expectativas de una multitud que casi nunca está satisfecha con nada y que interpreta en modo ligero y a veces irresponsable el curso de los acontecimientos. Linero solamente ha querido dar un paso al costado en lo que se refiere a su sacerdocio ministerial, no a su fe católica y seguramente tampoco a su opción por Jesús. Ni el mundo ni la Iglesia se van a acabar por eso».
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No puedo estar de acuerdo con esta forma de pensar y lo que afirma, entre otras, por las siguientes razones:
- Más que una forma de expresarse, eso de que “La decisión del padre Linero no es nada del otro mundo”, es falsa y falaz, engañosa, pues ¿cómo se puede minimizar de esa manera la Vocación Sacerdotal, madurada en su momento hasta haber llegado a tomar la decisión de servir a Dios como Consagrado a través del Sacramento indeleble del Orden Sacerdotal? ¿No es nada “del otro mundo” ser un Sacerdote del Sumo y Eterno Sacerdote, Rey de reyes y Señor de señores, quien dejó claro en su propio Juicio, ante el juez Pilatos: “Mi Reino No es de este mundo”? Y luego la decisión de “mirar atrás” después de haber puesto “la mano en el arado”, ¿no es nada?
Una cosa es una crisis “existencial”, que da la opción de pedir una dispensa (solicitarla, no tomársela), y otra, minimizar el hecho de abandonar el “Ministerio Sacerdotal”, aunque se permanezca dentro de la Iglesia y diga que “no ha perdido la fe” (lo cual no es tan claro ni simple, pues a la falta de confianza en la Gracia, Jesús la reprende precisamente llamándonos “hombres de poca fe”, y recordándonos siempre: “Sin Mí nada podéis hacer”).
- No sólo parte de una visión y de una postura relativista, sino que acaba validándola y justificándola desde una perspectiva subjetivista, cuando afirma: “nos replanteamos cosas en la vida que hoy son de un modo y que mañana pueden ser de otra manera, y eso es perfectamente válido en la experiencia de vida de cualquier ser humano”.
Si no hay nada fijo ni permanente y todo se resuelve al vaivén y mediante “las experiencias de vida” personales, estamos ante un vitalismo que prescinde de la Gracia y, por ende, de la Fe, es decir, de Dios, en el que la persona lo es todo y tiene la última palabra mientras sea «honesta».
- Decir que «La diferencia en este caso, es que se trata de una «persona pública», que carga sobre sus espaldas el peso de una fama que en ocasiones te obliga a “responder a las expectativas de una multitud que casi nunca está satisfecha”, no sólo es una afirmación falaz sino despectiva: elude la responsabilidad personal que le compete, situando el foco en otros a los que considera un peso, y cae en la distorsión de “buscar el enemigo afuera”, en esas “expectativas” (¿irreales?) de “la multitud” (¿Acaso no son personas también, que merecen consideración individual, como el Sacerdote? ¿Acaso no dice de ellas el Señor que son “sus ovejas” y que «conoce a cada una y las llama *por su nombre?». Por esas ovejas, por esa parte del rebaño que se le confía, debe responder cada Sacerdote, quien no está para “apacentarse a sí mismo”).
Esta forma de razonar obedece, en el mejor de los casos, a una “Disonancia cognoscitiva” con respecto a la realidad, consistente en que, al no poder cambiar la tozudez y lo evidente de los hechos, entonces se cambia la explicación para justificarlos o, al menos, para hacerlos más “presentables”.
El Sacerdote es un hombre normal, pero no es “un hombre más”, es un Consagrado. En su Oración Sacerdotal, Jesús dice: “Padre, yo no te pido que los saques del mundo sino que los preserves del mundo”. Aunque no estuviera expuesto a “los reflectores” o a “la fama”, tiene una responsabilidad Superior, como la de un Maestro, un Padre de Familia o un Dirigente. Tiene la obligación de ser ejemplo, ser lámpara, ser luz; de apacentar “las ovejas” que “reconocen la voz” del verdadero Pastor; y porque sabe que “a quien más se le da, más se le pide”. Por lo tanto, toda renuncia a una vocación auténtica (como le ocurrió al joven rico) y todo abandono de una forma de Consagración, es un flagelo y un escándalo.
- Finalmente, corresponde hacer unas muy concisas precisiones ante la particular y extraña forma en que este sacerdote manifiesta entender la Santidad: «En lo personal, aplaudo su sinceridad y su honestidad consigo mismo y confío plenamente en que lo ocurrido le debe ayudar mucho en su camino de santidad, que al final de cuentas es lo más importante. Nadie se salva solo por ser sacerdote, la salvación depende de la misericordia de Dios y de la búsqueda de un camino de santidad, para lo cual es indispensable la honestidad».
Ante semejantes afirmaciones, cabe preguntar:
¿Cómo puede “lo ocurrido” (apartarse del Ministerio Sacerdotal) “ayudar mucho en su camino de santidad” a él o a cualquiera otra persona, específicamente cuando la razón de más peso esgrimida es que “me mamé”? ¿De qué? Pues, precisamente, de todo lo que en materia de abnegación implica un «camino» de santidad.
Peor aún, al decir que “Nadie se salva solo por ser sacerdote”, rebaja el Ministerio Sacerdotal hasta los límites de la blasfemia, reduciendo y menospreciando una realidad sagrada como es el Sacramento del Orden, mediante el cual se llama al sacerdote a una vida de santidad sin la cual no puede coadyuvar en la santificación de los fieles a él encomendados. Sí, es cierto que todos somos pecadores y dependemos de la Misericordia Divina; pero el mismo Dios nos insta: «Sed perfectos como vuestro Padre Celestial es perfecto» (Mateo 5, 48), es decir, a superar el pecado, a arrepentirnos, a entrar por la puerta estrecha pues el Reino de los Cielos es de los esforzados, y a entender que no estamos hablando de cualquier hombre, sino del hombre nuevo, redimido por Cristo, configurado con Él hasta el punto de tener los mismos sentimientos de Cristo Jesús.
¿Basta la “honestidad”? Y ¿qué entender por esta? ¿Acaso no vuelve a rezumar aquí el mismo tufillo de subjetivismo y de relativismo moral? Al respecto, cabe citar uno entre los muchos, sapientísimos e imperdibles párrafos de la Encíclica “Veritatis Splendor” de Juan Pablo II, en la que denuncia los errores y peligrosos alcances de la adulteración de la Teología Moral que acaba reduciendo la sana doctrina a un simple «ideal» cuasi inalcanzable para el ser humano, justificando así el pecado y resignando a la Persona a no esforzarse y a reemplazar el esfuerzo ascético con las solas «buenas intenciones».
He aquí lo que afirma y enseña el Magisterio de la Iglesia:
«Particularmente hay que destacar la discrepancia entre la respuesta tradicional de la Iglesia y algunas posiciones teológicas —difundidas incluso en seminarios y facultades teológicas— sobre cuestiones de máxima importancia para la Iglesia y la vida de fe de los cristianos, así como para la misma convivencia humana. En particular, se plantea la cuestión de si los mandamientos de Dios, que están grabados en el corazón del hombre y forman parte de la Alianza, son capaces verdaderamente de iluminar las opciones cotidianas de cada persona y de la sociedad entera. ¿Es posible obedecer a Dios y, por tanto, amar a Dios y al prójimo, sin respetar en todas las circunstancias estos mandamientos? Está también difundida la opinión que pone en duda el nexo intrínseco e indivisible entre fe y moral, como si sólo en relación con la fe se debieran decidir la pertenencia a la Iglesia y su unidad interna, mientras que se podría tolerar en el ámbito moral un pluralismo de opiniones y de comportamientos, dejados al juicio de la conciencia subjetiva individual o a la diversidad de condiciones sociales y culturales» (El Esplendor de la Verdad, Juan Pablo II, No. 4 párrafo 3).
Conviene recordar un aforismo de la sabiduría popular: “el camino al infierno está tachonado de ‘buenas intenciones’”. En todas las consideraciones anteriores ha quedado claro por qué no se trata “simplemente”, nada más, de “dar un paso al costado en lo que se refiere a su sacerdocio ministerial”.
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