Espiritual Fe

Un corazón de niño para experimentar la Paternidad de Dios.

En la Palabra advertimos un gran esfuerzo del Señor por revelarnos nuestra condición maravillosa que refiere a nuestra identidad más concreta, mientras lamentablemente muchos fieles en nuestras parroquias o comunidades se sienten súbditos, empleados, meros colaboradores, y lejanos de una verdadera mística cristiana fraterna.

Otros lastimosamente se sienten meramente clientela, incluso integrantes de un club; todo esto desdibuja en mucho el interés de Jesús que nos invita ante todo a reconocernos y vivir como familia de Dios, creo que aquí está esa bella realidad cuando nos exhorta a ser como niños para pertenecer y poseer el reino de los cielos.

No estamos solos porque no existe un tú, o un yo aislados; somos un nosotros, una nueva Familia en Jesús (Lc 8, 21) que debe permanecer abierta a todos, y esto lo deben comprender los discípulos y principales responsables de la Iglesia hoy, debemos abrir la puerta a los más pequeños porque ¡somos miembros de la Familia de Dios!; “Sois ciudadanos de los santos y miembros de la Familia de Dios” (Ef. 2, 19-22).

Sin embargo, nos cuesta entender esta familiaridad que Jesús nos ofrece, y que está expresada en la exigencia que hace a la jerarquía discipular para que sea una comunidad que no cierre las puertas a los pequeños y sencillos, porque Jesús tiene para ellos, para los niños, gestos protectores al imponerles sus manos, protegiéndolos y bendiciéndolos.

“Dejadlos, no impidáis a los niños acercarse a mí; de los que son como ellos es el reino de los cielos.» Les impuso las manos y se marchó de allí”.

Mt 19, 13-15


Cuando crecemos en esa espiritualidad de la infancia reconocemos que no somos huérfanos, que nuestra familia católica está sostenida por El amor del Padre cercano que protege y bendice, en Jesús el Amor Paternal de Dios ha quitado las barreras que nos separaban de él. Vivamos en el asombro de su Amor al llamarnos sus hijos, ¡pues lo somos! (1 Jn 3, 1).

Esta familia bendecida cuenta con una Paternidad única y absoluta (Mt 23, 9) que nos perdona, custodia y cuyo amor nos ofrece estabilidad (Mt 6, 9). Solo en ella encontramos la fecundidad espiritual para crecer y la seguridad y firmeza que define nuestro ser. Es el amor Paternal de Dios quién nos declara:

“Aunque las montañas cambien de lugar mi amor por ti nunca cambiará” , “Te he amado con amor eterno y gratuito”, “Tú eres mi Hijo amado en quien tengo mis complacencias”.

Is 54, 10. Jr 31, 3. Mt 3, 17.

Solo un corazón abierto como el de los niños no olvida estas declaraciones amorosas del Padre, y confiesa como la comunidad del discípulo amado; “nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene, y hemos creído en él (1, Jn 4, 16)”.

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