Fe

¿Un católico puede asistir a los ritos anglicanos?

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Escrito por Padre Henry Vargas

Antes que todo conviene recordar y profundizar qué es la Iglesia. La Iglesia es una institución fundada por Jesucristo; y Él quiere  que ella sea siempre una, santa, católica y apostólica. La Iglesia, aunque puede ser vista desde una perspectiva jurídica o sociológica, es mucho más. La Iglesia es un misterio divino, no una realidad terrenal ni humana en su esencia. Es una realidad que tiene sin duda alguna su origen en Dios aunque peregrine en este mundo.

La realidad de la Iglesia es expresada en los primeros números de la Constitución Dogmática Lumen Gentium del Concilio Vaticano II. En ese documento se nos dice que “Dios Padre determinó convocar a los creyentes en Cristo en la Santa Iglesia, que fue ya prefigurada desde el origen del mundo, preparada admirablemente en la historia del pueblo de Israel y en el Antiguo Testamento, constituida en los últimos tiempos, manifestada por la efusión del Espíritu Santo, y que se perfeccionará gloriosamente al fin de los siglos” (LG, 2).

Aceptar a Cristo significa aceptar su Iglesia. La Iglesia es, por tanto, el Cristo total, su proyección y encarnación en el tiempo. “La Iglesia peregrina es necesaria para la salvación… y no podrían salvarse quienes, sabiendo que la Iglesia Católica fue instituida por Jesucristo, como necesaria, desdeñaran entrar o no quisieran permanecer en ella” (LG, 14).

A partir de aquí ya podemos intuir que lo que hay en la Iglesia, comenzando por Jesucristo mismo –y su verdad y voluntad- (Mt 28, 20), no lo encontramos en ninguna otra parte; por tanto no busquemos a fuera lo que sólo necesitamos y encontramos sólo dentro de la Iglesia. Lo más sensato es estar en unidad y comunión con Jesús a través de su Iglesia. Sin unión con Jesucristo, en la Iglesia, no hay comunión.

Con respecto a la realidad de los anglicanos es totalmente desaconsejable tener algún tipo de vínculo por parte de un católico porque el anglicanismo, desde todo punto de vista, es una realidad protestante. Y lo es no solo porque la Iglesia en Inglaterra, desde el Rey Enrique VIII, ha perdido toda relación con el Papa, sucesor de San Pedro, sino porque también hay varios y serios problemas doctrinales, sobre todo en cuanto a la Eucaristía.

Consideremos ahora el origen de los anglicanos. ¿Cuál fue el motivo de la separación o del cisma de la monarquía inglesa con la Iglesia? La negativa del Papa Clemente VII a la petición del rey Enrique VIII de anular su matrimonio con su legítima esposa Catalina de Aragón. En respuesta a esta negativa, y por represalia, el rey separó la Iglesia de Inglaterra de la Iglesia Católica, en el año 1531, cuando logró que la cámara de Los Lores lo designara jefe supremo de la Iglesia en Inglaterra.

Pero después el Rey Enrique VIII nombró a Thomas Cranmer, que no era obispo, como primer arzobispo protestante titular de la Sede de Canterbury y su representante sobre la Iglesia Anglicana. ¿El objetivo? Obtener de ese arzobispo la nulidad, y la aceptación de su nuevo enlace con Ana Bolena.

El Papa amenazó al Rey Enrique VIII con la excomunión, pero éste respondió, en el año 1534, con el acta de supremacía que el parlamento aprobaba. El Acta de Supremacía estableció la independencia de la monarquía inglesa quitándole al Papa la jurisdicción sobre la Iglesia local que pasó a llamarse anglicana; esto a pesar de la oposición de muchos católicos que fueron ejecutados, como Santo Tomás Moro y San Juan Fisher.

Luego Thomas Cranmer fue ordenado obispo, en el año 1533, con unas bulas concedidas a disgusto por el Papa, bulas por las cuales el rey se había interesado; pero la consagración episcopal de Thomas Cranmer no fue válida, ya que él se había casado precedentemente por primera vez en el año 1510, habiendo sido reducido al estado laical, y luego se volvió a ‘casar’ con la sobrina de un luterano en 1532 viviendo en adulterio.

No habiendo sido ordenado válidamente obispo, la Iglesia Católica entiende que las ordenaciones sacerdotales y episcopales que Thomas Cranmer celebró fueron inválidas. A partir de aquel hecho, era ya imposible saber si un sacerdote anglicano había sido ordenado válidamente por un obispo que mantenía la sucesión apostólica, o si su línea sucesoria se había roto.

Y a pesar de que la Sucesión Apostólica estaba ya dañada con Thomás Cranmer, ésta se perdió definitiva y totalmente con otro personaje que le sucedió, Matthew Parker, quien siendo arzobispo de Canterbury fue cofundador, junto a Thomas Cranmer y el teólogo Richard Hooker, de una doctrina reformista en el Anglicanismo.​

Así que después de serios estudios, el Papa León XIII, en el año 1880, declaró interrumpida la sucesión apostólica en la Iglesia Anglicana por lo cual sus obispos y sacerdotes no están relacionados con los apóstoles ni, como es obvio, con Jesucristo. Consecuencia de esto, en el año 1896, el mismo Papa León XIII promulgó la bula Apostolicae Curae, en la que declaró que las ordenaciones anglicanas eran inválidas, y “absolutamente nulas y sin contenido ninguno” por considerar que los cambios realizados en el rito de ordenación, durante la Reforma Anglicana, invalidaron el sacramento del Orden Sacerdotal.

El Papa León XIII encontró que los ritos de ordenación anglicana eran deficientes en intención y forma. Declaró que los ritos pretendían reducir la ordenación a una mera institución eclesiástica y expresaban la intención de crear un sacerdocio diferente del sacerdocio en la Iglesia Católica.

La determinación del Papa León XIII fue lógica: el sacerdote anglicano que se haga católico, deberá ser ordenado por el rito católico de manos de un obispo católico, ante la duda razonable de si su sacerdocio es o no válido. Sin embargo, los sacerdotes u obispos anglicanos casados no pueden ser ordenados obispos en la Iglesia católica.

Y si se ha roto la sucesión apostólica y las ordenaciones sacerdotales son nulas en consecuencia los sacramentos también. Mirando ahora el tema doctrinal los anglicanos tienen una visión errónea con respecto a la Sagrada Eucaristía. Si bien es cierto que tanto anglicanos como católicos usamos una terminología similar no compartimos la misma doctrina ni la misma fe.

Los anglicanos históricamente han rechazado la transubstanciación. Ellos afirman que el pan y el vino son el cuerpo y sangre de Jesús, pero de una manera espiritual, externa. Para los anglicanos la Eucaristía es sólo un cambio ‘espiritual’, sin un cambio substancial en la materia del pan y del vino. Además la presencia de Jesús no permanece y no hay ningún acto de adoración. Según los anglicanos el Cuerpo de Cristo se da, se toma, y se come en la Cena únicamente de un modo celestial y espiritual; y el medio por el cual el Cuerpo de Cristo se recibe y se come depende en mayor o menor grado de la fe de cada quien.

Por el contrario, la Iglesia católica recalca el dogma de la transubstanciación. “Por la consagración del pan y del vino se opera la conversión de toda la substancia del pan en la substancia del Cuerpo de Cristo nuestro Señor y de toda la substancia del vino en la substancia de su Sangre” (Catecismo 1376). Esto significa que mientras permanecen las apariencias del pan y del vino, la sustancia cambia completa y permanentemente por el poder de Dios.

Por lo anterior, y en consecuencia, un cristiano católico no debe asistir, ni mucho menos participar, a ningún acto de ‘culto’ de los anglicanos aunque sea invitado; hacerlo es negar la esencia de la Iglesia, y darle a las confesiones religiosas de fundación humana el mismo estatus que ella tiene.

Un feligrés tampoco debe ir a ningún otro acto de culto fuera de la Iglesia ni por curiosidad, ni por cortesía, ni por congraciarse con alguien, ni por una supuesta necesidad de oración al encontrarse, por ejemplo, en un país, zona o región donde sea muy difícil o imposible ir a misa a una parroquia. Hay circunstancias que puntualmente exoneran al feligrés, sin culpa alguna, de ir a misa presencial los días de precepto (domingos y solemnidades). Ahora bien, en caso de extrema necesidad se cumple el precepto a través de los medios de comunicación. Un feligrés debe tener sentido de pertenencia y relacionarse debidamente con la Iglesia a través de la respectiva diócesis en la propia parroquia de residencia.

P. Henry Vargas Holguín.

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