Espiritual Fe

Superemos la indiferencia misionera.

Ante la tarea de la evangelización, misión esencial de la Iglesia, no podemos perder la referencia a Jesucristo, “porque la comunidad de los cristianos no está nunca cerrada en sí misma” (EN 15b).

Lo que han recibido gratis, denlo gratis.

mt 10, 7-15

El contacto con el Evangelio debe suscitar en nosotros gratitud por cuanto inmerecidamente recibimos, todo es ciertamente misericordia de Dios, ¡nos salvamos por Misericordia de Dios!

Pero esta experiencia de contacto con el Evangelio de la salvación inmediatamente debe generar en nosotros los bautizados una respuesta comprometida con su anuncio como expresión de nuestra comprensión de su gratuidad.

El Evangelio no puede quedar aprisionado en el egoísmo o en el indiferentismo misionero, porque el bien tiende a comunicarse.

¡No hemos comprado la Salvación!, somos beneficiarios de ella por su Misericordia. Entonces el Evangelio nos recuerda: lo que han recibido gratis, denlo gratis.

En nuestro contexto, lo contrapuesto a esa gratuidad es en cierto modo la indiferencia misionera y evangelizadora que nos tienta; congelándonos en una evasión que llega a silenciarnos o eximirnos de la corresponsabilidad del anuncio cristiano. El Cardenal Ratzinger, quién posteriormente sería nuestro Papa Benedicto XVI, considerando el evidente y asfixiante aprisionamiento que padece la Iglesia, no solo en sus estructuras -porque no es solo un tema de estética eclesial-, sino en nosotros los bautizados, no pocas veces entumecidos para el servicio, expresaba:

“Me parece innegable que existe demasiada auto-ocupación de la Iglesia consigo misma. Habla demasiado de sí, mientras tendría que dedicarse más y mejor al problema común: hallar a Dios, y hallando a Dios, hallar al hombre”.

Y agregaba:

“Creo que en realidad son los testimonios la primera condición para la nueva evangelización. Personas que, viviendo la fe en su vida cotidiana demuestren que la fe da vida, una vida verdaderamente humana en la comunión y en la comunidad. Sólo de esta manera puede hacerse comprensible el contenido del mensaje, y por ello necesitamos núcleos de cristianos que realicen esta verificación de la fe en la vida –tanto personal como comunitaria- y ofrezcan a todos una experiencia cuyas raíces sean dignas de conocer” .

(RATZINGER, Joseph, Ser cristiano en la era neopagana, Ed. Encuentro, Madrid, 1995, p. 141, 147

Esa tendencia asfixiante en la que podemos caer no pocos por tener una fe desinteresada de la tarea evangelizadora y la respuesta misionera, constituye una amenaza, porque roba el dinamismo a ese talento que es la fe, enterrándolo, ya sea por insensibilidad, miedo, prejuicio o por cualquier excusa (Mt 25, 18).

Algo que a la postre refleja falta de compromiso con la construcción del Reino; y por otro lado, deja la sensación inquietante de que nos hemos convertido en aquella higuera del Evangelio (Marcos 11, 13), que aunque pudiese estar cargada de muchas hojas, finalmente ofrece ningún fruto.

Aquella higuera es imagen de un cristianismo que puede quedarse en la esterilidad, con la dolorosa impresión de que el Señor se acerca y no encuentra nada. ¡Qué tragedia esa sí llegara a tratarse de nosotros!, un Jesús que se acerca a nuestra vida y no encuentra fruto, un Jesús que se aproxima a nuestra comunidad y se desencanta. Por ello, el mismo Cardenal Ratzinger en 1995 con gran profetismo nos dijo lo que ciertamente recordaron en Aparecida Brasil, nuestros obispos en el año 2007:

“Nuestra mayor amenaza es el gris pragmatismo de la vida cotidiana de la Iglesia en el cual aparentemente todo procede con normalidad, pero en realidad la fe se va desgastando y degenerando en mezquindad”.

DA 11. 12

Una Fe que deja de ser agradecida y que ignora la gratuidad que la impulsa a compartirse, se desgasta y degenera en mezquindad, es encerrarnos en nosotros mismos como Iglesia, a lo que también se ha referido el Papa Francisco como: “Iglesia autorreferencial”.

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