Fe

¿Si los tiempos cambian qué pasa con la Iglesia?

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Escrito por Padre Henry Vargas

¿No debería la Iglesia adaptarse al tiempo presente, en cuanto a sus estructuras y doctrina? Muchos dicen, de una u otra manera, que si la Iglesia no cambia se quedará sin fieles, o que si no se actualiza está condenada al fracaso, o que, incluso, perderá importancia o vigencia en el mundo. Antes que todo hay dos cuestiones a tener en cuenta:

1.- Es necesario evangelizar el mundo y no mundanizar el evangelio para hacer de éste algo atractivo, fácil y cómodo. Alguna vez le preguntaron a la Madre Teresa  de Calcuta qué sería lo que debe cambiar en la Iglesia; y su respuesta fue: “Lo que debe cambiar en la Iglesia somos nosotros, tú y yo”.  

La Iglesia como tal no puede cambiar porque, si lo hiciera, ya no sería la misma. Si la Iglesia cambia para adaptarse a formas de vivir contrarias a su mensaje y razón de ser, estaría desnaturalizándose, se traicionaría a sí misma y traicionaría a Jesucristo, su fundador. Cambiar en su esencia supondría el fin de la Iglesia, pues si esa esencia cambiara la Iglesia dejaría de ser la Iglesia de Jesucristo para convertirse en una Iglesia hecha por hombres y a la medida de los mismos. La Iglesia no cambiará porque no puede ni debe hacerlo aunque quisiera; además no tiene la potestad para cambiar lo que es esencial (lo que dispuso Jesucristo). Además la Iglesia carece de potestad para corregir y/o contradecir a Jesucristo.

La Iglesia está llamada por Jesucristo a ser como Él luz del mundo (Jn 8, 12) o luz de las naciones (Mt 5, 14) y sal de la tierra (Mt 5, 13), porque así también son y deben ser sus discípulos.

Y para que la Iglesia sea luz de las naciones no debe ser una veleta sacudida por los vientos de cambio que las concepciones humanas han desatado. La Iglesia debe ser como Jesucristo que no negoció ni su identidad ni su mensaje. Recordemos que Él no hizo el menor esfuerzo de detener a los que lo querían abandonar por no aceptar su enseñanza (Jn 6, 59-69); es que la verdad no es el resultado de consensos. Y el mensaje de Jesús siempre será actual, siempre tendrá vigencia por más que el mundo y la sociedad cambien: “El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán” (Mt 24, 35). 

Recordando las palabras de Jesús: “No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo” (Jn 17, 16), la Iglesia no debe pensar nunca que le pertenece al mundo. Bien lo expresaba o explicaba Pablo VI: Si la Iglesia “trata de adaptarse a aquel modelo que Cristo le propone, es necesario que ella se diferencie profundamente del ambiente humano en el cual vive y al cual se aproxima” (Carta encíclica Ecclesiam suam, 24). Para que la Iglesia cumpla con su misión, deberá continuamente tomar distancias respecto a su entorno, deberá desligarse del mundo.

La Iglesia debe cuidarse de caer en la tentación de identificarse con el mundo, de ser una Iglesia satisfecha de sí misma, de acomodarse a este mundo y complacerlo, de ser autosuficiente y de adaptarse a los criterios del mundo; debe cuidarse en definitiva de caer en la secularización. Así las cosas la Iglesia está llamada a focalizar todo su ser y energías a su misión: llevar la humanidad a Dios.

La Iglesia tomando distancia del mundo goza de libertad. De esta manera la Iglesia puede eficazmente estar abierta al mundo, puede dedicarse mejor y de manera verdaderamente cristiana a él, puede concretar con más soltura su vocación al servicio de Dios y de la humanidad.

Y la Iglesia no sólo debe buscar el distanciamiento o independencia del mundo, sino que también debe desprenderse de lo que hay de mundano en ella. Es obvio que esto no quiere decir atacar al mundo o aislarse de él. Una Iglesia así es capaz de comunicar a los hombres, y con idoneidad, a Jesucristo y ser transmisora de su acción.

2.- La Iglesia para ser lo que es y para actuar como le corresponde debe, por un lado, custodiar realidades que le son inherentes, realidades que son intocables o  innegociables; pero también, por otro lado, puede y hasta debe cambiar o modificar otras realidades.  

¿Qué es lo que no se debe o no se puede cambiar en la vida de la Iglesia? Cosas que son de institución divina: Aquello que es estructural, aquello que es sustancial, aquello que haga parte y viene de la Iglesia primitiva y lo que ha sido definido solemnemente (los dogmas).

Una de estas realidades inherentes a la vida de la Iglesia es su magisterio. El Magisterio de la Iglesia está encaminado a velar para que el Pueblo de Dios conozca la verdad y permanezca en ella. La Iglesia no puede proclamar verdades que no hayan sido reveladas por Dios, pues su Magisterio está al servicio de la Palabra de Dios o de la Divina Revelación, oral o escrita.

La teología hace distinción entre un magisterio “solemne” o ex cathedra que define infaliblemente una verdad de fe, y un magisterio “ordinario” que propone una verdad pero no infaliblemente.

Cuando el Papa habla ex cathedra definiendo como dogma de fe una determinada verdad teológica, él es infalible y nadie puede poner en discusión sus definiciones sin caer en herejía. Lo mismo se debe decir de las definiciones de un concilio ecuménico.

Ahora bien, cuando el Papa enseña una determinada verdad, no siempre pretende proponerla de manera definitiva o solemne a manera de dogma. Lo que el Papa enseña, si no es ex cathedra, constituye sí una doctrina o norma pero no infalible; es decir puede tener o no una cierta vigencia, puede tener o no sus modificaciones porque en la humanidad hay cosas que cambian, cosas nuevas, cosas temporales.

Como las circunstancias o situaciones de la humanidad están, en un determinado momento, sujetas a cambios, es lógico que la Iglesia encuentre problemáticas o cuestiones nuevas que exijan su intervención, su luz, su punto de vista; punto de vista que puede cambiar si cambia la situación o se vea, con la ayuda de la ciencia, de otra manera.

Las nuevas problemáticas de la humanidad mueven a la Iglesia a profundizar, a explicar mejor o, incluso, a modificar o a cambiar un juicio ya emitido, una decisión ya tomada.

Un ejemplo lo tenemos en el caso Galilei. Cuando él propuso sus teorías, estas parecían en contradicción con la Sagrada Escritura, y, en consecuencia, la inquisición lo condenó. Pero luego el progreso de la ciencia demostró que sus teorías eran correctas o justas, y la condena fue revocada.

De aquí que el Papa haya creado comisiones de estudio para analizar cuestiones y problemáticas, buscando, de esta manera, ser fiel a la verdad siendo, además, punto de contacto entre la Divina Revelación y la ciencia.

Ahora bien, tanto si la Iglesia cambia algunas cosas como si no las cambia lo hace en virtud a su misión y razón de ser.

Y la Iglesia ha hecho y hará cambios aprendiendo de Jesucristo que también realizó cambios, y cambios profundos, drásticos y radicales porque estaba en juego la salvación.

Jesús hizo cambios trascendentales comenzando por instaurar  una nueva Alianza que sustituyó a la antigua. La Iglesia no se opone rotunda y tajantemente a los cambios, si son necesarios a la luz de la voluntad de Dios, pues ella misma es ya en sí misma un factor de cambio en la sociedad humana. La Iglesia puede cambiar lo que es de institución humana, lo que los hombres han pensado y decretado buscando cada vez más la perfecta fidelidad al mensaje evangélico y a su acción eficaz en el mundo.

Hay muchas cosas que han cambiado y seguirán cambiando. En la historia de la Iglesia encontramos multitud de elementos que han cambiado. Es que la Iglesia no es un bloque de mármol; ella, como cuerpo místico de Cristo, madura y crece, evidenciando un desarrollo coherente con lo que es.

Los cambios que ha habido y podrán haber no desdibujan la identidad de la Iglesia ni su esencia. Fijémonos, por ejemplo, en una persona: lo que hace parte de su identidad no se puede cambiar porque debe seguir siendo ella misma. Hay cosas que pueden cambiar y la persona seguirá siendo ella misma; es más, la persona crece cambiando, sin dejar de seguir siendo ella misma. Se puede cambiar el peso, el aspecto, la estatura, etc., pero nunca puede cambiar su ADN, las raíces, la historia, la identidad y conciencia.

P. Henry Varga Holguín

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