Fe

¿Si hay que dar limosna Dios quiere la mendicidad?

a,5
Escrito por Padre Henry Vargas

¿Si Jesús ha dicho que son dichosos los pobres en el Espíritu, Él está diciendo que Dios nos quiere pobres? ¿Dios quiere que se dé limosna para mantener la indigencia? ¿Ser pobre o vivir en la miseria es requisito para entrar en el reino de los cielos? ¿Hay que dar monedas a los indigentes para tener la conciencia tranquila?

En todas las épocas de la historia humana muchas personas han experimentado y experimentarán la miseria. Y la miseria o la pobreza no es solo económica o material, también hay otros tipos de pobreza: pobreza mental, pobreza educativa, pobreza afectiva, etc., enfermedades y, por último, la muerte. ¿Y de dónde viene la pobreza o la miseria humana? Todo esto es consecuencia del pecado original. La miseria es signo inequívoco de la debilidad en que se encuentra el ser humano desde que el pecado entró en escena, y, en consecuencia, la miseria evidencia la necesidad que el ser humano tiene de misericordia y de redención.

Por ello, la miseria humana atrae la compasión de Jesucristo. Él, incluso, la ha querido cargar sobre sí e identificarse con los más pequeños de sus hermanos (Mt 25, 40). Y como la Iglesia es la prolongación concreta del amor de Jesucristo, los que sufren cualquier tipo de indigencia son objeto de un amor preferencial. La Iglesia desde los orígenes no ha cesado de trabajar por los pobres con el fin de aliviarlos, defenderlos y liberarlos.

¿Si Jesús ha dicho: “Siempre tienen a los pobres con ustedes” (Mc 14, 7), cuál debe ser nuestra relación con los pobres? ¿Cuál debe ser nuestra actitud ante la pobreza y la miseria o la indigencia?

Para responder a estas preguntas comencemos por la siguiente historia real:

Un mendigo estaba en la calle pidiendo limosna cuando se le acerca un hombre rico, y ellos entablan el siguiente dialogo.

El rico: “¿Y usted por qué pide limosna?”

El mendigo: “Porque soy pobre, hijo de pobres; y ellos me enseñaron a mendigar. Ellos no me dieron oportunidades para salir adelante”.

El hombre: “El hecho que usted tenga unos padres pobres, no significa que usted también deba correr la misma suerte. Usted debe salir de su miseria trabajando, debe progresar y beneficiar a su familia porque, por lo que veo, usted puede trabajar”.

El mendigo: “¿Y para qué trabajar si con lo que me da la gente gano más de un salario mínimo? Con las monedas que me da la gente gano más que cualquiera y sin matarme trabajando. ¿Y usted para qué se mata trabajando si cuando uno se muera no se va a llevar nada? Al final de la vida todos vamos a una sepultura. Sin nada venimos, y sin nada nos vamos”.

El hombre: “¿Y quién le ha dicho a usted que cuando uno muere no se lleva nada? Según mi fe y según la visión que tengo de la vida cuando uno muera sí se lleva algo de esta vida a la eternidad. Es cierto que no nos vamos a llevar nada material, nos vamos como vinimos; pero todos, ricos y pobres, nos llevamos lo vivido, lo recorrido, nos llevamos la satisfacción de lo trabajado y de haber luchado por mejorar este mundo”.

El mendigo: “Ustedes los ricos siempre quieren más y más; no están satisfechos con nada. Ustedes son como un barril sin fondo; nunca quedan llenos o satisfechos con nada. El que tiene siempre quiere más”.

El hombre: “Pensándolo bien, en el fondo, usted y yo, en medio de las diferencias, somos muy parecidos”.

El mendigo: “¿Cómo así? ¿Y en qué nos parecemos?”

El hombre: “Nos parecemos en que los dos nos dedicamos a lo que nos gusta: A usted le gusta mendigar y vivir de los demás, a mí me gusta trabajar y hacer mis negocios. Usted encuentra tranquilidad en la pobreza, y yo la encuentro en el trabajo y en el fruto que da a favor mío y a favor de mucha gente. Somos iguales pues ni yo soy mejor que usted, ni usted es mejor que yo. Y somos iguales porque, como ya lo he dicho antes, al final de la vida los dos nos llevaremos algo de esta vida, cada quien se llevara lo vivido. Es, pues, falso eso de que cuando morimos no nos llevamos nada. Usted si no se supera y si no se valora se llevará el sufrimiento que ha querido y en el que se ha acomodado. Los dos somos iguales solo que estamos en caminos diferentes, jugamos juegos diferentes”.

El mendigo: “Ustedes no son felices porque las cosas no llenan, no satisfacen. Ustedes son esclavos del trabajo, todo es trabajo y más trabajo, y esto genera angustias, estrés, agobios y enfermedades”.

El hombre: “¿Y qué le hace pensar que yo soy esclavo del trabajo, o que no soy feliz? Yo soy artífice de mi vida, no la dejo al azar; mi vida no es un caos. Yo soy feliz”.

El mendigo: “Mire, yo no tengo nada, pero vivo tranquilo. En cambio ustedes los ricos siempre tienen que trabajar para mantener el estatus, siempre tienen que andar cuidándose de que no los secuestren, no los extorsionen, no los roben”.

El hombre: “¿Usted cree que por ser mendigo está más seguro que yo? ¿Usted cree que por ser mendigo nadie le va a hacer daño?  La realidad es que ni siquiera usted está seguro, usted lleva una vida inestable, insegura; vive en una constante zozobra. ¿Usted sí es feliz? No lo creo. Personas como ustedes son egoístas, son personas que tienen una mentalidad de pobre. Ustedes son personas que no hacen nada o no quieren trabajar con cualquier excusa barata. ¿Entonces como, según usted, no me llevo nada a la eternidad entonces no hago nada? ¿Qué tal este raciocinio? ¿Ah? Personas como usted no le aportan nada a la sociedad, hacen lo contrario. Uno tiene que sacar adelante sus proyectos no para acumular sino para realizarse; y, claro, de esta manera te enriqueces, no de cosas, como persona”.

El anterior relato es un fiel reflejo de la situación personal de muchos pobres o indigentes. A parte de esto, para nadie es un secreto, también existe la mala fe de la gente que simula un estado de indigencia. Conocí el caso de unos indigentes pidiendo dinero en el transporte público porque supuestamente no tenían dónde dormir; pero cuando alguien les ofreció la posibilidad de pasar la noche en un albergue, no la aceptaron; lo que querían era el dinero.

Ahora bien, en varias partes del mundo, detrás de las personas que piden en las calles, se encuentran organizaciones criminales que usan dichas personas para la estafa. Existen redes de mendicidad que manipulan, sobre todo, a niños, ancianos o discapacitados. Existen organizaciones en los países ricos que traen gente de los países más pobres a quienes, una vez llegan al país, se les obliga a mendigar en las calles más que a favor del pobre mismo a favor de dichas organizaciones.

Pero no siempre hay mafias, también existen clanes familiares, cuyos miembros se distribuyen por toda la ciudad a mendigar. Son grupos de familias en los que, con triquiñuelas, se engaña al ciudadano de a píe.

Es por esto, y por otros motivos, que en muchas ciudades del mundo las autoridades restringen, en mayor o menor medida, la mendicidad. Hay ciudades donde las autoridades prohíben la circulación de mendigos cerca al centro histórico o cerca de monumentos de cierta relevancia, o en zonas turísticas.

Visto este panorama sigámonos preguntando: ¿Dios ama la miseria? ¿Dios quiere que haya pobres y/o indigentes? La respuesta a estas dos preguntas, como a las preguntas iniciales, es un contundente ‘No’.

Es cierto que Dios quiere que haya caridad pero hay que saberla entender y saberla concretar. La caridad cristiana no es una excusa o una motivación para que una persona se acomode o se instale toda la vida en un estado de indigencia.

Sí. Dios quiere que ayudemos a la gente pero no es para incentivar la vagancia. Sí. Dios quiere que seamos solidarios pero la ayuda no es para mantener viciosos. Sí. Dios quiere que no seamos indiferentes con el que sufre, pero no es para sostener un estilo de vida.

¿Entonces qué hacer? La persona que quiera ayudar a las personas indigentes o pordioseras que pasan hambre puede darles algo de comer; no darles dinero porque incluso en los restaurantes o locales no las dejan entrar.

Ahora bien, indiferentemente de la situación personal de cada persona indigente o mendiga, el ciudadano común y corriente, sin necesidad de investigar la situación de cada mendigo en concreto, está invitado a canalizar su generosidad, ya sea en especie como en dinero, a través de alguna institución oficial tanto del Estado como de la Iglesia o a través de organizaciones (ONG’S) certificadas para este fin. Se trata aquí de convertir las limosnas aisladas en donaciones porque estas últimas construyen tejido social.

Las donaciones permiten a las organizaciones asistenciales, convertir una mera ayuda individual y aislada en un impulso a la promoción personal a favor de más personas. Solo las organizaciones tienen profesionales capacitados para ayudarles a esas personas a salir de la situación de vulnerabilidad. Por otra parte la ayuda se realiza mirando a la persona indigente a sus ojos, mostrando una sincera atención hacia ella e involucrándola.

De esta manera la donación adquiere un valor distinto para la persona. Eso es lo que dice el Evangelio, porque la caridad es un acto de justicia, no es para tranquilizar la conciencia. Dar limosna es, incluso, una humillación a la persona, pues la persona merece y necesita, por justicia, una promoción integral.

Las instituciones oficiales entran en contacto con las personas indigentes para saber qué es lo que les acontece y así poder recomponer su dignidad. Estas instituciones tienen, además, como tarea distinguir a los verdaderos pobres de aquellos que, por engaño o pereza, no quieren trabajar para ganarse la vida y se contentan con unas simples monedas que pueden obtener de las personas de buen corazón.

El gesto de “tirarle” monedas al mendigo y seguir con el propio camino como si nada no responde al mensaje del Evangelio porque la persona es mucho más que una simple corporalidad. La persona que tira monedas al mendigo, en lugar de ayudarlo lo que hace es empeorar su situación.

“Ustedes (los fariseos) son los que se justifican a sí mismos ante los hombres, pero Dios conoce sus corazones, porque lo que entre los hombres es de alta estima, abominable es delante de Dios” (Lc 16, 14-15). Con esto Jesús advierte contra la manera incorrecta de dar limosna; una manera impulsada solamente por razones egoístas (quedar bien), superficiales y mezquinas.

De manera institucional, ya sea por parte del Estado o por parte de la Iglesia, lo que se busca no es mantener de por vida a las personas en estado de indigencia, se busca ayudarlas a salir de la pobreza. Como dice el viejo proverbio chino: “Dale un pez a un hombre y comerá hoy. Enséñale a pescar y comerá el resto de su vida”. Y junto a la enseñanza facilitarle a la persona los insumos necesarios para al menos empezar a “pescar” y luego enseñarle a vender el pescado. La única manera de salir de la pobreza tanto a nivel personal como a nivel estatal, no es tanto con la caridad sino con el ofrecimiento de un empleo digno, estable y con garantías.

Por esto cuanto más las personas en miseria se acerquen a los servicios institucionales u organizados será mucho mejor. La misión de las instituciones oficiales, y más las de la Iglesia, es integral y va más allá de lo simplemente monetario. Se acompaña a la persona en todas sus circunstancias. Además las instituciones de la Iglesia tratan el problema de estas personas de una manera, sobre todo, cristiana con la esperanza de que puedan rehacer la vida humana en condiciones dignas, normales y justas.

P. Henry Vargas Holguín.

Leave a Comment

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.