Espiritual Fe

Sermón para católicos tradicionales. III Domingo de Epifanía.

Escrito por Redacción R+F

“Puede ser que Dios no quiera resucitar a un muerto, puede ser que Dios no quiera hacer levantar a un paralítico o curar a un ciego o a un sordo, pero, sin duda, Él sí quiere perdonar todos nuestros pecados. Lo que necesitamos es esta humildad, la humildad de aquel que se ve necesitado de purificación, de aquel que se ve necesitado de ser tocado por la gracia de Cristo…”.

R.P. Yuri Santos,
Fraternidad Sacerdotal San Pedro

“Habiendo él bajado de la montaña, le siguieron turbas numerosas. Y de pronto un leproso, llegándose, le adoraba, diciendo: ‘Señor, si quieres, puedes limpiarme’. Y extendiendo su mano, le tocó, diciendo: ‘Quiero, sé limpio’. Y al punto fue curada su lepra. Y le dice Jesús: ‘Mira, no lo digas a nadie sino anda, muéstrate al sacerdote y ofrece el don que ordenó Moisés, para que les sirva de testimonio’. Y habiendo entrado en Cafarnaum, se llegó a él un centurión, rogándole y diciendo: ‘Señor, mi muchacho yace en casa paralítico, presa de atroces torturas’. Y le dice Jesús: ‘Allá voy y le curaré’. Y respondiendo el centurión, dijo: ‘Señor, no soy digno de que entres debajo de mi techo; mas ordénalo con una sola palabra, y quedará sano mi muchacho. Que también yo soy un simple subordinado, que tengo soldados a mi mando y digo a éste: Ve, y va; y a otro: Ven y viene; y a mi esclavo: Haz esto, y lo hace’. Al oír esto, Jesús se maravilló, y dijo a los que le seguían: ‘En verdad os digo que en nadie hallé tan grande fe en Israel. Y os digo que vendrán muchos del oriente y del occidente y se recostarán a la mesa con Abrahán, Isaac y Jacob en el reino de los cielos; en cambio, los hijos del reino serán echados a las tinieblas de allá fuera: allí será el llanto y el rechinar de los dientes’. Y dijo Jesús al centurión: ‘Anda; como creíste, hágase contigo’. Y sanó el muchacho en aquella hora”.

Del Santo Evangelio según San Mateo 8, 1-13

Queridos hermanos en Nuestro Señor Jesucristo:

En el Evangelio de este domingo, el Señor cura al leproso que se presenta delante de Él y que se presenta de modo humilde. El leproso le dice a El Señor: “Si queréis, tenéis el poder de purificarme”. De hecho, la lepra era, en la Antigua Alianza una impureza que llamamos legal, porque lo era en virtud de la ley de Moisés. El leproso estaba impuro y excluido de la vida del pueblo santo de Israel. Curar a un leproso era, entonces, purificarle. Hermanos, aquí vemos la misión del Señor en nuestro medio. El nombre de Jesús quiere decir “el que salva” y nos salva El Señor purificándonos de nuestros pecados.

Muchas veces, estamos muy enfocados en los milagros y prodigios que Jesús puede operar en nuestras vidas, sobre todo, al librarnos de nuestros problemas cotidianos, pero, olvidamos que Su misión es, esencialmente, purificarnos de nuestros pecados y los bienes de este mundo solo son útiles en la medida que nos conducen a nuestra purificación interior, la que nos conducirá a la vida eterna. Esto se contrapone a la teología de la prosperidad que se ve en muchas sectas protestantes, en especial, en aquellas de tendencia pentecostal, donde la religión se afirma en las prosperidades y éxitos que podemos tener aquí, en la tierra; prosperidades y éxitos materiales, sobre todo.

La Curación de la lepra (1172 – 1189). Mosaico Bizantino.
Catedral de Monreale, Sicilia.

El mensaje de Nuestro Señor es, realmente, más profundo, es la vida eterna. Ningún bien material en este mundo es capaz de darnos la eternidad y, si es un obstáculo a nuestra salvación, mejor es que no lo tengamos. A fin de cuentas, toda esa teología de la prosperidad reduce a Dios a nuestro servidor. En vez de ser nosotros los que servimos a Dios, actuamos como si Él fuera el que nos sirve. Vean con qué humildad ese leproso pide al Señor que lo cure: Si queréis. Pues aquí está nuestra humildad, la de querer hacer la voluntad de Dios, y hay algo en que podemos tener certeza de que Dios quiere obrar en nosotros y es purificarnos de nuestros pecados.

Puede ser que Dios no quiera resucitar a un muerto, puede ser que Dios no quiera hacer levantar a un paralítico o curar a un ciego o a un sordo, pero, sin duda, Él sí quiere perdonar todos nuestros pecados. Lo que necesitamos es esta humildad, la humildad de aquel que se ve necesitado de purificación, de aquel que se ve necesitado de ser tocado por la gracia de Cristo y aquí está la grandeza de Nuestro Señor: Mientras los otros tocaban a los leprosos y, así, eran contaminados, quedaban impuros, Jesús toca a los leprosos, los cura y purifica. Necesitamos recibir ese toque de la gracia de Cristo, Él murió en la cruz para perdonar nuestros pecados.

De cierto modo, entonces, toda la humanidad ya está enteramente salva porque Él ya murió por nosotros, pero, aquello que ya conquistó por nosotros en la cruz necesita ser aplicado en nuestra vida. Los méritos de la Pasión de Cristo necesitan ser recibidos por cada uno de nosotros y, si no abrimos las puertas de nuestro corazón para Cristo, la redención, que es para todos, no entrará en nuestra vida. Así, hermanos, del mismo modo que aquel leproso en Cafarnaum se acerca a Nuestro Señor para pedirle, humildemente, que se vea libre de su impureza, acerquémonos también a Él y digamos como el leproso: Señor, tenéis el poder de purificarme. Él siempre nos contesta: Yo quiero, sé limpio. Esta es la gran bendición que recibimos de Dios, la de vernos libres de nuestros pecados.

El alma de aquel que está en pecado mortal es semejante a un leproso. Si estamos en pecado mortal, busquemos el confesionario para vernos libres y purificados de él. Si no estamos en pecado mortal, cuidémonos, sobre todo, con la oración, para que no caigamos de nuevo. Tengamos confianza en Cristo, porque Él mismo declaró: Yo quiero, sé limpio.

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