Fe

¿Sabes cómo manejar el sufrimiento?

¿Sabes cómo manejar el sufrimiento?
Escrito por Padre Henry Vargas

Recordemos que estamos en una realidad que, al rezar la salve, conocemos como el ‘valle de lágrimas’. No faltan momentos de preocupación, de tristeza y de dolor, tanto en lo referente a la propia persona como en lo que atañe a la vida del prójimo. Es que dificultades, problemas y pruebas no faltan en esta vida. ¿Pero cuál debe ser nuestra actitud como cristianos?

En muchas ocasiones, por no decir casi siempre, cuando hay algún motivo de aflicción, en lugar de buscar cobijo, fuerza y consejo en Dios, la gente se va hundiendo cada vez más, porque se refugia en los vicios, se encierra en su propia tristeza, se suicida, o, en el mejor de los casos, busca soluciones humanas, incluso erróneas y pecaminosas.

¿Pero esto es lo más inteligente o lo más natural para una persona creyente en Dios, concretamente, para un cristiano? Desde luego que no. Lo único inteligente es aplicar la fe. Lastimosamente la fe de muchos cristianos es tan superficial que de poco les sirve cuando tienen que enfrentarse a los problemas reales y duros de esta vida.  

Recordemos que es en las pruebas cuando más se da a entender qué tanta fe tenemos, qué tanto le hemos creído a Dios. Las pruebas de la vida o los problemas son el lugar existencial más oportuno para concretar los valores evangélicos. Los problemas, que nunca se deben buscar, se solucionan con soluciones que han de venir de Dios, no con errores disfrazados de solución que generarán aun más problemas.

En las pruebas, dificultades y sufrimientos bien manejados desde la fe es cuando más se demuestra que confiamos en Dios, que Él es nuestra prioridad y que le somos fieles.

¿Pero concretamente en los momentos difíciles de la vida qué debemos hacer? Debemos hacer cuatro cosas:

1.- Buscar a Dios. Si somos de verdad cristianos, busquemos el consuelo, la fortaleza y la acción de Dios a través de los sacramentos y de la oración personal y comunitaria, especialmente la Santa Eucaristía.

Debemos creer que Dios nos puede y quiere ayudar. Es una promesa que Él mismo nos hizo cuando nos dijo: “Venid a mí todos los fatigados y agobiados, y yo os aliviaré (Mt 11, 28).

2.- Valorar la cruz y cargarla. Jesús, asumiendo la naturaleza humana, desde que nace asume la cruz. Cuando nosotros los cristianos exaltamos la cruz no estamos siendo masoquistas, no celebramos el sufrimiento por el sufrimiento, el dolor por el dolor, el sacrificio por el sacrificio. Si así fuera, el Dios que pide esto de nosotros sería un Dios sádico que no merecería nuestro amor.

Lo que nosotros los cristianos exaltamos no es la cruz en sí misma (un instrumento más de tortura y ejecución como, por ejemplo, la silla eléctrica), sino el amor incondicional de un Dios que compartió nuestra condición humana en su totalidad y se comprometió con nuestra salvación hasta el final valiéndose de la cruz, ofreciéndose en la cruz; y así demostrarnos que Él nos ama hasta el extremo, con generosidad y a plenitud.

De manera pues que Jesucristo, cargando su cruz y muriendo en ella por nosotros, transformó un signo de tortura y muerte, en un signo de vida, de amor y medio de conseguir la gloria. La novedad que Él trajo fue poner en la cruz una semilla de amor.

Jesús, en la cruz y con la cruz, nos mostró que su amor no tenía límites y que ni siquiera la muerte podía hacerlo retroceder  en su misión redentora. Y fue Jesucristo quien, a través de su propia vida y muerte en cruz, nos enseñó a ser responsables, a cumplir con nuestra vocación y misión, a saber vivir y a dar sentido al sufrimiento (Jn 15, 13).

La cruz es asumir con responsabilidad y amor, desde los valores del evangelio, la vida misma, así tal cual es, recordando que Jesús hizo lo mismo. Jesucristo “sufrió por nosotros, dejándonos un ejemplo para que sigamos sus huellas” (1 Pe 2, 21). Es que Jesús llama a sus discípulos a tomar su respectiva cruz, con sus mismos sentimientos y así seguirle (Mt 16, 24).

Jesús nos amó sacrificándose en la cruz, y nosotros lo amamos sacrificándonos por el prójimo cargando nuestra cruz. Jesús, por tanto, nos invita a poner la fe, la esperanza y el amor en nuestra cruz, la vida misma, con todas sus cruces.

3.- Conservar la alegría cristiana. La alegría es una característica esencial del cristiano, y con la cruz también debemos mantener ese sentimiento. La Iglesia nos recuerda que la alegría es perfectamente compatible con la cruz.

Lo que se opone a la alegría es la tristeza causada por el pecado, no la cruz. Es que, incluso, la cruz es lo que le da sentido a la vida e incluso le da alegría. Pero hay que entender cuál es esa alegría, que no es la del payaso: la alegría cristiana es lo que brota en el corazón humano fruto de la relación con Dios (Catecismo, 425; 523).

4.- Dar testimonio. Dejemos de ver en nuestras dificultades y en los sufrimientos varios un motivo de desesperación o de tristeza o de desanimo. Las pruebas de la vida sirven para dar testimonio de nuestra fe, y para dar testimonio del amor que el Señor Jesús nos tiene, del amor que le tenemos a Él y del amor que le debemos tener al prójimo.

Como se decía al inicio, hemos nacido y estamos en un contexto donde se sufre. Se sufre porque el maligno genera sufrimiento en quien cae en pecado gracias a sus engaños; y se sufre por hacer el bien pues el mismo Satanás genera sufrimiento atacando, directa o indirectamente, a quien quiere de la mano de Dios gestionar su vida de manera seria, responsable y permanente. Se sufre, pues, tanto si se lucha contra el pecado como si se persiste en el mismo. Pero es preferible sufrir por hacer el bien, que por hacer el mal (1 Pe 3, 17).

Ahora bien, no vayamos a pensar que por el hecho de ser creyentes y buscar ser cada vez más fieles a Dios se nos van a acabar los problemas. Problemas vamos a tener todos los días; lo contrario sería toda una utopía. Lo importante es no buscarnos problemas ni por negligentes, irresponsables, o imprudentes; mucho menos por cometer pecado.

Problemas vamos a encontrar en el camino de la vida, por el solo hecho de estar en este mundo. ¿Sin problemas esto es vida? La vida no es ausencia de problemas. ¿De no ser así tendría sentido la vida? ¿A qué nos levantamos cada mañana si no tuviéramos algo qué hacer o algo qué solucionar o algo por qué luchar? Si no fuera así no tendría sentido vivir, nos relajaríamos, incluso espiritualmente, hasta el total aburrimiento y/o desesperación y acabaríamos mal, incluso lejos de Dios.

Si actuamos según Jesús y permitimos que el Espíritu Santo nos dé la luz para abordar correctamente las problemáticas de la vida y solucionarlas hacemos que nuestra carga sea suave y nuestro yugo ligero (Mt 11, 28).

Pero se debe persistir en el cumplimiento de la voluntad de Dios hasta el último instante de la vida como lo hizo Jesucristo. Los santos, ante esas mismas experiencias, fueron capaces de ver la mano de Dios, fortalecer su fe y aumentar su amor a Él.

Si lo que hace que esta vida sea un valle de lágrimas lo vemos con los ojos de Jesús y lo asumimos como Él lo hizo, incluso dándole un carácter penitencial, podremos crecer en su gracia y así concretamos su reino.

El sufrimiento nos debe ayudar a aprender a vivir. En lo sucesivo es importante discernir a la luz de Dios qué hacer, cómo hacer y qué no hacer para no ganarnos problemas y sufrimientos innecesarios; problemas que son fruto de la improvisación, de la falta de madurez y falta de sentido común y del no cumplir la voluntad Divina.

No debemos buscar problemas y sufrimientos que no nos corresponden cargar.

P. Henry Vargas Holguín.

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