Según el experto en masonería Alberto Bárcena, cuando el rey Juan Carlos I llamó a Adolfo Suárez para encargarle la tarea de gobierno, le habría impuesto una inédita condición: la de renunciar al Opus Dei, organización a la que pertenecía como laico.
Esto lo revela en su última obra «La pérdida de España» en la cual afirma que la esencia de España fue y sigue siendo el cristianismo.
En ese sentido atribuye la división social y política que aqueja a ese país durante los últimos dos siglos, en una motivación religiosa:
“El enfrentamiento entre las dos Españas era ya religioso; empezó siéndolo, siguió y sigue siéndolo. Por encima de las diferencias políticas y sociales. El combate espiritual se había trasladado a España; la nación que se había gloriado de ser el brazo armado de Roma y la evangelizadora del Nuevo Mundo se enfrentaba, en lucha fratricida, dentro de la vieja ciudadela. La permanente defensora de la Fe durante un milenio, ya difícilmente reconocible, había perdido el rumbo y la cohesión interna después de 1808, a pesar de protagonizar una gesta colectiva asombrosa. A partir de ahí pueden hacerse, y conviene hacerlo, muchas matizaciones históricas. Pero la línea que, al final, separaba los dos bandos, vuelvo a insistir, era religiosa; sobre todo religiosa”
El rey conocía perfectamente el carisma del Opus Dei pues contaba con otros miembros pertenecientes a esa organización católica, como el catedrático Antonio Millán Puelles, miembro de su Consejo Privado, Laureano López Rodó, quien apoyó su acceso a la corona del Reino de España, o el prestigioso historiador y sacerdote, Federico Suárez Verdeguer, capellán de la Casa Real.
El historiador Javier Paredes en su columna de Hispanidad señala que fue liberada la intención del Rey Juan Carlos de «expulsar al Cristo de la democracia coronada».
Y Suárez no tuvo ningún problema en hacerlo: se apartó de la institución sin despedirse de nadie, narra el historiado.
«[D]esde entonces no han sido pocos los católicos que han transitado por la política deambulamdo como esquizofrénicos, por llevar una doble conducta, sin conexión entre su vida pública y su vida privada».
– Javier Paredes