La Iglesia está llamada a experimentar un tiempo de renovación y reforma en su vivencia interior y su praxis de servicio, entendiendo que los verdaderos reformadores de la Iglesia son los santos.
Son los hombres y mujeres que abrazan la santidad en la cotidianidad los que hacen la Iglesia. Todo fiel católico embellece y pone en esta vía novedosa a la Iglesia, cuando se esfuerza en vivir el Evangelio y se compromete con una autentica vida Interior y de caridad fraterna.
La renovación hemos de sentirla por la gracia en la vitalidad y ánimo al contacto con la Palabra, los sacramentos, manifestados en el testimonio, y también de reforma; porque nuestros espacios incluso estructurales han de pasar de una realidad no pocas veces oficinista operativa, a convertirse en una hoguera, un hogar; una “familia espiritual”, una casa de misericordia y verdad, dónde los católicos viven con gran identidad cristiana su culto de adoración a Dios y su alegre exigencia del. amor fraterno.