Fe

¿Quién es el responsable de acabar con el mal?

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Escrito por Padre Henry Vargas

“Si Dios existiera el mal no existiría; si Dios existiera impediría la acción del mal que hay en el mundo. Por esto yo no creo en Dios”. Me decía una persona el otro día.

Y otra persona me dijo alguna vez: “Si Dios es el creador de todo  cuanto existe, en consecuencia, también es creador del mal, pues el mal existe. Es más, bajo el precepto de que nuestras obras son el reflejo de nosotros mismos entonces Dios es malo. Por esto yo no creo en Dios”.

El hecho que exista el mal no significa que Dios no exista. Dios existe pero, como es amor, no es el creador del mal; Él sólo creó lo bueno y lo creó bien (Gn 1, 31).

Supongamos que es responsabilidad exclusiva de Dios, y sólo de Él, acabar con la maldad.

Como ya sabemos que la mayor causa del mal reinante en este mundo es la existencia y el uso de todo tipo de armas, pues con ellas se han generado a lo largo de la historia guerras, tragedias y demás delitos; la pregunta sería: ¿Podría Dios hacer algo? ¿Podría Dios acabar con todas las expresiones de la maldad haciendo desaparecer todas las armas de todo tipo? Supongamos que sí pueda hacer eso. ¿Pero con esto se acabaría el mal? ¿Crees que esto  serviría de algo?

Por supuesto que no, porque el ser humano seguiría haciendo el mal creando, por ejemplo, nuevas herramientas, incluso rudimentarias, para destruir a los demás a beneficio personal, y seguiría haciendo el mal de otras maneras.

¿Entonces cuál sería la siguiente decisión de Dios? La mejor opción sería atar de pies y manos a todos los seres humanos. ¿Pero esto en verdad hará desaparecer el mal en el mundo? Desde luego que no, porque el ser humano utilizaría la lengua para hacer el mal. Está comprobado que el ser humano ha aprendido a hacer más daño con la lengua que con la fuerza física.

Supongamos que entonces Dios opta ahora por ponerles una mordaza a todos los hombres. ¿Con esto sí desaparecería el mal? Desde luego que no, porque el ser humano seguiría haciendo el mal con el pensamiento al tener un corazón lleno de amargura, lleno de odio, y rencor; es decir un corazón lleno de maldad. Recordemos que la maldad que hay en el mundo proviene del corazón del hombre, no de Dios (Mt 15, 19).

¿Entonces qué podría hacer Dios? Como última opción a Dios se le podría ocurrir quitarle al ser humano la capacidad de razonamiento, y ahí sí viviríamos en un mundo en paz, vacío de maldad. Pero habría un nuevo problema: El mundo estaría lleno de inconscientes, de imbéciles generando una nueva problemática. Pero esta solución no es pertinente porque el ser humano dejaría de serlo.

Por lo visto el problema del mal no tiene solución. ¿O sí? Como es lógico ninguna de las anteriores “soluciones” es viable, no es lógica ni efectiva; en definitiva no proviene de Dios, son suposiciones humanas.

¿Entonces a quién le corresponde la responsabilidad de acabar con el mal en todas su formas y expresiones?

La solución verdadera, la solución realmente efectiva contra el mal ya la pensó Dios, y ya la concretó.

¿Qué decisión tomó? Dios decidió encarnarse. Él envío a este mundo a su propio hijo como persona para enseñarnos el camino hacia el bien; pero nuevamente la maldad del hombre siguió actuando negando la verdad de Dios, y terminó condenando a Jesús a la muerte en cruz.

Es más, Dios, en Jesús, no solo nos enseñó el camino hacia el bien, sino que Dios pagó un rescate para salvarnos del mal o de la maldad, de la muerte, de la mentira, del sin sentido; y lo hizo con la preciosa sangre de su divino hijo, Jesucristo (1 Pe 1, 18-19).

Por tanto la solución al problema del mal no va de lo general a lo particular, sino de lo particular hacia lo general. ¿Qué quiere decir esto? Significa que el fin del mal o de la maldad empieza desde ti, está sólo en ti pero teniendo a Dios en tu vida.  El mal, cualquiera de sus expresiones, modalidades y formas, en mayor o menor grado, es expresión de la ausencia de Dios.

Se cuenta que un profesor de física, muy creyente en Dios, le pregunta a un alumno: “¿Existe el frío?” El alumno le responde: “Por supuesto, profesor, que el frío existe”. El profesor le dice al alumno: “No. El frío no existe. Según las leyes de la física, lo que consideramos frío en realidad es ausencia de calor. Todo cuerpo u objeto es susceptible de estudio cuando tiene o transmite energía. El calor es lo que demuestra que dicho cuerpo tiene o trasmite energía. El cero absoluto es la ausencia total y absoluta de calor. Hemos creado esa expresión para describir cómo nos sentimos si no tenemos calor externo”. El profesor le vuelve a preguntar al alumno: “¿Y existe la oscuridad?” El alumno le responde: “Por supuesto que existe, lo constatamos especialmente durante la noche”. El profesor le dice al alumno: “Nuevamente se equivoca usted, joven. La oscuridad tampoco existe. La oscuridad es en realidad la ausencia de luz. La luz se puede estudiar, la oscuridad no. Un simple rayo de luz rasga las tinieblas e ilumina la superficie donde termina el haz de luz. ¿Cómo puede saber cuán oscuro está un espacio determinado? Con base en la cantidad de luz presente en ese espacio. ¿No es así? La oscuridad es un término que el hombre ha desarrollado para describir lo que sucede cuando no hay luz presente”. El profesor le preguntó al estudiante: “¿Y existe el mal?” El alumno le responde: “Por supuesto que existe. Vemos violaciones, crímenes y violencia de todo tipo y en todos los estamentos de la sociedad. Esas cosas son expresión del mal”. El profesor le dice: “Sepa usted, joven, que el mal no existe, o al menos no existe por sí mismo. El mal es simplemente la ausencia de Dios en el corazón del hombre. El mal es, al igual que en los dos ejemplos anteriores, un término que el hombre ha creado para describir esa ausencia de Dios en la vida del ser humano. Dios no creó el mal. No es como la fe o el amor que existen, como existe el calor y la luz. El mal es el resultado de que las personas no tengan al Dios vivo y verdadero en sus corazones. El mal es como el frío cuando no hay calor o como la oscuridad cuando no hay luz”. Obviamente, el alumno, después de asentar con la cabeza, se quedó callado.

Conclusión: La persona que tiene a Dios en su vida, en espíritu y en verdad (Jn 4, 23-24), no genera ningún tipo de mal ni para sí mismo ni para los demás ni para la creación. Un alma llena de Dios no causa el mal ni de pensamiento, ni de palabras, ni de obra, ni por omisión.

Así que no esperes que Dios haga algo más o lo haga todo al respecto porque Él ya hizo lo conveniente; te corresponde a ti salvarte siguiéndolo a Él a través de la vida sacramental para que al menos tu salgas de las tinieblas de la violencia y de la muerte motivadas por el “padre de la mentira” (Jn 8, 44). Estás llamado(a) a ser luz del mundo y sal de la tierra como Jesucristo (Mt 5, 13).

Dios te puede salvar del pecado y de la condenación eterna, de lo que Dios no te puede salvar es del mal uso de tu capacidad de decisión,  el uso equivocado de tu libre albedrío. Eres tú quién tienes que tomar a diario tus decisiones en libertad para escapar del mal y salvarte, o tomar tus decisiones en esclavitud y dejarte manejar por el príncipe de este mundo (Jn 12, 31) para que causes el mal y condenarte.

Y si has generado de alguna manera el mal, el primer paso es reconocerte pecador(a) y pedirle a Dios perdón. “Aléjense del mal, hagan lo bueno y procuren vivir siempre en paz” (Sal 33, 14-15).

Conclusión: El mal nunca desaparecerá porque Satanás no deja de existir y no deja de actuar. Pero, ay de ti si por tu culpa extiendes el reino de Satanás.

P. Henry Vargas Holguín.

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