Fe

¿Qué hay de los evangelios originales?

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Escrito por Padre Henry Vargas

El hecho de que no tengamos los textos originales de los evangelios no es extraño, pues tampoco se dispone de los textos originales de otros escritores de la época o, incluso, posteriores.

Antes que todo, una aclaración: Más que hablar de los evangelios hay que hablar, en sentido más estricto, del Evangelio o de la buena nueva de Jesús. El evangelio es uno. Esto lo vemos más claramente en los títulos de los evangelios. Sus títulos no vienen indicados con el genitivo hablando del autor (evangelio de…) sino con la palabra griega kata (evangelio según…). Así las cosas, se señala que el evangelio es uno, el de Jesús, pero contado de cuatro maneras.

Y a pesar de que el evangelio es uno, vamos a hablar en todo caso de sus cuatro versiones; textos escritos todos en el primer siglo.

Sin duda alguna, los cuatro evangelios canónicos “tienen origen apostólico. Pues lo que los Apóstoles predicaron por mandato de Cristo, luego, bajo la inspiración del Espíritu Santo, ellos mismos y los varones apostólicos nos lo transmitieron por escrito, como fundamento de la fe” (Dei Verbum, 18).

El Señor Jesús envió a sus apóstoles y discípulos a predicar el evangelio; por tanto los Apóstoles y la comunidad eclesial naciente eso fue lo que principalmente hicieron, predicar; pero a partir del momento en el que los apóstoles y sus contemporáneos comenzaron a morir, “los autores sagrados escribieron los cuatro evangelios escogiendo algunas cosas de las muchas que ya se transmitían de palabra o por escrito, sintetizando otras, o desarrollándolas atendiendo a la condición de las Iglesias” (DV, 19).

Por unanimidad, la tradición de la Iglesia primitiva atribuye los evangelios a dos de los apóstoles (Mateo y Juan) y a dos de los discípulos (Marcos, de San Pedro, y Lucas, de San Pablo).

Con respecto a la autoría de los evangelios de San Mateo y de San Juan, las investigaciones modernas, suelen afirmar que esa atribución lo que hace es poner de manifiesto la tradición apostólica de la que provienen los escritos; no que ellos mismos, los apóstoles, fueran necesariamente los que escribieran los textos de su puño y letra.

Lo importante, por tanto, no es la persona concreta que escribiera el evangelio sino quienes, bajo la autoridad y supervisión apostólica, estaban detrás de ella.

De San Marcos y de San Lucas, al analizar críticamente la tradición apostólica, la investigación moderna no ve mucho problema en atribuirles, de manera más directa, a ellos mismos sus respectivos evangelios.

Y a pesar de que San Marcos y San Lucas, a diferencia de San Mateo y de San Juan, no fueron testigos directos de la vida de Jesús, sí basaron sus narraciones en los relatos orales y escritos de quienes sí conocieron al Mesías personalmente.

En todo caso los evangelios hablan de hechos reales de la vida de Jesús. Nos lo confirma San Lucas cuando menciona a testigos oculares y servidores de la palabra (Lc 1, 1-4).

La Iglesia nos afirma que los cuatro evangelios oficiales, mejor llamados canónicos, “transmiten fielmente lo que Jesús Hijo de Dios, viviendo entre los hombres, hizo y enseñó” (DV, 19).

Que los evangelios tienen origen apostólico nos lo confirma San Ireneo, padre de la Iglesia (nacido en Esmirna, Asia Menor, en el año 125, obispo de Lyon desde el año 189), discípulo de San Policarpo, que a su vez fue discípulo de San Juan Evangelista. San Ireneo dice:

«Mateo publicó entre los hebreos en su propia lengua, una forma escrita de evangelio, mientras que Pedro y Pablo en Roma anunciaban el evangelio y fundaban la Iglesia. Fue después de su partida cuando Marcos, el discípulo e intérprete de Pedro, nos transmitió también por escrito lo que había sido predicado por Pedro. Lucas, compañero de Pablo, consignó también en un libro lo que había sido predicado por éste. Luego Juan, el discípulo del Señor, el mismo que había descansado sobre su pecho (Jn 13, 23), publicó también el evangelio mientras residía en Éfeso» (Contra las herejías, III, 1,1).

San Ireneo

Y el mismo San Ireneo agrega en otro apartado:

“El Verbo, artesano del Universo, que está sentado sobre los querubines y que todo lo mantiene, una vez manifestado a los hombres, nos ha dado el evangelio cuadriforme, evangelio que está mantenido, no obstante, por un sólo Espíritu” (Contra las herejías, 3,2,8-9).

Por otra parte, a mediados del siglo II, San Justino (100-165) habla de las “memorias de los apóstoles o evangelios” (Apología, 1,66, 3) que se leían en las asambleas litúrgicas. Con esto, se dan a entender dos cosas importantes: el origen apostólico de dichos escritos y su finalidad: se guardaban para ser leídos públicamente.

Ya sabemos, pues, quiénes son los autores de los evangelios canónicos; ¿pero dónde están los textos originales? A esta pregunta hay que responder diciendo que los textos manuscritos originales ya no existen. Lo que existe son copias fieles a los originales y, en muchos casos, sólo existen fragmentos de dichas copias. ¿Y por qué ya no existen los textos originales? Entre otras causas, se debe a la fragilidad del material sobre el cual se escribió. Los textos originales se escribieron en buena parte sobre papiro, un material que se deteriora con facilidad sobre todo por la humedad y el uso. 

El hecho de que no tengamos los textos originales de los evangelios no es extraño, pues tampoco se dispone de los textos originales de otros escritores de la época o, incluso, posteriores.

Y así como no se duda de las copias (pocas y muy tardías) de las obras originales de los autores clásicos latinos (Horacio, Cicerón, etc.) o de autores griegos (Aristóteles y Platón) que existieron centenares de años antes de Cristo, tampoco, y con menor razón, se debe dudar de la veracidad y autenticidad de las numerosas copias o duplicados manuscritos de los evangelios pues concuerdan entre ellos, y además son muy cercanos en el tiempo a los textos originales.

En el caso de los evangelios, la proximidad en el tiempo entre los textos originales y las copias es muy patente, como se ve, por ejemplo, en el caso del evangelio según San Juan, escrito en el año 95-100 y la copia más antigua (el papiro Rylands) es del año 125-130; otra copia del mismo evangelio y la más completa es el papiro 66 (uno de los papiros Bodmer II) escrito en el año 200.

Otra prueba es que los Evangelios fueron citados ampliamente por escritores de los siglos I y II, tales como el Papa Clemente (96 d.C.), Ignacio de Antioquía (107 d.C.), el Pastor de Hermas (145 d.C.) y Policarpo de Esmirna (155 d.C.). También son citados en la obra la Didajé o la didaché (la enseñanza de los doce apóstoles), escrita a finales de la segunda mitad del siglo I d.C.; este texto es considerado el primer catecismo de la Iglesia.

Por todas estas referencias históricas, los evangelios, y en general el Nuevo Testamento, son de manera amplia los textos más fiables y aceptados  de toda la literatura antigua.

En consecuencia, quien no admita los Evangelios, tampoco tiene el derecho a aceptar nada de la literatura e Historia Antiguas. Son más creíbles las copias de los evangelios por su cercanía en el tiempo a los textos originales, que las copias de textos paganos muy posteriores y que nadie cuestiona. Lo que nos dicen las copias de los Evangelios constan de más rigor que muchísimos de los textos o libros que admite la Historia de la Antigüedad.

P. Henry Vargas Holguín.


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1 Comment

  • Padre, disculpe la intervención tan abrupta, pero, hay una contradicción al decir, sobre los evangelios de San Mateo y San Juan, que: “no que ellos mismos, los apóstoles, fueran necesariamente los que escribieran los textos de su puño y letra” y, luego citar a uno de los más grandes Padres de la Iglesia como es san Ireneo de Lyon cuando dice: “Mateo publicó entre los hebreos en su propia lengua, una forma escrita de evangelio, […] Luego Juan, el discípulo del Señor, el mismo que había descansado sobre su pecho (Jn 13, 23), publicó también el evangelio mientras residía en Éfeso”.

    Esas investigaciones modernas son propias de cierto protestantismo “de avanzada” (con su método histórico-crítico) que contradicen la fe católica transmitida por la Tradición y los Padres Apostólicos. Lamentablemente es ese el método que hoy se usa en la mayoría de seminarios (sin fundamento alguno).

    Al respecto de estos dos evangelios, dice Monseñor Francesco Spadafora:

    “La siguiente decisión de la Pontificia Comisión Bíblica sobre el autor del cuarto
    Evangelio es del 29 de mayo de 1907:

    Duda I. Si por la constante, universal y solemne tradición de la Iglesia, que viene ya del siglo
    II, como principalmente se deduce: […]

    d) del público uso litúrgico que desde los comienzos de la Iglesia se extendió por todo el orbe;
    Prescindiendo del argumento teológico, por tan sólido argumento histórico se demuestra que debe
    reconocerse por autor del cuarto Evangelio a Juan Apóstol y no a otro, de suerte que, las
    razones de los críticos aducidas en contra, no debilitan en modo alguno esta tradición.

    Respuesta: Afirmativamente.

    […] El 19 de junio de 1911, la Pontificia Comisión Bíblica interviene con siete respuestas
    sobre el Evangelio de San Mateo:

    I. Si atendiendo el universal y constante consentimiento de la Iglesia ya desde los
    primeros siglos, que luminosamente muestran los expresos testimonios de los Padres, los títulos
    de los códices de los Evangelios, las versiones, aun las más antiguas, de los Sagrados Libros y los
    catálogos transmitidos por los Santos Padres, por los escritores eclesiásticos, por los Sumos Pontífices
    y por los Concilios, y finalmente el uso litúrgico de la Iglesia oriental y occidental, puede y debe
    afirmarse con certeza que Mateo, Apóstol de Cristo, es realmente el autor del Evangelio publicado
    bajo su nombre.

    Respuesta: Afirmativamente”.

    (El triunfo del modernismo sobre la exégesis católica, pág. 24, 26).

    En medio de la oscuridad hay que hacer resplandecer la luz de la fe católica por entero. Dios le guarde.