Fe

¿Qué hay de cierto en referencia a la inquisición?

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Escrito por Padre Henry Vargas

Para saber qué es la Inquisición necesariamente hay que conocer primero su significado y luego analizar el motivo de su origen. La palabra inquisición es la acción del verbo inquirir. El verbo inquirir significa indagar, averiguar o examinar algo. El objetivo de la Inquisición era pues indagar o examinar el problema de las herejías: Sin herejías no hay Inquisición. Una vez examinadas las herejías venía luego la acción de combatirlas; pero no solo se combatían las herejías sino también los demás delitos contra la fe.

La inquisición, las cruzadas y el caso Galileo, entre otros temas, suelen ser los temas favoritos para atacar a la Iglesia; son temas que, mal abordados, mal documentados y por desinformación, refuerzan el prejuicio anti-católico que ha existido a lo largo de la historia. Y aquí recordemos que el verdadero problema es que una mentira masivamente difundida llega a creerse como verdad.

Con respecto al caso Galileo, por ejemplo, siempre se ha acusado a la Iglesia de haberlo torturado e incluso de haberlo asesinado (por ahogamiento); pero ésta es una acusación injusta porque Galileo ni fue torturado ni ahogado ni asesinado; él murió anciano, a los 76 años, en su casa.

Históricamente la Inquisición tuvo dos expresiones diferentes: La Inquisición medieval directamente vinculada al pontificado, y la Inquisición española vinculada a los reyes católicos. Fue el Papa Gregorio IX quien creó en el año 1231 la inquisición medieval, con su correspondiente tribunal, para frenar el avance de la herejía de los Albigenses en el sur de Francia. Los Albigenses eran una secta religiosa de carácter maniqueo que se desarrolló en Francia en los siglos XII y XIII.

En cuanto al tribunal de la Inquisición vinculado a los reyes católicos hay que decir que éste se estableció a finales del Siglo XV.

A diferencia de la Inquisición medieval o promovida por el Papa Gregorio IX, el nuevo tribunal de la Inquisición española se organizó con plena independencia de la Santa Sede, bajo la jurisdicción directa de la Corona Española.

En este artículo nos centraremos en el tribunal que dependía directamente del Papa, aunque haya similitudes con la otra Inquisición. La inquisición se pensó, como ya hemos dicho, para acabar con las herejías manteniendo la autonomía y la libertad de la Iglesia; de esa manera se quería asegurar un proceso justo del reo o del hereje.

Este tribunal buscaba investigar los casos de herejía, con el único fin de buscar la reconciliación del hereje con la Iglesia, con la sociedad y así conseguir su salvación eterna. El fin de la Inquisición no era otro ni es otro diferente al de Jesucristo, que dijo: “No he venido a llamar a los justos sino a los pecadores a penitencia”. La misión de la Iglesia, incluso con la institución de la Inquisición, fue la conversión de todos los hombres, porque Dios no quiere que se condenen, sino que se salven.

¿Si siempre ha habido herejes desde la fundación de la Iglesia, qué obligó al Papa crear esa institución? A diferencia de las herejías de los primeros siglos, que eran de carácter preponderantemente dogmático, las herejías del siglo XIII y de siglos sucesivos eran menos dogmáticas y más antisociales o subversivas. Los herejes de esa época pretendían socavar los cimientos de la Iglesia y en consecuencia los cimientos de la sociedad. Y esos herejes, que actuaban de  manera clandestina y en muchos casos conformaban ejércitos, asaltaban iglesias, saqueaban, destruían y asesinaban.

Nunca la Iglesia pretendió perseguir la conciencia, se respetaba los asuntos de conciencia. La Iglesia tuvo siempre claro el principio de que los asuntos de conciencia no se juzgan. De manera pues que lo que buscaba la Inquisición era llamar al orden a los herejes y reintegrarlos al seno de la Iglesia y de la sociedad.

Una cosa importante, y que fácilmente se niega o se desconoce, es que la Iglesia tenía la obligación de proteger al hereje de las violencias y actos de salvajismo por parte de la población a las que estaba expuesto, así como también de la confiscación arbitraria de sus bienes por un juez secular al servicio de intereses personales o de la autoridad civil.

Dicho de otra manera, el fin de la Iglesia, a través de la inquisición, era perseguir ella misma el delito de herejía para así proteger al hereje y favorecer su conversión. 

La inquisición tenía su razón de ser como un tribunal de justicia que corrigió muchos delitos y errores contra la fe, pero obviamente, como en toda institución, no todo lo que hizo fue acertado y/o justo; hubo errores, injusticias e, incluso violación a los derechos humanos debido a que muchos de sus jueces se dejaron influenciar por los métodos civiles de enjuiciamiento y de castigo universalmente utilizados para la época sin considerar que eran contrarios a la doctrina y a la misión de la Iglesia. Pero dichos errores e injusticias han sido siempre la triste excepción a la regla.

Los inquisidores que cometieron injusticias no lo hicieron por ser ellos católicos sino por ser hombres influenciados por el mundo, por tener un corazón duro en el que la gracia de Cristo no pudo prevalecer. Esta distinción es esencial.

La Iglesia, compuesta de personas que viven en el mundo, ciertamente se ve afectada por las prácticas del mundo; pero el pecado no hace parte de la esencia ni de la identidad de la Iglesia. Quienes cometen el pecado son los hijos de la Iglesia, y cuando ellos pecan, aunque estos sean eclesiásticos, es precisamente por no vivir el Evangelio. Los posibles abusos y errores de la Inquisición no se deben, pues, atribuir a la Iglesia, sino a errores de sus hijos. Lastimosamente siempre resalta más la mancha del pecado de un hijo o hija de la Iglesia que la santidad de la misma.

Y, como todo tribunal, el tribunal de la inquisición, obviamente, profería también condenas a los reos después de una muy objetiva sentencia; y, a pesar de alguna injusticia o abuso -a veces desproporcionados-, las condenas, obviamente, dependían de la gravedad del delito. Dichas condenas solían ser penitencias, la confiscación de los bienes, la cárcel (que solía durar poco tiempo), hacer peregrinaciones, cargar cruces, etc..

En torno a la inquisición hay también mitos. Veamos algunos.

1.- La Iglesia con la Inquisición castigaba hasta con la pena máxima: La pena de muerte. La Iglesia, cuando veía que sus esfuerzos por la conversión del acusado eran infructuosos, lo que hacía era entregarlo al poder o a la justicia secular. La pena de muerte no era aplicada por la Iglesia, ya que los sacerdotes, quienes eran los inquisidores, no podían ni debían realizar ejecuciones. La Iglesia le pedía al poder secular que vigilara su juicio y moderara su sentencia sin llegar a la muerte del hereje ni a la tortura ni a la mutilación. Es más, el juez secular no estaba obligado a condenar a muerte al hereje. En la gran mayoría de los casos la pena más común era la confiscación de los bienes pues de esto sí hay abundantes textos o pruebas.

2.- La Inquisición condenaba a los reos confiscándoles los bienes sólo para ampliar las riquezas de la Iglesia. A este respecto hay que decir que lo obtenido fue escaso, y se utilizaba sólo con el fin de mantener en funcionamiento el tribunal. Los inquisidores eran generalmente religiosos de las órdenes mendicantes que vivían el voto de la pobreza y no deseaban ni buscaban riquezas.

3.- La inquisición fue una manera de exterminar a las brujas y/o la brujería mediante la hoguera. Aunque la caza de brujas se suele asociar a la Edad Media, y más al episodio de la Inquisición, lo cierto es que no fue hasta el renacimiento cuando verdaderamente se empezó a practicar con regularidad, alcanzando su culmen en la edad moderna.

Lo que desató esa cacería de brujas no fue la Inquisición; fue, por un lado, la aparición de un libro llamado Malleus Maleficarum, escrito en el año 1487. Este libro, ‘el martillo de las brujas’ en español, era prácticamente un manual para identificar, capturar, investigar y castigar a quienes practicaban la brujería. Y por otro lado, la cacería de brujas, sobre todo en el sur de Francia, se debió a la aparición de un libro de divulgación escrito por el novelista francés Étienne-Léon, barón de Lamothe-Langon (1786-1864).

Pero a mediados del año 1970 el historiador estadounidense Richard Kieckhefer y el historiador inglés Norman Cohn demostraron, cada uno por su lado, que las fuentes medievales presentadas por el novelista francés eran falsas; él las había inventado para darle ‘sustento’ a su escrito.

Con respecto al Manual Malleus Maleficarum, éste libro culpaba a las “brujas” de muchas tragedias y males, como las tempestades, pestes, terremotos, etc.. Poco después, en 1490 la Iglesia declara que el libro es falso y no tenía su aprobación; fue un manual muy criticado.

En los países protestantes el libro se convirtió rápidamente en una de las causas que consolidaron la paranoia sobre las “brujas”. En 1538 la Inquisición española alerta de nuevo a sus tribunales de no hacer caso a dicho libro.

El fenómeno de creer en las brujas no se debía a hechos reales, sino más bien era producto de la sugestión o histeria colectivas. Es que las persona acusadas de brujería no eran como el imaginario las concebía: seres con poderes relacionados con el demonio o con oscuros poderes sobrenaturales. De manera pues que la “existencia” de las brujas hace parte exclusivamente del imaginario popular. Es más, la creencia en las brujas no fue, como mucha gente cree, invención de la Iglesia.

Se estima que un 63-65% de los casos de brujería pasaron exclusivamente por tribunales civiles. La Inquisición, a pesar de que procesó a muchas brujas, fue al mismo tiempo la salvación de morir de miles y miles de personas, ya sea por linchamiento del vulgo ya sea por la hoguera, acusadas de un crimen imaginario. También hay que mencionar que el Papa Paulo V prohibió la pena de muerte para las brujas.

En todo caso el tema de las brujas es el resultado de exageraciones absurdas y de mentiras; mentiras que, al repetirse tanto durante siglos, la mayoría de la gente se las cree como si fueran hechos de verídicos o hechos históricos.

P. Henry Vargas Holguín.

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