Fe

¿Por qué habían mercaderes en el Templo de Jerusalén?

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Escrito por Padre Henry Vargas

Los cuatro evangelios narran que parte de la actividad pública de Jesús se desarrollaba al interior del Templo de Jerusalén. Y, como acontece en todo templo, en el Templo de Jerusalén se llevaban a cabo diversos ritos sagrados, tanto a nivel individual como colectivo; ritos a cumplirse en las diferentes fechas religiosas.

El Templo de Jerusalén constituía propiamente el centro de culto del pueblo de Israel. Las diferentes sinagogas eran lugares para rezar y para la formación, pero únicamente en el Templo de Jerusalén oficiaban los sacerdotes y se hacían sacrificios, la inmolación de victimas (animales).

Al Templo de Jerusalén, que estaba compuesto de tres patios, se accedía por la puerta principal, llamada Puerta Hermosa. El más externo de los patios era el atrio de las mujeres, el patio segundo se llamaba el atrio de los israelitas o atrio de Israel (los hombres) y el patio más interno era llamado el atrio de los sacerdotes (donde estaba el altar de los holocaustos), y, hacia el extremo occidental, existía el edificio principal cuyo interior albergaba dos lugares: el primero era llamado el “Santo” y el segundo, al fondo, el edificio llamado el “Santo de los Santos”. Entre estos dos espacios había una enorme cortina que los separaba llamada “Velo del Templo”. En este segundo lugar se encontraba el Arca de la Alianza, en cuyo interior estaban las tablas de la Ley, la vara de Aarón y algo de maná. Los judíos tenían la certeza de que en el Arca habitaba de manera misteriosa la presencia de Dios.

Es claro que en el atrio de los sacerdotes, donde se realizaban los sacrificios, únicamente podían entrar los sacerdotes y los varones, con acceso al “Santo” para oficiar el culto.

Y como sucede hoy en día, que hay tiendas a las afueras de los templos, santuarios, basílicas donde se ofrecen recuerdos, artículos religiosos, libros, etc., y hay locales donde se dejan ofrendas para solicitar algún servicio religioso y para el mantenimiento de dichos lugares y del culto, así también pasaba con en el Templo de Jerusalén.

En el Templo de Jerusalén había empleados que vendían lo que se tenía que ofrendar, incluyendo animales que eran sacrificados y ofrecidos a Dios como penitencia por los pecados y también en acción de gracias.

Y como había mucha gente de diferentes regiones o países había por tanto también mucho flujo de dinero de los países de procedencia.

Al llegar los peregrinos cambiarían su moneda extranjera por moneda local con los cambistas para comprar animales. Esto era obviamente más práctico que viajar de casa con una oveja, un buey o una paloma.

Los cambistas ofrecían la posibilidad de cambiar las monedas romanas y griegas que traían los peregrinos extranjeros por las monedas judías, las monedas utilizadas en el templo (los siclos).

Y como también sucede hoy en día, en esa época también había mucha gente, fuera de la institucionalidad, que aprovechaba la presencia de tantos peregrinos para hacer negocio, a manera de trabajo.

Era tal el flujo de gente, especialmente para la fiesta de la pascua, que desbordaba los lugares destinados para realizar esas actividades, lugares que con el tiempo quedaron insuficientes; y, poco a poco, se fue ocupando más espacio hasta invadir el interior del Templo de Jerusalén. Así, todo el Templo de Jerusalén se convirtió progresivamente en un mercado en toda regla.

Incluso la publicidad, las ofertas y las transacciones se hacían a voz en grito; y como en todo mercado había desorden, suciedad, caos.

Con el tiempo comenzaron los abusos, comenzando a reinar allí claramente una corruptela que las mismas autoridades religiosas del Templo consideraban reprochable.

La acción sacrílega de los unos y de los otros muestra cómo el culto religioso judío había sido contaminado por Satanás.

Y era tal el desorden y el abuso creados al interior del templo, incluso por parte de la institucionalidad, que el evangelio nos relata cómo Jesús, muy molesto, expulsó del Templo de Jerusalén a los mercaderes con sus animales y a los cambistas con sus monedas.

Jesús ya no toleró más esa situación sacrílega en la Casa de Dios y hace, con la debida indignación, lo que nadie tuvo la audacia, el valor y la iniciativa de hacer aunque también estuviera en desacuerdo.

Pero a Jesús, sabiendo bien lo que tenía que hacer, no le importaba el qué dirán. Cabe aclarar que Jesús no fue violento, vulgar, agresivo ni irrespetuoso, ni contra la gente ni contra los animales. Jesús, aunque fue muy contundente, no pecó porque era Dios.

Jesucristo, con esa expulsión de mercaderes y cambistas del Templo, mostró su total rechazo de la utilización del templo y del culto para el enriquecimiento.

Cuando le fue preguntado por esa acción tan radical Jesús  justificó sus acciones citando a los profetas bíblicos: “Mi casa será llamada casa de oración para todas las naciones” (Is 56, 7),  “Pero ustedes han hecho de ella una cueva de ladrones” (Jr 7, 11).

Lo que era necesario para el culto se pervirtió con el tiempo y así se le perdió el sentido. Se reconocía una auténtica profanación, que ensuciaba el lugar y desvirtuaba su finalidad religiosa.

De manera pues que Jesús, con su acción profética, alerta sobre el peligro de instrumentalizar la fe con motivaciones económicas o de cualquier otra índole. 

P. Henry Vargas Holguín.

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