«Os dejo la paz, mi paz os doy; no os la doy como la da el mundo. No se turbe vuestro corazón ni se acobarde.»Jn 14, 27
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https://www.youtube.com/watch?v=XWbO-brrAD8&feature=youtu.be
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[bg_collapse view=»link» color=»#4a4949″ icon=»zoom» expand_text=»Debate Porte de armas en Brasil – Abrir video» collapse_text=»Cerrar video» ]
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Desde hace unas semanas la opinión pública en Colombia y Brasil, y en general en América Latina, se viene discutiendo la conveniencia de «flexibilizar» los requisitos para que particulares puedan acceder al uso de armas para su defensa personal.
Por otro lado, la situación dramática del país hermano de Venezuela, ha llevado a contemplar la cada vez más cercana posibilidad de que Colombia participe, junto a una coalición liderada por Estados Unidos, en una operación militar dirigida a liberar del castrochavismo.
Hace no mucho tiempo se daba el mismo debate entre Álvaro Uribe Vélez y el entonces obispo Mons. Isaías Duarte Cancino (QEPD), con la diferencia que en aquella época se trataba de armar organizaciones de auto defensa, mientras que en ahora el debate se restringe a particulares individualmente considerados.
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¿Existe alguna posición en el Magisterio de la Iglesia, cuál es la orilla de este debate al que como católicos estamos llamados a inclinarnos, teniendo en cuenta los criterios morales que informan nuestra fe?
Antes que nada debemos dejar claro que como cristianos, creyentes en Cristo, estamos a favor de la paz. Creemos en el «Dios de la paz» (Romanos 15, 33), porque creemos que Jesucristo Resucitado vencedor del pecado y de la muerte el primer día de la resurrección nos vino a decir «La Paz esté con vosotros» (Juan 20, 19).
Más no debemos confundir lo anterior con una paz meramente política o mundana como la que la ONU nos ofrece, «Os dejo la paz, mi paz os doy; no os la doy como la da el mundo. No se turbe vuestro corazón ni se acobarde.» (Jn 14, 27)
A propósito es muy oportuno recordar las palabras de San Pablo VI en su mensaje para la celebración del «día de la paz» el lunes 1 de enero de 1968:
«Así, finalmente, es de augurar que la exaltación del ideal de la Paz no favorezca la cobardía de aquellos que temen deber dar la vida al servicio del propio país y de los propios hermanos cuando estos están empeñados en la defensa de la justicia y de la libertad, y que buscan solamente la huída de la responsabilidad y de los peligros necesarios para el cumplimiento de grandes deberes y empresas generosas: Paz no es pacifismo, no oculta una concepción vil y negligente de la vida, sino que proclama los más altos y universales valores de la vida: la verdad, la justicia, la libertad, el amor…..
Es necesario siempre hablar de Paz. Es necesario educar al mundo para que ame la Paz, la construya y la defienda; contra las premisas de la guerra que renacen (emulaciones nacionalistas, armamentos, provocaciones revolucionarias, odio de razas, espíritu de venganza, etc.) y contra las insidias de una táctica de pacifismo que adormece al adversario o debilita en los espíritus el sentido de la justicia, del deber y del sacrificio, es preciso suscitar en los hombres de nuestro tiempo y de las generaciones futuras el sentido y el amor de la Paz fundada sobre la verdad, sobre la justicia, sobre la libertad, sobre el amor (cfr. Juan XXIII, Pacem in terris).»
Además, la Iglesia como madre y maestra tiene una doctrina moral al respecto, y nos enseña con base en los hechos, en la realidad de la naturaleza humana y no en el mundo ideal que nuestra generación se imagina para no sentirse incómoda:
“Se han de considerar con rigor las condiciones estrictas de una legítima defensa mediante la fuerza militar. La gravedad de semejante decisión somete a esta a condiciones rigurosas de legitimidad moral. Es preciso a la vez:
— Que el daño causado por el agresor a la nación o a la comunidad de las naciones sea duradero, grave y cierto.
— Que todos los demás medios para poner fin a la agresión hayan resultado impracticables o ineficaces.
— Que se reúnan las condiciones serias de éxito.
— Que el empleo de las armas no entrañe males y desórdenes más graves que el mal que se pretende eliminar. El poder de los medios modernos de destrucción obliga a una prudencia extrema en la apreciación de esta condición.
Estos son los elementos tradicionales enumerados en la doctrina llamada de la “guerra justa”.
La apreciación de estas condiciones de legitimidad moral pertenece al juicio prudente de quienes están a cargo del bien común.” CIC 2309
Por tanto, a esta altura debemos tener claro, a pesar que sea doloroso, que estamos a favor de la paz, que somos pacíficos pero no pacifistas.
Ahora bien, aun reuniéndose las condiciones para una guerra justa y necesaria ante la situación extremamente difícil que vive el pueblo venezolano ¿Cual país o grupo de países va tomar la iniciativa de intervenir militarmente a Venezuela para el necesario restablecimiento de la democracia? Junto al padre José Fortea lamento decirles que:
“Con tristeza y vergüenza reconozco que los de fuera no os van ayudar. Conquistar la libertad vosotros mismos es un derecho”.
¿Cuál es la posición de la Iglesia Católica respecto al uso de las armas?
Antes que nada, hay que diferenciar dos realidades que se pueden confundir. Por un lado está la carrera armamentista de las naciones, que es rechazada y denunciada tajantemente por la Iglesia, al respecto conviene citar:
“La acumulación de armas es para muchos como una manera paradójica de apartar de la guerra a posibles adversarios. Ven en ella el más eficaz de los medios, para asegurar la paz entre las naciones. Este procedimiento de disuasión merece severas reservas morales. La carrera de armamentos no asegura la paz. En lugar de eliminar las causas de guerra, corre el riesgo de agravarlas. La inversión de riquezas fabulosas en la fabricación de armas siempre más modernas impide la ayuda a los pueblos indigentes (cf PP 53), y obstaculiza su desarrollo. El exceso de armamento multiplica las razones de conflictos y aumenta el riesgo de contagio.
La producción y el comercio de armas atañen hondamente al bien común de las naciones y de la comunidad internacional. Por tanto, las autoridades tienen el derecho y el deber de regularlas. La búsqueda de intereses privados o colectivos a corto plazo no legitima empresas que fomentan violencias y conflictos entre las naciones, y que comprometen el orden jurídico internacional” CIC 2315-2316
Otra situación es no solo el derecho, sino muchas veces el deber de los cristianos a la legítima defensa. Respecto a lo anterior la Iglesia nos dice:
“El amor a sí mismo constituye un principio fundamental de la moralidad. Es, por tanto, legítimo hacer respetar el propio derecho a la vida. El que defiende su vida no es culpable de homicidio, incluso cuando se ve obligado a asestar a su agresor un golpe mortal:
«Si para defenderse se ejerce una violencia mayor que la necesaria, se trataría de una acción ilícita. Pero si se rechaza la violencia en forma mesurada, la acción sería lícita […] y no es necesario para la salvación que se omita este acto de protección mesurada a fin de evitar matar al otro, pues es mayor la obligación que se tiene de velar por la propia vida que por la de otro» (Santo Tomás de Aquino, Summa Theologiae, 2-2, q. 64, a. 7).
La legítima defensa puede ser no solamente un derecho, sino un deber grave, para el que es responsable de la vida de otro. La defensa del bien común exige colocar al agresor en la situación de no poder causar prejuicio. Por este motivo, los que tienen autoridad legítima tienen también el derecho de rechazar, incluso con el uso de las armas, a los agresores de la sociedad civil confiada a su responsabilidad.” CIC 2264-2265
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Así, podemos ver como la carrera armamentista puede ser semilla de grandes guerras que acaben con la tierra creada por Dios. Así como la prohibición al porte de armas de la población civil puede ser un paso muy propicio para las dictaduras totalitarias como en el caso de la URSS durante el siglo XX o en nuestros días la narcodictadura Venezolana. Que la historia nos enseñe, para que no tengamos que vivir una situación parecida a la de nuestra querida hermana Venezuela y tengamos que aprender la lección por las malas.