Fe

¿Para ser científicos hay que negar a Dios?

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Escrito por Padre Henry Vargas

Diversos científicos han intentado demostrar que Dios no existe. Dentro de este grupo que niega la existencia de Dios hay científicos materialistas y racionalistas, etc.. Su principal argumento para negar a Dios es que Él no es tangible ni medible ni cuantificable por ninguna de las ciencias humanas.

Siempre ha habido, en todo ámbito humano, la tendencia no muy común de negar a Dios.

Hay una leyenda que nos presenta a un científico con la pretensión de derribar, con un misil cargado de dogmas científicos, las torres sobre las cuales se apoya la fe en Dios. Se cuenta que un científico, dialogando con Dios, le dice: “Nosotros los científicos hemos llegado a la convicción de que ya no tenemos necesidad de ti, ya te puedes marginar de la vida del hombre. Hoy día podemos ‘crear’ a los seres vivos, incluso a los seres humanos, mediante la clonación; podemos trasplantar corazones e incluso fabricar órganos y hacer todo lo que antes era considerado milagroso, es decir exclusivo de ti”. Dios, después de escuchar al científico con paciencia, le dice: “Bueno. Entonces para verificar que ustedes los hombres ya no me necesitan pues demuéstrenme que pueden realmente crear la vida y/o crear a otro ser humano idéntico a ustedes”. El científico le dice a Dios: “Bueno, de acuerdo; me parece bien”. Y Dios le dice: “Pero procedan como hice yo con Adán”. El científico le dice a Dios: “Muy bien. No hay problema”. Y el científico entonces se apresta a coger un poco de tierra para hacer lo que hizo Dios. Y Dios, deteniéndolo, le dice: “Un momentico, un momentico, no tan rápido. Esa tierra es mía. Consíguete tu propia tierra”.

Partiendo de esta historia hay que entender que el mero y simple hecho de que el ser humano sea tan inteligente, y lo es sólo para algunas cosas, no implica que Dios deje de existir. Paradójicamente, el científico de esta historia, queriendo negar a Dios, dialoga con Él aceptando implícitamente su existencia.

Los científicos, al avanzar en el conocimiento y en la tecnología, al desarrollar inventos nuevos y al manipular la vida, se creen, en su arrogancia y en su ignorancia,  dueños y señores del mundo; para ellos Dios es inexistente y su nombre se va esfumando cada vez más. Pero, qué tan equivocados están.

En Ginebra se celebró a principios del siglo XX un congreso sobre la muerte de Dios. Al final, quien dirigía el congreso dijo: “Quiero anunciarles que Dios ha muerto. Se levanta la sesión”. Y una persona asistente dice: “Una pregunta: ¿Y qué hacemos con el cadáver?”

No es sensato usar las herramientas de la ciencia para negar a Dios y para deslegitimar las verdades religiosas que de Él se derivan; quien, basándose en conquistas científicas, niega a Dios tiene una actitud irresponsable, equivocada e inapropiada.

Desde los albores de la ciencia hay científicos que han negado la existencia de Dios, pero personalmente creo que son una gran mayoría los científicos que vislumbran a Dios tanto a través de la complejidad de una célula viva o de un átomo, como a través de la grandiosidad del universo en su conjunto.

Recordemos algunos científicos de los tantos que han defendido la existencia de Dios:

1.- El físico alemán Max Planck, considerado el padre de la teoría cuántica, afirmó que “detrás de la fuerza que hace vibrar las partículas atómicas debemos suponer un espíritu inteligente y consciente”.

2.- El astrónomo estadounidense Sandage, quien fue ateo en su juventud, afirmó: “fue mi Ciencia la que me condujo a la conclusión de que el mundo es mucho más complicado que lo que puede ser explicado por la Ciencia. Únicamente aceptando lo sobrenatural puedo comprender el misterio de la existencia”. Él, además, ve una realidad ordenada; por tanto Él considera “altamente improbable que un orden así proceda del caos, tiene que haber algún principio organizativo. Dios es la única explicación al milagro de la existencia, de por qué hay algo en lugar de la nada”.

3.- El físico y matemático estadounidense de origen alemán Einstein afirmó que “La experiencia más bella y profunda que puede tener el hombre es el sentido de lo misterioso…, el percibir que, tras lo que podemos experimentar, se oculta algo inalcanzable a nuestro espíritu, algo cuya belleza y sublimidad se alcanza solo indirectamente y a modo de pálido reflejo, a esto se le llama religiosidad. En este sentido yo soy religioso”. Einstein decía que la fe sin ciencia es ciega, pero que la ciencia sin fe es coja. Lo cierto es que una y otra responden preguntas distintas y se complementan. «Todo el que está involucrado en la búsqueda de la ciencia se convence de que en ella se manifiesta un espíritu muy superior al del hombre, frente al cual debemos sentirnos humildes».

4.- El químico y biólogo francés Louis Pasteur decía: “La poca ciencia aleja de Dios, mientras que la mucha ciencia devuelve a Él”.

5.- El genetista Estadounidense Francis Collins (convertido a la fe cristiana del ateísmo), líder del Proyecto Genoma Humano y director del Instituto Nacional de Salud de Estados Unidos, autor del libro “The Language of God” (Cómo habla Dios), considera que la elegancia que se esconde tras la complejidad de la vida es primero causa de asombro y después de fe en Dios; por esto él manifiesta que no es posible valerse de la ciencia para socavar la creencia en Dios.

6.- El físico alemán Werner Heisenberg, creyente y padre de la mecánica cuántica, afirmó: “El primer sorbo de un vaso de ciencia natural te hará ateo, pero, en el fondo del vaso, Dios te espera”.

7.- El astrónomo y geólogo estadounidense Robert Jastrow, premio nobel de física y ex agnóstico (convertido al cristianismo), reconoce que “no se puede negar la idea de diseño”. En este sentido Platón llamaba a Dios el “eterno geómetra”.

8.- El físico y químico inglés Michael Faraday, el mejor físico experimental de la historia, sostenía que era necesario expresar la fe cristiana tanto en los detalles más pequeños de la vida cotidiana, como en los más grandes. Decía “Estaré con Cristo y eso es suficiente”.

9.- El físico Estadounidense Arthur Holly Compton, investigador de los rayos X y los rayos cósmicos (Nobel en 1927), afirmó: «Mientras vamos conociendo nuestro universo, la probabilidad de que todo se haya dado por procesos casuales se vuelve cada vez más remota».

10.- Los padres de la ciencia moderna (Copérnico y Galilei) y, junto a ellos, Newton, Kepler, Boyle o Descartes, fueron científicos profundamente creyentes. También tenemos otros ejemplos como el matemático y físico francés Pascal, el padre del empirismo filosófico y científico el inglés Francis Bacon (quien decía que el ateísmo es odioso en todos los aspectos), el matemático francés Cauchy, el geólogo inglés Buckland, etc..

Todos estos científicos nos demuestran que entre la fe y la ciencia está la verdad.

Una aproximación válida y real a la verdad, que es Dios, se hace a través de la fe y la razón, no por separado sino de manera conjunta, simultánea y complementaria. Recordando la encíclica Fides et ratio de San Juan Pablo II hay que decir que la fe y la razón son como dos alas que nos llevan a la verdad. Y estas alas llevan a la verdad porque ambas provienen de la misma fuente que es Dios, y nos llevan a Él como a su fin.

De manera pues que la ciencia y la fe no están contrapuestas, “La fe no contradice el conocimiento, va más allá del conocimiento” dijo Kierkegaard; en tal sentido ningún científico, si lo es en verdad, utilizaría la ciencia para negar a Dios; es más, el científico debe ser más creyente que cualquiera. La ciencia es una de las herramientas que Dios nos da para entender lo que él hizo y cómo lo hizo.

El cristianismo siempre ha estado abierto al dialogo con el mundo de la ciencia; y ninguna persona religiosa debe temer ni acomplejarse ante alguna persona de ciencia puesto que todos buscamos la verdad, y vamos hacia ella. La ciencia da argumentos para creer más y mejor en Dios.

La relación que hay entre la ciencia y la fe es como el uso de las luces de un vehículo durante un viaje nocturno: Las luces bajas (la ciencia) para mirar el camino, y las luces altas (la fe) para mirar las señalizaciones y evitar perderse tomando el camino equivocado. Si el uso de esas luces se sabe combinar el viaje terminará exitosamente en el encuentro pleno con Dios, quien nos guía en el viaje desde que empezó. Quien viaja sólo con las luces altas tiene todas las garantías de llegar a la meta, y llegar rápido, a diferencia de quien viaja sólo con las luces bajas. Viajando sólo con las luces bajas se corre el riesgo de no llegar a destino por estar observando los detalles de la carretera.

La admisión de la existencia de Dios es una cuestión ineludible para cualquier científico porque su trabajo consiste en desentrañar la huella de Dios inscrita en los mecanismos ocultos que dirigen el comportamiento de las cosas.

De manera, pues, que negar a Dios no es precisamente científico, no es razonable. La ciencia no está para alejarnos de Dios o para negarlo, está para ayudarnos a avanzar hacia Él. Negar, pues, a Dios es negar la verdad total, verdad que la ciencia busca, hasta un cierto punto, conocer, entender y ahondar.

Y la ciencia, a pesar de todo, es muy limitada. Los científicos ateos, que dicen conocer el mundo a la perfección y sus secretos, tienen una concepción tergiversada e incompleta de la realidad de la vida, tienen una visión empobrecida de ciertas realidades que se les salen de las manos, realidades que se descubren mediante las preguntas que todos los seres humanos nos hemos hecho desde siempre: las preguntas fundamentales que ya se hacían los filósofos griegos; preguntas como ¿De dónde vengo? ¿A dónde voy? ¿Quién soy? ¿Qué sentido tiene la vida y la muerte? ¿Por qué existe lo que existe? El mundo de la ciencia reconoce que hay cuestiones que van más allá de su campo.

Hay una parte del ser humano que es intangible, la parte fundamental de la vida, y a donde la ciencia no puede llegar, y ahí ya nos relacionamos con Dios. El mundo y el ser humano necesitan de la ciencia para entender el mundo, como también para usar su conocimiento para mejorar la vida, la vida humana especialmente, y su entorno; pero también necesitan de la fe y/o de Dios pues la ciencia debe hacer silencio acerca de los innegables asuntos trascendentales.

Es en este sentido que la ciencia, que nos lleva a Dios, nos ayuda a ser libres porque la falta de ciencia es vivir sin el asombro, en la tibieza, en la oscuridad, en el error; es que el materialismo y el reduccionismo esclavizan y asfixian al ser humano, lo asfixian tanto que la humanidad da fácilmente el salto a la degradación de la persona y de los valores, a la superstición, al sin sentido e, incluso, a las adicciones.

Es lógico, posible y necesario aceptar las nociones, cada vez más cercanas a la verdad, de la ciencia de hoy y, a la vez, mantener una postura religiosa. Científicos creyentes, entre ellos sacerdotes y religiosos(as), dan fe de esto; y dentro de estas personas de ciencia hay santos: Santa Hildegarda de Bingen, San Alberto magno, San José Gregorio Hernández, San José Moscati, etc..

Un verdadero científico, que se considere como tal, ha de ser pues un verdadero creyente en Dios, y la relación con Él ha de ser la correcta a través del Dios vivo y verdadero del que Jesucristo hace parte como la segunda persona de la Divinidad. Creer en Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre, implica creer en TODAS las otras verdades a Él relacionadas.

No basta con creer en Dios, es necesario creer y actuar desde la verdad. Se necesita la aceptación auténtica de Dios, no una idea vaga, teórica, supuesta o subjetiva de Él. Creer en Dios debe llevar a todos los científicos y a todos los hombres en general a adecuar la vida en conformidad.

P. Henry Vargas Holguín.

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